Ignacio y Aurora llegaron en 1967. Con mucho esfuerzo y exquisitas tapas levantaron el que hoy es uno de los bares más populares de Dos Hermanas
En apariencia nada ha cambiado. Como cada domingo, el “Bar Ignacio” está abarrotado, sobre todo de matrimonios. Es la hora del tapeo. Por el ventanuco del fondo se intuyen, afanadas, las cocineras. Desde el mostrador vuelan las tapas de paella, de carrillá en salsa, de lomo con tomate. “¡Vicente, el higadito de pollo! ¡Fermín, la merluza a la vizcaína!”, avisan a los clientes desde el altavoz. Pero en el aire pesa una ausencia. Como si faltara una parte del bar. Falta él: Ignacio. Siempre alternando con clientes y amigos, siempre manejando el cotarro desde la mesa número 4, la pegadita al mostrador, donde se sentaba con su copita de manzanilla y su platito de queso curao. Hace ya un año de su marcha. Un letal linfoma se lo llevó, en menos de un mes, el 12 de octubre de 2019. Tenía 85 años.
En 1980, cuando abrió este bar que hoy es referencia del buen tapeo en Dos Hermanas, Ignacio tenía 45 años. A él se dedicó en cuerpo y alma, acompañado siempre de buenos y leales camareros. No se daban desayunos: el secreto estaba (y sigue estando) en los guisos: mediodía y noche. Aunque él también se arremangaba en la cocina (inefable su cola de toro), nunca ocultó que la magia del bar brotaba de las manos de su adorada Aurora: a lo que venía la gente era a probar sus caracoles, sus cabrillas con tomate, su lengua en salsa, su lomo mechado. Ahí se cimentó su fama hasta llegar un día al centenar de mesas y a 23 empleados. Todos los días llegan clientes de otros pueblos, también de Sevilla. Políticos de turno (Arenas, Zoido), renombrados artistas (Los del Río, Manuel Orta…) han degustado sus platos. Pero que nadie se engañe: si el bar sigue abierto tras 40 años es por la fidelidad de la clientela. El 70% son asiduos. Y en ese apego, Ignacio jugó un papel fundamental.
Desde que Aurora cayó enferma, hace unos diez años, Ignacio se salió de la barra y prefirió dirigir desde la mesa nº 4. Le gustaba tratar a los proveedores (la carne, del matadero de El Viso), pactar los precios. Y si veía algo de agobio dentro, se metía a fregar vasos o a cortar jamón, como uno más. A las 4 se echaba el cierre y a las 5 ya estaba allí otra vez, porque no podía estar quieto, porque no sabía hacer otra cosa que trabajar por los suyos. Ahora seguro que cuida de todo (también de su Aurora) desde una mesa en el cielo. Y estará pendiente de que nadie quite sus carteles de “Prohibido el cante”, porque si algo no soportaba era a los borrachos. Hasta siempre, Ignacio.
La vida detrás de una barra
Ignacio Mancheño Ferrete nació en Espera (Cádiz) el 30 de abril de 1934. Era el cuarto de ocho hermanos. Su infancia, en plena guerra y posguerra, fue pobre de solemnidad. “Me comía hasta las cáscaras de los plátanos”, contaba a sus amigos. De niño aprendió a tratar con burros y cabras. Pero lo que más le marcó fue trabajar en una calera. Junto a ella vivía con su familia en una choza, que una torrentera se llevó tras una brutal tormenta, arrebatándoles su hogar. Con el paso de los años, uno de sus hermanos mayores montó un bar y allí que se fue Ignacio a ayudar en la barra. Sin sueldo; solo a cambio de cama y comida. Se llamaba “La Moderna”, uno de esos bares de pueblo en los que a medianoche se encajaba la puerta pero la clientela (masculina) se quedaba casi hasta el amanecer. Un buen día, su hermano dejó el negocio y él, que nunca se amilanó ante nada, tomó el mando. En la foto adjunta le vemos sirviendo, con una sonrisa, unos vinos de la casa.
Pero no se avistaba futuro en Espera. Los ocho hermanos emigraron del pueblo. Sobre 1967, ya casado con su paisana Aurora Campón Macías y con tres hijos (Mª Dolores, Ignacio y Montserrat) se instalan en Dos Hermanas, donde nacen sus hijos pequeños: Manuel y Moisés. Ignacio regentó la “Peña El Caballo”, también conocida por “Bar Cerrato”, justo al lado del Bar Esperanza frente al mercado. Él se encargaba del bar y su socio, Bonilla, de los futbolines. Más tarde abrió el primer “Bar Ignacio” en la barriada Juan Sebastián Elcano. La fama de los exquisitos guisos de Aurora desbordó las expectativas y en 1980 compraron un terreno en la Avenida de Los Pirralos, donde levantó con unos sobrinos el actual “Bar Ignacio”. El establecimiento cumple, por tanto, 40 años en este 2020.
En el confinamiento provocado por el coronavirus, el bar (que llevan de maravilla sus tres hijos, y dos nueras en la cocina) tuvo incluso más trabajo que estando abierto. Después del primer mes de cierre absoluto, la clientela demandaba el tapeo y empezaron a servir comidas a domicilio ¡No daban abasto! De una moto en la calle tuvieron que pasar a seis para hacer una media de 240 repartos al día. Porque a “Bar Ignacio” le puede faltar su alma mater, su fundador, pero nunca su esencia: continúa intacto su excelente servicio y una de las mejores cocinas de Dos Hermanas.