1977
Jamás confiesa un secreto y, a pesar de ser algo mal hablada, es la persona más querida de la familia
Se ha lavado la cara para quitarse la crema “Maderas de Oriente” con la que hoy, que ha salido, se ha maquillado. Se ha metido en la cama y ha besado la estampita de la Macarena que guarda, junto a otras imágenes, bajo la funda de la almohada. Ya todos duermen. Antes de cerrar los ojos ella también, repasa mentalmente el día que termina. Ha sido una jornada larga la de “Chati”. Levantó a las niñas, las llevó al colegio, fue al mercado, se colocó su delantal, hizo las tareas caseras, preparó el almuerzo y llevó al doctor Alba a un aviso. Él no conduce por una minusvalía en el pie. Por la tarde, fue a Dos Hermanas a ver a su familia.
Resulta complicado calificar el papel de Aurelia Pizarro Palacios en la casa de los Alba Romero. Al principio, cuando llegó con 16 años a aquel palacete de Dos Hermanas (“El Carmen”), su rol era el de una empleada interna del hogar. Y, técnicamente, es lo que sigue siendo. Pero lo de “interna” se le queda ya muy pequeño; también si dijéramos que es un “ama de llaves”. Su fidelidad, su generosidad y, sobre todo, su extraordinaria disposición para asumir las diferentes funciones de la casa la han convertido, con los años, en un miembro más de la familia. Con Javier Alba (de profesión pediatra) y su esposa Concepción Romero (hija del doctor Angel Romero Encinas, tan querido en Dos Hermanas) se sienta a la mesa como una más. Está criando a sus tres hijas (Conchita, Pastora y María del Mar, a las que suele tapar las travesuras para que no sean castigadas) y se siente con fuerzas incluso para sacar adelante una futura tercera generación.
“No sé planchar, pero aprendo”
Es una mujer de carácter. De vez en cuando suelta alguna palabrota, pero todos se ríen. Se le perdona. Todo lo que sabe lo ha aprendido entre las paredes de esta casa. “¿Sabes cocinar?”, le preguntó en 1945 Ángeles, la esposa del doctro Romero, cuando la admitó en el servicio. “No, pero aprendo”, contestó. “¿Sabes planchar?”. “No, pero aprendo”. Todo (incluso a escribir y a conducir) lo aprendió allí Aurelia, quien por su chata nariz fue “bautizada” como “Chati”. En 1964 la familia abandonó Dos Hermanas y, siguiendo los destinos profesionales del doctor, se mudó (“Chati” incluida) a Puebla de Cazalla, Tarrasa (Barcelona) y finalmente Sevilla, donde ahora reside.
Tres pretendientes y un ajuar
Si “Chati” sigue soltera es porque quiere. Pretendientes ha tenido por lo menos tres en Dos Hermanas: “El Cantarero”, otro al que llamaban “Masantines” y, el más serio, Jesús. De ese sí que se enamoró. Tenía una fábrica de mantecados en Estepa y estaba loco por ella. Pero un día le contaron que había andado con otra y no le perdonó. Lo plantó con el ajuar y todo. Él acabó casándose con otra y, hace poco, al cabo de los años, se volvieron a encontrar: “Si te casas conmigo, dejo a mi mujer”, le soltó.
Pero ella no quiere más familia que la que ya tiene. Se siente muy querida y realizada: confidente, madre y amiga; tres en uno.
Por fin le vence el sueño. Mañana será otro día maravilloso, lleno de secretos y quehaceres.
Su cariñosa tía era realmente…su madre
Hasta los nueve años no se enteró Aurelia del gran secreto de su vida, el que todos a su alrededor conocían excepto ella: su madre no era su madre.
La historia es la siguiente: Felisa Palacios, su madre biológica (en cuyo regazo está Aurelia en esta foto), quedó embarazada de un primo hermano. Permaneció soltera, pero decidió tener el bebé. Era el 27 de mayo de 1929 cuando dio a luz a una niña a la que llamó Aurelia. En vez de criarla , la dio en adopción a su hermana Rafaela y a su marido, Manuel Pizarro, matrimonio cuya economía era más holgada. Aunque ya tenían cinco hijos (Cristina, Manuel, Antonio, Rafael y José), la pequeña Aurelia fue recibida con alegría y criada como una hija más. De hecho, era el ojito derecho de Manuel, su padre y también su tío.
Cuando, por un descuido malintencionado, conoce la verdad, entiende por qué su tía Felisa, al visitarla, la trataba con un cariño especial y le llevaba más regalos que a su hermana Cristina: era su verdadera madre.
Pero la vida continuó. Nunca arrastró carencias afectivas. Al contrario: la “Chati” es pura generosidad. Reparte amor por donde va, especialmente a la familia para la que trabaja. Su canción preferida es “Madrecita María del Carmen”, de su ídolo Manolo Escobar. Toda una paradoja que le cante a una madre quien fue entregada por la suya propia.