1989
Ha llegado su esposa, Anita, a traerle la cena, y se ha encontrado intacto el canasto del almuerzo. “Come algo”, le susurra con dulzura. Arias parece vivir del aire. El tercer domingo de octubre se aproxima y su mente, sin duda iluminada por la Virgen a la que venera, dibuja madroños, amapolas, filigranas imposibles. Sus dedos, apéndices de su alma artesana, entrelazan ramitas de tuya con exquisita delicadeza y destreza, la que le dan casi 6 décadas pariendo sueños de colores. El prodigio es que lo hace con la ilusión intacta de la primera vez, cuando (con sólo trece años) llevó a Cuarto su primera carreta. Era la Romería de 1931.
“Come algo, Arias”. Pero Ana -su cómplice, su compañera, tan enamorados siempre- conoce bien a su marido. Sabe que comerá poco (y dormirá menos) hasta que, el sábado de vísperas, dé el toque final a sus carretas. Lo hará a última hora, cambiando los cuelgues por otros que nadie imaginaba, sorprendiendo así incluso a los íntimos que se pasaron a verlas días atrás.
En casa de los Arias se respira Valme los 365 días del año. El lunes, tras la última romería, ya estaba José haciendo dibujos para la próxima. Este verano, en Chipiona, hablaba de las siemprevivas, flores que había plantado para incorporarlas a las carretas de este año.
Esta mañana hizo algo extraño. Los niños, que pararon de corretear por la nave, se pusieron a ayudarle a hacer flores. A él le gusta. Sus menudos dedos dan pellizquitos a las flores y permiten que se vea el pétalo. “Vamos a llevarla fuera”, pidió a los mayores. Le ayudaron a sacar la carreta fuera, a la luz del sol de octubre. Arias la observó, detenidamente, desde varios ángulos, y después la volvieron a meter. A nadie explicó lo que realmente comprobaba. Quería ver las flores en su conjunto a la luz del sol: la misma luz de la romería. Detalles, sombras, perspectivas que no se aprecian en la penumbra de la nave. Es el gesto de un genio, de un Artista. Lo es también que no use metro, compás ni plantilla. Sólo sus tijeras. Aún así, consigue que sus carretas luzcan medidas perfectas, las flores (de papel, o de tela) parezcan reales y el conjunto rebose armonía.
“Venga, déjalo por hoy y come algo”. Arias por fin hace caso a su mujer. Se levanta, coge su bastón y apaga el tocadiscos donde sonaba Concha Piquer (hace un rato era Gracia Montes). Se come sin prisas el plato de arroz con leche (su preferido) y se toma sus pastillas con un vaso de agua. Tiene 71 años, su vida no ha sido fácil. Herido en una pierna durante la Guerra Civil y toda una vida trabajando: en León y Cos y en la venta de lotería. Aunque de sus labios no sale una queja, su salud es delicada; ya no le permite tantos esfuerzos como antes. Sabe que estas carretas serán las últimas. Y también sabe que su legado no se olvidará. Él siempre será “Arias, el de las carretas”.
Asimétricas y con no más de 3 colores
Cada octubre, toda Dos Hermanas espera, expectante, las dos carretas que pare Arias. Él es “el Armani de las carretas”. Las suyas marcan tendencias para años venideros. Detalles que él incorporó (como aquellas columnas de varas de nardos de 1944) aparecieron años después en la carreta de la Virgen. José es de pocas palabras, pero de ideas deslumbrantes. Si se escribiera un decálogo de su arte, algunas de sus reglas no escritas serían: huida de la simetría, combinaciones de no más de tres colores (más el verde tuya ya serían 4), buscar binomios “que den luz” (como el rosa y el negro) y evitar el marrón. Y para que luzca, no más de 16 niñas (cuatro por flanco máximo). En la foto, carreta de Arias de 1981.