Agustín Claro y Ana Salguero o cómo seguir enamorados a los 89 años

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Agustín Claro y Ana Salguero
Agustín Claro es el quinto Agustín en línea directa de su familia y también llamó Agustín a su hijo. Sus hijas son Ana Dolores y Carmeli. En la foto, con su esposa Ana en el patio de su casa en calle Segovia.

El hambre marcó su infancia. Se hizo monaguillo solo para comerse las hostias. Hoy cuida a su esposa, que perdió el habla por un ictus

Hace once años, a Ana Salguero le dio un ictus mientras disfrutaban de unas vacaciones del Imserso. Desde entonces a Agustín Claro, su marido, no se le ve por la calle. Dedica todo su tiempo al cuidado de Ana. Aunque ella ha perdido la facultad del habla, asiste a la entrevista, sonríe y hace gestos para resaltar algo de lo que me cuenta  su marido. Agustín le hace guiños cómplices, le habla con cariño, la acaricia. A los 89 años, es un hombre que sigue enamorado de la mujer a la que conoció hace 73, cuando él tenía 16 y ella 15.    

¿Es verdad que, siendo novios, estuvieron diez años separados?

Cierto. Cuando yo tenía 17 años, Carbonell envió a mi padre, que era cocedor, a Córdoba. Estuvimos viviendo diez años en un pueblo, Villarrubia. Yo venía a ver a Ana todos los meses en mi moto. A veces me iba en el último tren y siempre me escondía de los maricas. La gente preguntaba si era mariquita porque en aquel tren iban todos.

Nació usted en 1933. ¿Recuerda algo de la guerra? 

Era muy pequeño, pero me acuerdo de que un día salimos huyendo todos hacia un olivar porque pasaron por Dos Hermanas 10 o 12 cazas planeando muy bajo y no sabíamos si iban a disparar o a tirar alguna bomba.

¿Cómo fue su infancia hasta que se fue a Córdoba a los 17 años? 

Estuvo marcada por el hambre.  Mi madre, Carmen, era deshuesadora en el almacén de Manolito Gómez. Le faltaba un trozo de dedo, de la máquina deshuesadora. Cuando se iba a trabajar, nos dejaba sentados en un capacho a mi hermana y a mí y, cuando volvía, allí seguía yo. ¡Del hambre que tenía no me llegaban las fuerzas! Cuando era un chaval, nos íbamos a un manchón que había frente a la calle Campoamor y merendábamos tronchos de coles. También he comido gatos, que por cierto están riquísimos. Y si me metí a monaguillo en el Ave María también fue por lo mismo: por el hambre. 

¿Por qué lo de monaguillo?

Porque me comía las hostias. Metía la mano en la lata, cogía 10 ó 12 y me las comía de una vez. Si el cura, D. Gerardo, me vio, nunca me dijo nada. 

¿Qué recuerda de Gerardo Cano, el director de las Escuelas del Ave María?

Era buen profesor, aunque teníamos todos las orejas despegás de los tirones que nos daba. Con una vara larga señalaba los ríos en un mapa que había en relieve. Abría los grifos por los Pirineos y se iban llenando de agua los cauces de los mapas. Había un teatro con un piano y, debajo, un sótano con ratas, donde nos metía cuando nos castigaba.Todas las tardes poníamos tres banderas y cantábamos el “Cara al Sol” con la mano levantá.

¿Lo de que llevaba una pistola es una leyenda o una realidad? 

Es verdad, pero no llevaba una sino dos. Como era monaguillo, yo mismo las vi. Yo le ponía el cinturón, y llevaba colgada una pistola a cada lado. Decía que era por si venía el enemigo.

Agustín Claro y Ana Salguero
Ana Salguero.
Agustín Claro y Ana Salguero
Agustín Claro.

¿Qué hacían para divertirse?

Había un fielato subiendo las escaleras de la calle Campoamor. Tenía una chimenea, y en invierno íbamos allí a calentarnos y darle compaña a los guardias. Como yo tenía una bici, íbamos hasta Ibarbo para avisar a los que venían en Los Amarillos de Ronda o de Algeciras de que había guardias en el fielato. Como mucha gente traía mercancía de estraperlo, el autobús paraba y allí descargaban los fardos y los bultos con café, maíz… y esperaban a la noche para entrar en el pueblo. Nos daban una propina por avisarles. 

¿Cuando abandonó el colegio?

A los doce años el hambre me sacó del colegio y me echó a trabajar. Empecé cogiendo aceitunas del suelo en Trueba y Pardo, un almacén que estaba frente al Hospital Militar. Iba con mi padre en el tren, sin billete y huyendo siempre del revisor, y nos bajábamos en la Venta de la Salud. Un día iba uno vendiendo dos canastos de huevos y, huyendo del revisor, se dejó los huevos en el asiento y me los llevé yo. 

Su vida laboral ha estado viculada a Carbonell, ¿no?

Sí, volví de Córdoba con 27 años, nos casamos en 1962 y trabajé en Carbonell de tapador de barriles. Después me fui de probador. Cuando faltaba aceituna había que comprarla en los pueblos. Yo iba a Morón, Arahal, Pilas….las probaba y las pesaba antes de su compra. Como a veces no había autobuses para volver de esos pueblos, me iba en mi Vespa y Carbonell me pagaba la gasolina. Con 56 años me echaron y trabajé en la imprenta Lappi, en el polígono La Isla.

¿Qué siente cuando ve la Dos Hermanas de ahora?

Lo recuerdo todo. Podría decirte dónde estaba cada almacén, cada casa de vecinos. Pero Dos Hermanas ha cambiado para bien, era un pueblo pegao a la pared.

¿Qué significa esa expresión?

¡Que era un pueblo muy chico!

¿Cómo lleva lo de Ana?

Ya apenas salgo, me rompí la cadera, necesito andador y me dedico a cuidar a mi mujer junto a nuestra asistenta. Así que te aconsejo que viajes mucho mientras puedas, porque todo se acaba. Mira,  yo soy ateo y mi mujer religiosa, pero todas las noches rezamos el padrenuestro. Yo empiezo una frase para que ella la acabe. Soy como su logopeda. 

Ana, guapísima a los 88 años, asiente y me enseña una foto que en 1958 le hicieron para una revista unos americanos en León y Cos, donde trabajó de pesaora. Dejo a los dos enamorados y Agustín me dice que vuelva cuando quiera, que tiene muchas más cosas que contarme.