Además de conservar discos de pizarra que son joyas del flamenco, es el heredero único de los derechos de autor del cantaor Pepe Marchena
En su DNI reza que su nombre es Ildefonso Lucena Cruz. En el mundo del flamenco es conocido como “Alfonso Jaén” o “Niño de Porcuna”, apelativo que hace referencia a su localidad natal y con el que ha publicado seis discos. Acudo a casa de este viejo amigo para que me muestre su impresionante colección de 5.000 discos de pizarra de cantaores flamencos, aquellos que se grabaron entre 1900 y 1914, antes de la aparición de nuevos formatos musicales.
¿Cómo te hiciste con estas joyas del flamenco, Ildefonso?
Los fui comprando por toda España. En 1961 compré unos pocos en El Rastro de Madrid y también he comprado mucho a particulares. A Bilbao fui a comprarle a un cura. Y en Granada murió un hombre y fui para allá porque su familia vendía todos sus discos.
¿Cuáles son los más valiosos?
Los más raros son los monofaciales (de una sola cara), que se grabaron entre 1900 y 1904. Tengo discos de pizarra de Juan Breva, Carmen Amaya, Estrellita Castro, Niña La Alfalfa, Pastora Pavón, Niña de los Peines, La Andalucita, Manuel Centeno, Paquita Gallego… y hasta de Lola Flores, que también grabó en pizarra. Los que nunca vendería son los de Manolo Pavón, cantaor de Dos Hermanas. ¿Quieres escuchar cómo cantaba por malagueñas?
¡Vale! ¿Cómo lo escuchamos?
Con cualquiera de estos tres gramófonos de los años 30 que tengo aquí y que todavía funcionan, dándoles cuerda. ¿Ves? También tengo un fonógrafo al que, en vez de discos, se le ponen rulos o cilindros. Son más antiguos que los discos porque se hacían ya en 1883.
También cantas. ¿De dónde viene tu afición?
Desde jovencito ya cantaba saetas en Porcuna. Yo era alicatador, y tras hacer la mili me fui cuatro años a Barcelona. Alicataba de 5 de la mañana a 12 de la noche, de lunes a viernes. Y los fines de semana me iba a cantar a la Costa Brava. Me daban mil pesetas al día por cantar cuplés y cosas de Manolo el Malagueño. El constructor de Barcelona me pidió que me quedara, pero me volví. En esos cuatro años fui ahorrando e invertí el dinero en terrenos, sobre todo en El Cerro Blanco. Y abrí un almacén de azulejos en Amancio Renes.
¿Qué te trajo a Dos Hermanas?
Llegué con 21 años y ya llevo aquí 62. Éramos ocho hermanos, y vinimos porque mi madre tenía aquí una tía. Recuerdo que en 1961, el año que llegué, la primera saeta que canté en Dos Hermanas fue a la Amargura. Le hice esta letra. ¿Te la canto? “Tú eres la Amargura nuestra, estrella de la mañana, luz que alumbra la existencia a los hijos de Dos Hermanas”.
Todavía cantas muy bien, y eso que acabas de cumplir 83 años…
Sí, la voz no se me ha estropeado, pero ya no canto en público.
¿A quién has escuchado cantar? ¿Con quién te has codeado?
Fui amigo de Juanito Valderrama. Lo conocí desde joven, ya que era del pueblo de al lado, de Torredelcampo. Se aprende a cantar escuchando, y yo he escuchado cantar a Vallejo, a Pepe Pinto, a Manolo Caracol y a La Paquera, entre otros. También conocí a la Niña de los Peines. Yo andaba por el bar de Pepe Pinto, en la esquina de La Campana, y estaba ella allí sentada: “¡Pepe, ponme un café, que me tienes mu harta!”, le decía a Pinto. “Ya voy, Pastora”, decía él. También fui muy amigo de Silverio y del Rerre de Los Palacios.
Eres el socio número 4 de la Peña Flamenca Juan Talega. ¿Conociste a Talega?
Lo escuché cantar con ese cante tan antiguo. Pero nunca traté con él.
¿Cual fue tu relación con Pepe Marchena?
A Marchena lo conocía y lo escuché cantar. Al morir, tuve una bonita relación de amistad con su viuda, Isabel Domínguez Cano. Durante 15 años yo presentaba un programa en Radio Realidad que se llamaba “Amigos del Flamenco”. Isabel vino muchas veces, y yo la acompañaba a los homenajes que le hacían al marido en las peñas. Cuando falleció, me llamaron de una notaría de Marchena para decirme que me había dejado herencia. Me sorprendió porque Marchena tenía sobrinas.
¿Y en qué consistía le herencia?
Isabel me cedía los derechos de autor de Pepe Marchena, en agradecimiento a cómo me había portado con ella. Como titular de esos derechos, un día recibí un documento legal de la cantante Rosalía informándome de que iban a usar la guajira “Te venero”, de Pepe Marchena, en su disco “Los Ángeles” y que percibiría los correspondientes derechos de autor. Hasta ahora he venido percibiendo unos 2.000 euros mensuales por los derechos.
Ildefonso, felizmente recuperado de un reciente infarto, me enseña otras joyas de su colección de antigüedades, como un piano de 1883 que preside el coqueto patio acristalado de su casa.
En una nave contigua, donde también conserva un Renault 4L rojo y un precioso Chrysler, almacena en estanterías miles de discos de vinilo y publicaciones relacionadas con el flamenco. “Mis cinco hijos”, dice, “sabrán qué hacer con todo esto”.