Pepita vivió para su devoción a la Virgen del Rocío y para la hermandad que le da culto
Hoy voy a escribir un artículo muy personal pues hablo de mis dos tías solteras, Ana María y Pepita Alonso Muñoz, muy conocidas y recordadas en Dos Hermanas.
De la segunda he escrito dos artículos, uno en este periódico y otro en el desaparecido boletín del Consejo de Hermandades y Cofradías de Dos Hermanas. Pero, en cambio, de mi tía Ana María, tita Madrina para sus sobrinos, sólo he hecho leves referencias. Y es de justicia que hable de ella porque ha sido un personaje clave en la Parroquia de Santa María Magdalena de nuestra ciudad.
Empezaré diciendo que fueron sus padres, mi abuelo Antonio Alonso Madueño, agente comercial y agricultor, y mi abuela Ana Muñoz Blanco, que se dedicó a sus labores aunque durante un tiempo regentó una carnicería. Mi abuelo era hermano de Valme y del Rocío y murió con el número tres del Rocío y, parece ser, que con el número uno de Valme. Ello se debió en parte a que durante la República fue de los pocos hermanos que no se quitaron de la cofradía de la Protectora.
Fue también una persona que participó en la política local. Durante el Bienio Negro fue concejal por Acción Popular siendo alcalde el radical José María Gómez Claro. Hay que añadir que mi abuelo era muy de Derechas y profundamente monárquico. Mi abuela, por su parte, era una mujer entregada a su casa.
Mi tía Ana María era la mayor, después venía Pepita, en tercer lugar mi madre Francis, luego Valme, en quinto Mercedes –que murió al poco de nacer- y, por último, Antonio.
Para terminar este análisis de la familia diré que mi madre, dedicada a su casa, casó con Manuel Calderón Martín, bancario, y ha tenido un solo hijo el que escribe estas líneas. Valme, por su parte, es hija de la Caridad de San Vicente y es enfermera. Antonio, pescadero y mítico hermano mayor del Rocío, está casado con Carmen Cardona Mejías y tiene dos hijos: Ana Valme, maestra y madre de José Antonio y Rocío; y José Antonio, agente de seguros, viudo de Pilar Garzón García y padre de Carmen.
Y se preguntaran los lectores porque digo que mis tías eran rocianas y no rocieras. Rociana era el primitivo adjetivo de los devotos de la Reina de las Marismas y mi familia, ‘Los Pelaos’, peregrinaban desde muy antiguo al Rocío. Ya mi bisabuela Ana Madueño Caro –viuda de Juan Miguel Alonso Peñalver- iba al Rocío en los primeros años del siglo XX. Posiblemente nuestra familia y los Jiménez, ‘Los Cocoreras’, y los de Dios, ‘Los Caques’, eran las tres primeras que iban al Rocío y son pilares de la devoción rociana de Dos Hermanas.
Más debo ya centrarme en la vida de mi tía Ana María. Estudió Magisterio en la Escuela de Magisterio de la Iglesia y trabajó en varios sitios. Aparte de dar clases particulares, trabajó en la finca el Pino, en el término de Carmona aunque cercana a Brenes. La finca era propiedad de la que sería una de sus grandes amigas, Ignacia Lasso de la Vega López de Tejada, mujer de Joaquín Sangrán González-Gordon, marqueses de los Ríos. Luego pasó a una guardería de Heliópolis, El Niño Jesús, propiedad de Pilar Barrilaro. Por fin, abrió una guardería propia en la Plaza del Emigrante, en la casa que fue de sus tíos, José Pérez Iborra y Dolores Antonia Muñoz Blanco.
Pero, lo más importante de mi tía, era su vida eclesial. Era consagrada, perteneciendo al instituto secular Alianza en Jesús por María fundado por el sacerdote Antonio Amundarai. Las aliadas eran varias en Dos Hermanas. Pueden citarse a: Laura Núñez Pérez, hermana del sacerdote don Juan Núñez Pérez, y Trinidad Sánchez Moreno, luego fundadora de la Obra de la Iglesia. Y tengo que decir que mi tía vivió intensamente su consagración en la Alianza.
También fue secretaria y presidenta de las Marías de los Sagrarios Calvarios, hoy conocida como Unión Eucarística Reparadora, fundación del santo obispo de Málaga y Palencia San Manuel González.
Mi tía además era hermana del Rocío y de Santa Ana. Tanto a esta última imagen como a la Virgen de Valme le tuvo una gran devoción.
En el Rocío fue directora del coro consistiendo su labor en avisar a los hermanos que componían el coro. Tuvo, en fin, una labor de coordinación.
En cuanto a sus aficiones le gustaba leer y viajar. Fue una impenitente viajera. Pero, ya digo, su afición, su vida, era la Iglesia. De hecho a mí me inculcó ese sentido de eclesialidad y esa devoción que forman parte de mi vida. Entre mi abuela paterna María Martín Lomo, que me inculcó mi amor a la Historia, y mi tía que me inculcó el amor a la Iglesia se formó lo más destacado de mi personalidad.
En cuanto a mi tía Pepita era modista. Su gran afición y su devoción fue la Virgen del Rocío. Ella salía al Valme, en Semana Santa, en el Corpus Chisti pero para lo que vivía entregada era al Rocío. Fue dieciocho años camarera de nuestro Bendito Simpecado. Empezó con Aurora Orozco Franco, camarera de Dos Hermanas pero que pertenecía a una mítica familia rociera de Triana, ‘Los Borojitos’.
Las aficiones de mi tía Pepita eran su trabajo, viajar y, como ya se ha dicho, el Rocío. Vivía para la hermandad, para cuidar el altar y el Simpecado, para vender lotería, etc.
Hay que añadir que las dos hermanas tenían un genio vivo. ‘Las Pelás’ siempre han tenido fama de mujeres fuertes y se dan muchos casos de ellas en toda nuestra larga familia. Pero, precisamente por la fortaleza de nuestras tías, se pudieron hacer muchos avances en la hermandad. Por ejemplo, la actual casa de hermandad, grande y situada en una castiza calle de Dos Hermanas, se compró, en gran parte por la presión de mi tía Pepita.
Y lo cierto es que, la hermandad se lo ha agradecido. Son innumerables los pregones del Rocío donde se nombran a las dos hermanas. Además, mi tía Pepita ha salido en sevillanas del coro. Incluso la sevillana compuesta por mi madre Francis Alonso Muñoz ‘La Virgen tiene en la cara’, se atribuyó un tiempo a mi tía Pepita.
Dos Hermanas es pueblo de grandes camareras y, por ello, destaca tanto mi tía porque rizó el rizo y, además, todo el pueblo se lo reconocía.
Y hay que decir que ambas hermanas, sobre todo Pepita, vieron cumplido su sueño de tener una casa en el Rocío.
Además, la tuvieron donde ellas querían, cerca de la ermita de la Virgen, en el Real, y cerca de la casa de hermandad de Dos Hermanas en la calle Almonte. Y nuestra casa en la Plaza de Doñana, vulgo el Eucaliptal se convirtió gracias a ellas en nuestra segunda casa donde la familia ha disfrutado del puente de la Inmaculada, de muchos fines del semana, del veraneo y, como no, de la romería.
No me cabe duda que nuestra casa ha sido un regalo de la Virgen y el Pastorcito a los desvelos de nuestra tía por su hermandad. Y así acabo nuestro artículo, muy personal y, particularmente, para mí muy emotivo.
Yo le debo mucho a mis tías en lo espiritual y en lo temporal y cumplo dedicándole estas pobres y sencillas líneas.