No se puede ser más nazarena. Nació en un almacén de aceitunas, trabajó en Lissén y vivió 30 años en una hacienda
Es delas pocas casas de la Avenida de Andalucía que permanece como hace 90 años: una sola planta con soberao, techo de tejas, fachada encalada y puerta de madera de dos hojas.
¿Por esta puerta es por donde metía tu padre las vacas, Ana?
Por aquí entraban y salían las vacas, la burra y nosotros. Había que atravesar la casa para llegar al establo.
Antes de sentarnos a charlar, me fijo en una hermosa cuna dorada. Le pregunto por su origen.
Esta es la cuna donde yo nací. ¿Te he dicho que yo nací en un almacén de aceitunas?
Nos sentamos. A sus 93 años, Ana Montaño sigue luciendo unas bellas facciones. Hay quien dice que ha sido una de las mujeres más guapas de Dos Hermanas. Está fresca como una rosa; también su memoria. De hecho, está escribiendo su biografía en un cuaderno que le han comprado sus hijos.
Nací en 1929. Mis padres trabajaban en el almacén de Don Armando Soto y vivían allí, en una casita. Mi madre tuvo al primer bebé muerto, y cuando se puso de parto para tenerme a mí, mi padre salió corriendo a buscar al ginecólogo, Manuel Calvo. Era creyente aunque no practicante, pero prometió que si la criatura nacía bien, vestiría con el hábito de El Gran Poder. Y así fue. Mi madre le compró dos camisas moradas y un cordón amarillo. Se puso ambas camisas a diario hasta que se rompieron del desgaste.
¿Cómo fue tu infancia?
Tengo muy buenos recuerdos. Entre los dos y los cinco años vivimos en Cádiz. Mis padres eran los caseros de un chalet de un señor portugués soltero y muy rico. Cuando se murió, nos volvimos a Dos Hermanas y mi padre no encontraba trabajo. Un día salió sin dinero y volvió con una vaca. Yo le pregunté que qué misterio era ese, y por eso a la vaca la llamamos “La Misteriosa”. Al final mi padre juntó cuatro vacas, y vivíamos de la venta de leche. Él se iba al campo a segar yerba y mi madre vendía la leche. La tenía en unos cubos con una medida de lata de medio litro. Le ponía al cubo un pañito encima para que no le cayeran moscas. ¡Hasta la ropa tendida olía a vaca!
¿Recuerdas algo de la guerra?
Recuerdo los aviones planeando sobre Dos Hermanas. Mi padre trabajaba en Villa Katie y al lado, en la calle Esperanza, los italianos habían requisado un almacén y hacían vida allí. Vinieron a requisar armas y no encontraron, y también querían algo de lo que hubiera sembrado. Mi padre les dijo que no había nada. Sí que había patatas, pero ellos no reconocieron la planta. Eran muy buena gente, las niñas se volvían locas con los italianos. “Mi madrinita de guerra”, me decían a mí.
¿Tu madre fue a los almacenes?
Sí, trabajaba en Lissén hasta que en 1942 cayó mala con la circulación. Así que yo, que tenía 13 años y estaba aprendiendo a tocar el piano en La Sagrada Familia, tuve que dejar el colegio para escoger aceituna en Lissén. Como mi madre tenía el apodo de “La Capellana”, yo era “la niña de La Capellana”. Trabajé allí nueve años. Recuerdo que, velando por las noches en el relleno, ahorré para comprar el ajuar.
Tras siete años de novios, te casaste con Manuel Martínez en 1954. ¿Por qué os fuisteis a vivir al campo, a la hacienda Pie de Gallo?
Estuvimos viviendo en esta casa con mis padres nueve años, pero a mi marido le ofrecieron el puesto de capataz allí y él aceptó, porque le encantaba el campo, se había criado en la finca La Mejorada. Nos fuimos con tres hijos, y los otros dos nacieron allí. Vivimos en Pie de Gallo 30 años.
¿Te gustaba la vida en el campo?
No me gustaba nada, pero era ley de vida. Los tres primeros años estuvimos sin agua y sin luz, alumbrándonos solo con ese quinqué que ves ahí. ¡Lo que yo lloraba, sin que mi marido me viera! Porque él era de campo, era feliz allí. Eso sí, me pasaban gratis el aceite, el garbanzo del año y dos kilos de pan diarios. Cuando veía aparecer a mi padre con la burra, me daba mucha alegría, me parecía el avión de Iberia. Venía cargado de cosas. Pero fuimos felices. Nos reuniamos con los amigos, hacíamos guisos con el tomate y nos bañábamos en la alberca. Después me saqué mi carné de conducir. Conchita Radio y yo fuimos las dos primeras mujeres de Dos Hermanas que nos lo sacamos, en Los Panchitos. Iba a Dos Hermanas en mi Seat 600 de segunda mano, y llevaba a los niños al colegio.
¿Cual ha sido tu relación con la Virgen de Valme y con la romería?
Yo soy muy devota, tengo aburría a la Virgen de Valme. “Tenme aquí hasta cuando tú quieras”, le digo, “pero a los míos, cuídalos”. Voy mucho a verla, pero también le hablo aquí, en mi casa, la tengo por todos lados. Y la romería la he vivido a tope. Desde niña no he faltado nunca, que yo recuerde, a caballo o andando. Este Valme es el primero que no sé si voy a ir, ya me canso al caminar.
¿Qué diferencia ves entre el Valme de antes y el de ahora?
Recuerdo cuando venía la banda de cornetas delante, tocando la diana. Ahora hay mucha aglomeración, demasiada gente. No digo que el Valme de ahora sea peor, pero es una barbaridad por mucho orden que quieran poner.
¿Cómo resumirías tu vida en pocas palabras?
He tenido una vida muy feliz, con un marido extraordinario y cinco soles de hijos. No puedo pedir más…
Se emociona. Su marido murió en 2011. Me despide con su bella sonrisa y se pone a hacer punto.