«Entré en la fábrica de yute con 12 años, un día me pillaron jugando a piola»
Antes que los almacenes de aceitunas, la Fábrica de Hilados de Yute (de la que hoy solo queda en pie su chimenea) fue la primera referencia industrial de Dos Hermanas. Miles de nazarenas trabajaron allí como hiladoras. Ascensión Montoro Prieto era una niña cuando entró allí para ayudar con un jornal a sus padres: Manuel (maestro albañil) y Mercedes, conocida como “Quiqui la del Rincón”.
A su vocabulario infantil se incorporaron términos como “cilindros”, “ruedas” y “mecheras”. Hoy, con 93 años, nos recibe con una sonrisa y miles de recuerdos.
¿Qué recuerda de sus 38 años en la fábrica de yute?
Todo. Me llamaban “La Sión”. Al entrar te daban una ficha. Yo era la ficha 126, cobraba 7 pesetas semanales. Recuerdo hasta el nombre de las máquinas. A una la llamábamos la “Escarda”; a otra la “Sóstenes”, era por la que pasaban las alpacas. Yo al principio trabajaba con el esparto, y a las veteranas las ponían en las máquinas con los carretes.
Era usted una niña en 1942…
Claro, tenía 12 años cuando entré. El director, Manuel Aguilar, pasó un día por allí y me pilló jugando a la piola. Se lo dijo a mi encargado, Roberto, que era una bellísima persona y me ayudó mucho.
¿Cuántas horas trabajaba?
Eran turnos de 8 horas: de noche, de mañana y de tarde. La fábrica no paraba. En el de la noche se salía a las 5 de la mañana. A mí me interesaba ese porque cuando ya tuve a mis hijos mi madre se podía quedar con ellos por la noche. Recuerdo que, para avisar del cambio de turno, a las 4.30 sonaban tres pitadas de vapor, a menos veinte sonaban dos y así hasta las 5. Solo se descansaba los domingos y el día de Navidad. Y en la jornada teníamos media hora para comer. Me llevaba mi bollito de pan, unas pijotitas fritas y un botellín.
¿Cómo fue su infancia?
Me lo pasaba bien a pesar de las penurias. Nací en el patio de vecinos de La Mina; los Talega eran unos de mis 19 vecinos. Jugaba al diábolo, a los cromos. Me tiraba la Cuesta de los Machaos cuesta abajo con un aro de madera. Cuando salían las carretas del Rocío me iba a Los Jardines a bailar boleras. El padre de Mariquita La Bolera era peón de mi padre y yo aprendí fijándome cómo bailaba.
Tuvo usted que haber sido algo traviesa, ¿no?
Sí, y muy callejera. En mayo me iba con mis amigas por la carretera de la Isla, que estaba llena de moreras. Un día nos cogió una tormenta y me metí en el hueco de una alcantarilla. Cuando llegué a mi casa, mi madre quería sacarme a escobazos de debajo de la mesa.
¿Pasó hambre?
Con la guerra pasamos penurias, éramos cinco hermanos. He comido cáscaras de habas, carranchas, tortas de harina de maíz. El Garaje del Coriano lo convirtieron en un cuartel para los soldados italianos y allí nos íbamos a por el “rancho”. Nos daban lentejas y potajes en cacharritos de aluminio. La comunión la hice vestida con un babi y unas alpargatas blancas prestadas. Ya de casada, viviendo en las Casas Baratas, mataba las ratas a escobazos. ¡Vamos, que nunca he vivido con muchas comodidades!
¿Cómo se divertían en aquellos años los adolescentes?
Ibamos al cine, a veces me colaba. En el Ideal íbamos al cine mudo y en el Cine Español nos subíamos al gallinero. La primera película que vi fue “María de la O”. Al entrar nos regalaron polvos “Tabú”. Había que tener cuidado porque en la calle Real te caían pellizcos en el culo.
En 1956, con 28 años, se casó con Antonio Huete tras once años de noviazgo. Veo en las fotos que era usted muy guapa…
Yo era bonita, no guapa. Él era de Víznar (Granada). Lo conocí en la vaqueriza de Santa Teresa, donde él trabajaba con los animales. Allí se colocó una amiga mía y yo iba con ella a la alberca. Él no me hablaba. Yo llevaba una batita de percal, con fondo grana y lunares blancos que me hizo Fernanda “La Piñona”. Me tiraron a la alberca y la bata encogió, ¡qué risa! Empecé a gustarle, se arrimaba. Pero él tenía novia, compañera mía de la fábrica. En el Arenal nos montamos en unos waitomas de cadenas… ¡y la novia me vio!
Antonio trabajó en la construcción. Ya falleció. Tuvieron dos hijos, Antonio y Manolo, que hoy cuidan a su madre con devoción. Antes de irnos, Ascensión nos regala esta coplilla que, con 16 años, cantaba con sus amigas viniendo del Valme: “Vengo borracha perdía / a costa de mi dinero / que mira como vengo. / Traigo las calzonas blancas / cosidas con hilo blanco /que mira como vengo”.