Aquí viven, de forma transitoria, 20 personas que llegaron a España en patera. Cuando se vayan, vendrán otros. Un bello engranaje de solidaridad les brinda ayuda y cariño
Primero se jugaron la vida subiéndose a una patera, la mayoría sin saber nadar. Después llegaron a Canarias dejando atrás cadáveres de otros que lo intentaron con peor fortuna. Solicitaron asilo. El CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) se encargó de ubicarlos por sus centros en nuestro país, ayudándoles en su adaptación mientras se llevan a cabo los trámites administrativos.
En 2023, 56.852 inmigrantes llegaron a España de forma irregular. Dos Hermanas también participa en el movimiento solidario que les ayuda y en este país por el que apostaron su vida.
De Canarias a Dos Hermanas
He quedado en Los Jardines con el maestro y psicopedagogo Álvaro Oliver. Es uno de los cuatro socios de “Proyectos Educativos EIPO”, una cooperativa de interés social y sin ánimo de lucro. Forma parte del grupo llamado Ergos, que trabaja en tres proyectos: la orientación profesional, la atención a niños con autismo y la acogida a refugiados. Álvaro me lleva, en la calle Santa Ana, al edificio donde durante años estuvieron los Hogares Santa Ana. Ahora es el hogar provisional de 20 personas, una de ellas una chica embarazada de nueve meses. Cuando se publique este reportaje ya habrá dado a luz.
Sonrisas y saludos
“Cuando llegan a España, los inmigrantes pasan por diversas fases. Aquí están los de la Fase 0, es decir, los que han llegado a Canarias, han sido trasladados a la península y son acogidos aquí de forma transitoria por un máximo de tres meses”, explica Álvaro. “Nosotros nos encargamos de su situación administrativa, su salud, su manutención y su alojamiento”.
Entramos en la casa. De los 20 acogidos, 16 son personas enviadas por CEAR. Las otras cuatro plazas son privadas, “gente que ha perdido la condición de refugiado y es especialmente vulnerable”. Álvaro saluda por el pasillo a Mammadou, que ya ha terminado de desayunar y va a dar un paseo. Todos son subsaharianos veinteañeros. Tienen libertad para entrar y salir. Solo están obligados a dormir aquí. Sonríen con ganas, a pesar de la incertidumbre que impera en sus vidas. “Tienen muchas ganas de integrarse, de hacer vida aquí. Pero saben que esta casa es solo un sitio de paso, un punto más en su ruta”, señala Álvaro. “CEAR envía muchos al Hostal El Emigrante, pero aquí están más arropados y por eso trae a los más vulnerables. Nosotros les damos herramientas. Tenemos más de 30 voluntarios de “Sonríe por África”, la mayor parte jubilados, que les dan clases de español, aunque algunos ya lo chapurrean cuando llegan. También les consiguen ropa, porque muchos vienen con lo puesto. Los voluntarios piden por redes unos botines del 43 hasta que los encuentran. También generamos actividades de dinámica para que conozcan el entorno. Los llevamos a eventos gratuitos, como conciertos en el Auditorio, o van a jugar al fútbol al Club Vistazul, que les cede una pista durante dos horas los sábados y domingos”. Amed (véase la página adjunta) ha dado un paso más y es jugador del Ibarburu.
Un sistema perverso
Para Ergos trabaja un equipo formado por una trabajadora social, una cocinera, un ayudante y cinco integradores sociales, que en muchos casos son antiguos acogidos. La cooperativa dispone de dos casas en Dos Hermanas. Además de esta en la calle Santa Ana, hay otra con 32 plazas en una antigua residencia de ancianos en la calle Gustavo Bacarisas. Alvaro Oliver detalla que también en esta segunda sede tienen reservadas cuatro plazas “para personas fueras del sistema”, por las que se muestra especialmente sensible: “Mientras están aquí, el Ministerio del Interior estudia cada caso. Para que la solicitud de asilo sea aprobada, deben reunir algunos requisitos. Deben demostrar por ejemplo que su vida corría peligro en su país de origen. A los marroquíes no suelen darle asilo porque en Marruecos no hay guerra. Si a alguno se le deniega el asilo, queda automáticamente fuera del sistema. Es un sistema perverso, como la pescadilla que se muerde la cola. Si no tienen papeles, no pueden trabajar y acaban en la calle. Y tampoco nadie los devuelve a su país. Si no fuera por entidades como las nuestras, estas personas quedarían totalmente desamparadas. Por eso tenemos plazas para atenderlas y les ofrecemos una formación”.
Varios de los acogidos me esperan para una entrevista. Cuando estoy charlando con Abdou, Jean Claver y Amed, otros tres repasan apuntes en la otra esquina de la mesa. Esperan a Celso, un voluntario que acaba de llegar en tren desde Sevilla para darles clase de español. “Vengo todos los miércoles. Les enseño un español de primeros auxilios y tienen muy buena actitud de aprendizaje y de apoyo mutuo. Los africanos tienen un oído fino para los idiomas, porque allí hay muchos dialectos”.
Detecto esa camaradería que comenta Celso. Todos tienen la vida por delante y han logrado su sueño de llegar a Europa. Sus miradas despiertas están llenas de esperanza.
Más información sobre este proyecto en este enlace.
Abdou: “En la patera de Senegal a Canarias murieron más de la mitad. Tirábamos sus cadáveres al mar”
Abdou Gueye tiene 23 años. Su mirada comunica que cree firmemente en un mundo mejor, y por esa razón salía todas las noches de su casa en Senegal buscando una patera que, de forma clandestina, saliera rumbo a Canarias. “De madrugada, mi madre se levantaba de la cama y, al ver que yo no estaba, se preocupaba porque ella sabía que yo quería irme”, explica. “Un día, burlando a la policía senegalesa, encontré una patera que iba a salir y lo primero que hice fue llamar a mi amigo Mammadou, cuya madre, que se ganaba la vida vendiendo en la calle, había muerto hacía poco. No quería irme sin él. Se vino con lo puesto, se montó en la patera y hoy estamos los dos en España gracias a Dios”.
Aquella embarcación llegó a Tenerife el 31 de octubre de 2020 tras una penosa travesía. Las mareas alargaron el viaje previsto de seis días a once, y pronto se quedaron sin víveres. “Montamos en la patera dejando la mitad de las cosas en la playa porque la policía nos perseguía. Al quinto día ya no teníamos agua. Bebiamos agua del mar, y la mezclábamos con la leche. Yo tenía la piel enrojecida por la humedad. Muchos se volvieron locos. Los que morían los tirábamos al mar”, recuerda con tristeza. De los 180 subsaharianos que subieron a aquella patera, solo llegaron 85. “Cuando contacté con mis padres, ya habían pensado que yo había muerto”.
El 15 de junio de 2021 llegó a San José de La Rinconada y, tras un periplo por varias localidades, vino a Dos Hermanas a finales de ese año.
“Me saqué la Educación Secundaria para Adultos (ESA), estudié Enfermería y ahora estoy en 1º de Integración Social”, dice. “Estudiando en Ergos conocí a mi actual novia, una chica de Los Palacios que se llama Teresa. Estamos enamorados y los dos tenemos el mismo objetivo: mejorar el mundo”.
Indago más en su pasado, en las razones que tuvo para arriesgar su vida cruzando el océano sin saber nadar. Su respuesta me sorprende: “No vine por hambre ni por falta de recursos. Vine por un sueño. Yo estudiaba Historia en Senegal, pero allí los que estudian acaban sentados por las calles. Yo vine a estudiar y a buscar conocimiento. Quiero hacer algo importante”. Y añade: “Muchos de los que vienen en patera tienen dinero para pagarse un billete de avión. Mi padre también me lo quiso pagar. Pero es más fácil tener un hijo que te den un visado. Te piden tantos papeles y tienes que esperar tanto que acabas aburriéndote”.
Le pregunto, por último, si tiene algún proyecto en mente. Dice que sí: le gustaría construir en su pueblo de Senegal una lonja, “para que la gente trabaje y no tenga que irse del país”.
Jean Claver: “Dos Hermanas me gusta mucho, creo que me quedaré aquí”
Su nombre, Jean Claver Doué, es francés porque ese es el idioma oficial de su país de origen: Costa de Marfil. Un día salió de su ciudad natal, Blolequin, y dejó atrás a su madre y a sus cinco hermanas. Su padre ya había fallecido. También abandonó sus estudios en la capital, Abiyán, para hacer más de 4.000 kilómetros, atravesar África y llegar a Marruecos a través de Mali y Argelia. En esos países tuvo que trabajar para conseguir dinero y seguir pagando el viaje. Hace tres años, de un punto indeterminado del Sahara, cerca de la excolonia española de El Aaiún, él y otras 48 personas embarcaron en una patera. “Salimos a las 6 de la mañana y llegamos a Fuerteventura a las 2 de la tarde. Estuvimos a punto de irnos a pique por el mar revuelto y porque el motor se paró. Yo no sé nadar y pensé que ahí se acababa todo”. Pero no acabó. Algo empezó.
En 2021 llegó a Dos Hermanas. “Es un sitio tranquilo, con gente amable. Me gusta mucho y creo que me quedaré aquí”. Todos los días coge el tren para desplazarse a San José de La Rinconada, donde estudia el segundo curso de un Grado Medio de Electromecánica de Vehículos. “Todos mis compañeros son españoles”, dice con una sonrisa que nunca borra de sus labios.
Comparte habitación en el hogar de refugiados de la calle Santa Ana con otro compañero. Se le ve a gusto, bastante integrado. Dice que es sevillista y también del Real Madrid. “Jugamos al fútbol en el Club Vistazul, soy centrocampista. Una vez jugué de prueba en el Ciudad Jardín de Sevilla, pero me lesioné con un esguince”.
Pronto conseguirá el documento de arraigo, otro paso más en su regularización en España. El Ayuntamiento de Dos Hermanas está en vías de ofrecerle unas prácticas en una empresa, que le ayudarán a aprender una profesión. Tiene ganas de trabajar, de casarse, de volver a ver a su madre. “En mi país los hombres son los jefes de la familia; ella se siente un poco sola”.
Amed: “Juego de carrilero en el Ibarburu, pero también soy del Betis”
Amed parece tímido pero pronto coge confianza y me da detalles de su vida. El próximo 12 de febrero cumplirá 20 años. Su caso es especial: no llegó en patera. Vino en avión. “Mi tío trabajaba en una casa de acogida de niños en Dakar, llamada “La Casa de Colores”. Yo paraba mucho allí, y todos los años venían españoles de “Sonríe por Africa”. Vieron que yo jugaba a las damas, que tenía capacidades e inquietudes. Me preguntaron si quería estaudiar en España y sin dudarlo dije que sí. Mi madre me apoyó porque desde pequeñito siempre dije que me gustaba España”.
Ergos le otorgó una beca y le tramitó la documentación necesaria: un seguro de vida, una plaza para estudiar y una entidad que se responsabilizara de él. La embajada lo aprobó y Amed llegó a nuestro país en el verano de 2022. “España es muy diferente: las calles, la manera de vivir… Comparado con Senegal, aquí tendré una vida mejor. En el futuro me veo trabajando y entre mis proyectos tengo el de montar una peluquería en Senegal, y que la gestione gente de mi confianza”.
Al llegar a Dos Hermanas, Amed comenzó estudiando Enfermería pero no le gustaba. “Me he cambiado a un módulo en el Colegio Antonio Gala. Estoy en 2º de un grado medio de Actividades Deportivas en la Naturaleza”. Como a todos los senegaleses, le encanta el fútbol y juega de carrilero izquierdo en el equipo senior del Ibarburu. “Voy a entrenar los martes, jueves y viernes”. Y se inclina por el Betis: “Uno de los monitores de aquí, Álvaro, me llevó al Benito Villamarín a ver un Betis-Roma de Liga Europa. Ese fue el primer partido que vi del Betis y ya no me cambio de equipo”.
Reconoce que no tiene amigos españoles. Le pregunto por qué no tiene amigos en el instituto y contesta que se incorporó tarde y que “no nos comprendemos bien”. Lo que sí le gusta es ir a Sevilla, a pasear por el río y bailar en las discotecas. “Ligo mucho”, dice, y sonríe.