Circo, baile y brocha gorda: la vida de película de Agustín Rodríguez “Pancho”

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Agustín Rodríguez
Agustín Rodríguez Barbero «Pamcho».

Va a cumplir 87 años. Fabricó ladrillos hasta que un día se montó en un tren a Barcelona en busca de un sueño: bailar. Pero la profesión que le dio de comer fue la de pintor

En mayo cumplirá 87 años y continúa en plena forma. Agustín Rodríguez Barbero es un nazareno muy popular y querido que cada año abre las puertas de su casa, en el barrio de La Pólvora, para mostrar su belén. Pero su vida encierra otras sorpresas. Las más glamurosas son que trabajó en el Circo Berlín, bailó en el Teatro Lido de París o que se codeó con artistas de la talla de Lola Flores o Pinito del Oro. Pero también trabajó fabricando ladrillos y como pintor de brocha gorda, la profesión que le dio de comer.

¿Por qué te dicen Pancho?

Porque de chico era muy negro y siempre llevaba un sombrero encasquetao. Y mi tío me llamaba Pancho Villa. 

¿Cómo fue tu infancia?

Nací en la calle Rivas. Mi padre era hombre de campo, aunque también tuvo un kiosco en El Palmarillo, en la puerta del almacén de Cabezuelo. Mi madre era rellenadora en Lissén y al cerrar se pasó a Villamarín. Vivíamos en un patio de vecinos y me acuerdo perfectamente de todos: Joselón, La Pipa, El Forrollo, el Violín….

Irías al Ave María, como todos… 

 Pues sí. La culpa de que me admitieran allí con cinco años la tuvo un tío mío, el Cuatro Picos, que iba allí a clase. Había un cura, D. Ángel, que me pegó con una vara en la cabeza y me hizo un agujero en el que cabía un dedo. Estuve en esa primera etapa solo un año. Recuerdo que con seis años yo llevaba vacas del cementerio hasta Real Utrera, y que en El Arenal me esperaba D. Gerardo Cano y me daba un paquetito de avellanas. Su afán era que yo estudiara para cura y yo no quería. 

De todas formas, no te dio tiempo a estudiar porque muy pequeño te metieron a trabajar, ¿no?

Sí, de alfarero. Mis padres estaban enfermos, y mi hermano Enrique y yo entramos en el tejar de “El Chivo”. Hacíamos ladrillos con una gavera. Había que amasar el barro con agua y una azada. Estábamos todo el día agachaos y con grietas en las piernas. Anda que no pasamos frío ni ná. El Chivo nos pagaba cinco duros por cada mil ladrillos. 

¿Hasta cuando estuviste ahí?

Hasta los 17 años, que me monté en un tren con una maletita y me fui a Barcelona a buscarme la vida en el baile.

¿Desde cuando bailabas?

Yo desde chico bailaba flamenco y clásico que quitaba el sentío. Estuve dos años yendo a Sevilla a la academia de baile de Antonio Caballo. 

¿Y tus padres qué te dijeron?

Mi padre me preguntó que si estaba loco, pero no me puso ningún impedimento y me fui.

¿Cómo te fue por Barcelona?

Me alojé una semana en una pensión y me quedé a tres velas. Pedí trabajo en la bodega “El Apolo”, pero me dijeron que sin el carnet profesional no podía. Tres días después entré otra vez y la orquesta estaba tocando Antinea. Y antes de que saliera el bailaor me tiré al escenario y bailé, y después me puse a recitar poesías. Me dieron diez pesetas. Poco después me salió trabajo para una noche en una sala de fiestas de Montjuic, y ahí conocí a un representante, un tal Yumas, que me contrató para un montón de espectáculos en la Costa Brava e incluso me llevó al Lido de París, donde bailé “El sombrero de tres picos”. Mi nombre artístico era “El Duende”. Estuve tres años así. En “La Masía del Pinar” de Lloret de Mar pasé los mejores años de mi vida. Conocí al Pescaíilla, a Lola Flores, compartí escenario con Carmen Amaya, Armonía Montes, Los Triana… en el Teatro Eslava de Madrid con Nati Mistral y en una sala de fiestas de Mallorca con Pinito del Oro.

¿Y lo dejaste?

Pues sí. De pronto no vi porvenir en el baile y me puse a pintar en Dos Hermanas, que es a lo que me he dedicado toda la vida. He llegado a tener una cuadrilla de ocho o diez pintores.

¿El secreto de un buen pintor? 

Ser muy formal y muy limpio.

¿Y a la par montaste un bar?

Sí, de día pintaba y de noche estaba en el bar. Lo llamé “El Mesón del Duende”. A las 6 de la mañana iba a la plaza a comprar avíos para que mi madre cocinara tapas de menudo, gambas al ajillo, espinacas… Yo también hacía mis tapas. La más famosa era el lomo en salsa. Estaba tan buena que le pusimos “La sin nombre”. Al aliño de coliflor lo llamamos “Forraje”, y a un pimiento frito con una salchicha dentro le pusimos “La Churra de Cassius Clay”, el famoso boxeador. Pero solo tuve el bar dos años. Me estaba poniendo hasta feo, siempre allí encerrao. Y me centré en la pintura.

Pero de todo te cansabas, ¿no, Pancho? Cuéntame lo del circo…

Es que iba por la calle y no podía ni andar por la calle, todo el mundo quería que le pintara la casa. Y coincidió la famosa riada de Sevilla, la de 1961. Un amigo mío ilusionista tenía metidos en su casa a una pareja cómica y a un guitarrista que lo habían perdido todo con la riada. Y les propuse hacer un espectáculo. Probamos en el Casino de Los Palacios y dos semanas después estábamos en Ciudad Real formando parte del Circo Berlín.  Yo bailaba el twist y el baile de goma, que estaban muy de moda por 1962. Estuve dos años recorriendo España con el circo sin volver a Dos Hermanas. Pero yo sabía que era temporal. El día que decidí retirarme llegué a El Arenal y Panduro el taxista estrenaba un Chrysler. Y me dijo: “Te voy a llevar a tu casa”. Así terminó mi vida de bailaor en el circo.

Te casaste tarde, ¿no?

Sí, con 42 años. Pero antes tuve una novia ocho años aquí en la calle Velázquez, pero no la aguantaba. Me casé con Ana Beato López. Fue un flechazo. Un día pintando en el callejón Cruz pasó por allí y le dije: “Párate un momentito. Me voy a casar y me parece que va a ser contigo”. Y así fue. Una noche me encajé en las Casas Baratas y le dije a la madre: “Vengo a por tu hija”. Y a los dos o tres meses nos casamos. Tuvimos una hija y tres varones, pero los niños se nos murieron todos al poco de nacer. Tenemos a mi hija Mari Carmen y dos nietas de 9 y 11 años. 

Se queda corta esta entrevista. Además de lo hablado, Pancho fue centrocampista en el Atlético Dos Hermanas, dirigió 15 años el Coro del Amparo y todavía en el día del Valme se pone en la calle Botica a repartir aguardiente y rosquitos de vino que él mismo hace.