A los 64 años, aprendió a leer, se sacó el graduado, asistió a lecturas de Alberti y se carteó con famosos
Nos cuenta Hollywood que Benjamin Button fue un bebé que nació viejo y que, en vez de cumplir años, los restaba, de manera que los mejores años de su vida fueron los últimos. Angeles Ruiz Valladares fue la Benjamin Button nazarena, con la singularidad de que su caso no es un invento cinematográfico: es real. Fue a partir de los 60 años cuando atisbó, con extraordinaria lucidez, que la vida aún podía ofrecerle lo que hasta entonces le había negado: libertad. Para aprender. Para ir y venir. Para gozar de los sentidos.
Tras unas duras infancia y adolescencia, a los 23 años se casó y empezó a tener hijos: nueve. En 1970, con 40 años, dio a luz al último.
Cuando todos crecieron y volaron, y quedó sola con su marido, afloraron en ella deseos reprimidos durante su infancia. La abuela soñaba con ser niña de nuevo. “Envuelta en mi bufanda/ a la escuela me dirijo./ Yo me olvido de mi casa/ y me olvido de mis hijos”, escribió.
La Escuela de Adultos fue la puerta de su nueva vida. En 1994, con 64 años, obtiene, entusiasmada, el título de escolaridad. Comienza a hacer lo que haría cualquier colegiala. Descubre a Lorca, a Machado. Intenta imitarlos con sus poemas. Dedica versos al amor, las estaciones (“El invierno, con sus vientos”), al costalero, a Santa Ana, a Andalucía; con su mirada, a veces pueril, desgrana al ser humano (“Camina la verdad / al lado de la mentira./ Sin mentira no hay verdad,/ se diga lo que se diga.) y se detiene en sutilezas de la naturaleza, como la nieve (“alfombra silenciosa”) o la mariposa en su vuelo, “esmero de Dios”. Caminaba hasta “El Tomillar” a llevarle poemas a su médico, Joaquín Martínez.
Descubre, además, que por Dos Hermanas pasa un tren que la conecta con el resto del universo. Sin compañía alguna, se plantó un día en Cádiz para conocer a Rafael Alberti.
Con edad avanzada, iba sola a la feria, a los toros. A veces dejaba acostado a su marido (que no aguantaba su ritmo), se arreglaba y se iba a bailar a la discoteca. Pura juventud, Ángeles “Button”…
También se preocupó por mejorar su entorno. Con sus reivindicaciones marchaba al Ayuntamiento, donde la conocían todos los concejales. Al alcalde le pidió una escalera mecánica para el subterráneo del Mercadona, “muy difícil de subir para las personas mayores”.
En 2006 falleció su marido, Antonio. También ella estaba enferma, pero nunca dejó de fabricar ilusiones. Le envió cartas al papa, al rey, a la princesa de Asturias, a Rajoy, al alcalde de Sevilla, y todos contestaron agradecidos. Sus dos últimos poemas los escribió en la cama: uno dedicado a Santa Claus, y el último, el 20 de enero, a la primavera, “cuando las abuelas se lavan y se peinan”. Angeles Ruiz, un ejemplo de superación, falleció el pasado 9 de marzo a los 87 años. Seguro que ya tiene una buena formada en el cielo…
LA TARDE LUMINOSA
El aire está encantado.
La blanca cigüeña dormita, volando.
Las golondrinas se cruzan,
tendidas las alas agudas
al viento dorado,
y en la tarde risueña
se alejan volando, soñando…
La blanca cigüeña, como un garabato,
tranquila y disforme, disparatada
sobre el campanario.
Es una tarde cenicienta y mustia
destartalada como el alma mía (…)
MI AMOR
Tengo en mi pensamiento
tu imagen retratada.
De eso nadie me podrá privar.
El amor de mis amores
viviendo su libertad;
en mi alma, la angustia
que nadie me puede quitar (…)
No me quejo de mis males,
que mis males, míos son.
me quejo porque no me buscas
como te busco yo.
Angeles Ruiz Valladares
Una vida dedicada a los demás: cuidó de 9 hermanos y 9 hijos
Angeles Ruiz Valladares nació el 12 de marzo de 1930 en Las Cabezas de San Juan. Su padre era de Estepa y su madre, lebrijana. Al ser la mayor de diez hermanos, tuvo que arrimar el hombro en los duros tiempos de la posguerra. Pasó su infancia en el campo, recogiendo algodón y aceitunas.
En 1946, su padre, que era conductor, consigue un puesto en “Los Amarillos” y la familia se traslada a Dos Hermanas. Aquí la familia prosperó. Angeles trabajó siete años en distintos almacenes: primero Serra y Pickman, después Lissén y León y Cos. “Son como una procesión” -escribió-. “Se ven pequeñas luciérnagas aquí y allí desfilando hasta la puerta del almacén. Son los carbones encendidos que, en latas, llevan las aceituneras, para no congelarse de frío”.
Con 23 años, en 1954 (“tres días antes de la nevá”), se casa con Antonio Mejías Martín, de la familia de los “Chaparrejo”, al que conoció por ser vecino, como su familia, de la calle Francesa. El matrimonio tuvo nueve hijos (en la foto). Su primera residencia estuvo en Venta Bermeja, después en El Amparo, La Moneda y Las Ganchozas.