Fray Jorge ha sido la cabeza visible del “Proyecto Agogida” en el Colegio San Hermenegildo, en el que han colaborado hermandades y voluntarios
Me he citado con un fraile de San Hermenegildo en una cafetería. En la puerta hay un joven con pendiente y pantalón corto, al que dejo atrás buscando a mi fraile. El joven me llama y se presenta: “Soy Fray Jorge Iván”.
Perdóname, pero no me cuadraba tu look con el de un capuchino…
Pues sí, soy uno de los seis frailes que actualmente estamos en el centro. Soy codirector y el encargado de la Pastoral. Cumplo los votos de pobreza, obediencia y castidad, pero tenemos libertad para vestir y para todo.
¿Cuántos ucranianos habeis alojado en el colegio?
Llegaron 14 y más tarde dos más. Actualmente tenemos a Nikola e Igor. Ambos tienen cáncer. Bombardearon el hospital donde recibían tratamiento, y ahora lo reciben en el Virgen del Rocío. Igor tiene 26 años y es campeón de boxeo de Ucrania, y Nikola es un sacerdote ortodoxo. En un mes quiere volver a su país para ver a su familia.
¿Hablan español?
No. Nos comunicamos mediante una aplicación del móvil que traduce del español al ucraniano y viceversa.
Eres la cabeza visible de la acogida de ucranianos en San Hermenegildo. ¿Cómo te involucraste?
Fue de forma colateral. Un amigo de la Hermandad de Oración en el Huerto me pidió que le dejara un espacio en el colegio para un proyecto. Asistí a una reunión unos 15 días después de la invasión de Ucrania. Un grupo de personas, incluido un empresario de la medicina privada, quería fletar una caravana para ir a la frontera y sacar ucranianos de allí. Yo les sugerí que no fueran porque el dinero que hace falta para un convoy se invierte mejor si se lo das a la gente que opera allí. Pero estaban empeñados en ir, así que yo les pregunté: “Y cuando traigais a la gente, ¿qué?” Así que me ofrecí a acogerlos temporalmente. En un ala del colegio hay cinco habitaciones antiguas de frailes, que reconvertimos para una acogida digna. Pusimos cuatro literas en cada una, así que había capacidad para 20 personas.
¿Cuántas personas se desplazaron a la frontera con Polonia?
Seis. Iban tres vehículos, dos furgonetas y una unidad móvil. No fue fácil, pensaban que era llegar, montar gente y ya está, pero algunos días estaba el ejército polaco. La comunidad amigoniana tiene una casa en Polonia, que sirvió como base esos días.
¿Qué pasó en el colegio la noche del 27 de marzo?
Fue muy emocionante, les recibimos con pancartas y mucho cariño. En ese viaje vinieron nueve personas: un matrimonio (Daria y Andrei) con tres niños, una pareja de hermanas y dos mujeres de 23 y 25 años que se habían conocido en la huida. Estaban desubicados tras un viaje tan largo.
¿Cómo se involucraron los alumnos, los padres y el profesorado?
Se volcaron de manera extraordinaria. Queríamos que todos sintieran como suyo el proyecto. Trabajamos una semana antes para sensibilizar y concienciar a los alumnos. Una ucraniana vino a enseñar palabras básicas del idioma y hablarles de su cultura.
¿Cómo fue para los ucranianos?
En general bien, pero no ha sido fácil para ellos. De una semana a otra pasaron de tener una vida tranquila en sus casas a vivir en otra cultura y con un futuro incierto. Sienten desarraigo y los hombres, además, culpa por no estar defendiendo a su país. Una chica me decía: “Hace un mes tenía mi piso, mi coche y ahora para comprarme un Tampax tengo que pedirte dinero”.
¿Y cómo ha sido todo para ti?
Ha sido una experiencia maravillosa. Pero veía lo que se me venía encima. La iniciativa se hizo viral. Me llegaban 200 correos diarios ofreciendo ayuda, teníamos que decir “No, gracias”. Lo llamamos “Proyecto Acogida” y nos dividimos en cinco comisiones: Educación, Acogida, Trámites, Logística y Equipo Técnico, con cuatro psicólogos expertos en guerras.
¿Todos voluntarios?
Todos. Les dije: “Aquí no hay un euro. El que quiera ayudar, ¡al tajo!”. Entre las cinco comisiones éramos 33.
Dices que te ofrecían camas, ropa… y echabas ayuda para atrás.
Sí. Decía Luis Amigó que “hay que hacer el bien, pero hay que hacerlo bien”. Ayudar no es fácil. Con dar techo y comida no basta, no has cumplido. Hay que darles material nuevo, no usado, para que se sientan dignos. Y hay que hablarles, pasear, ayudarles a evadirse, que se sientan útiles…
¿Y eso se ha cumplido?
Creo que sí. No hubiera sido posible sin la solidaridad de la gente de Dos Hermanas. Las hermandades han estado chapó. Han aportado productos de higiene, ropa nueva, medicina, se han llevado niños a la feria, a la playa, los han invitado a cumpleaños… Los de la pastoral de jóvenes se venían por las tardes a jugar al voley, a las cartas… Acoger es pasar el tiempo, estar.
¿Qué sabes de los demás?
El objetivo era ese, que este fuera un lugar de tránsito. A Ucrania ha vuelto una. El matrimonio se fue a San Fernando y ya se ha independizado; a las jóvenes les encontramos trabajo en una cafetería de Granada. En agosto vino con sus padres la niña de tres años y dijo: “¡Qué bien, estaba deseando volver a casa!” Fue muy bonito oír eso.
¿Quedan ucranianos en la ciudad?
Sí, mínimo unos 100. Los hay en casas, en pisos y otros en un hostal.
¿Vais a acoger más?
No, de momento nos plantamos.