Consuelo Mayorga (86 años): así era la vida de una hiladora en la fábrica de yute

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Consuelo Mayorga
1956. Consuelo Mayorga, con 19 años, ante su máquina de hilar en la fábrica de yute.

Con 8 años llegó a Dos Hermanas con sus padres y con 14 empezó a trabajar. Hoy relata cómo era la vida de las obreras, con turnos desde las 5 de la mañana

Es un placer conversar con Consuelo Mayorga Bascón, antigua hiladora de la fábrica de yute. Para convencerme de que nació en 1937 y que está a punto de cumplir 87 años, me enseña su DNI. A pesar de varias operaciones en las piernas (consecuencia de miles de horas de pie frente a las máquinas), se mueve con agilidad y conserva una memoria prodigiosa.

¿Cuántos años trabajaste en la fábrica de yute, Consuelo?

Desde los 14 años hasta los 50, cuando ya cerró y nos jubilaron a las últimas. Ganaba una peseta al día y nos pagaban semanalmente.

¿Cual era tu función en la fábrica?

Los primeros años, como era tan pequeña, ayudaba a quitar los carretes a las hiladoras. El carrete se iba cargando de hilo y cada cuarto de hora había que quitarlo y reponer uno nuevo en la máquina. Cada niña quitaba unos cuantos de ellos. Después pasé a hiladora, y ahí estuve hasta el final. En los últimos años, como ya faltaba personal, mi compañera Francis y yo llevábamos dos máquinas cada una. 

¿Cuántas erais en la sala de hiladoras? 

Por lo menos veinte, una mujer por máquina. 

¿No había hombres? 

Los hombres estaban en las oficinas y en las dos primeras salas: la sala de las cardas (donde se molía el cáñamo o el esparto) y la sala de las maquinillas. A partir de ahí todas las salas estaban compuestas por mujeres: la de las meseras (que hacían las bobinas), nosotras las hiladoras, y después estaban las canillas, los telares y la última era donde se hacían los sacos, las velas o lo que hubieran pedido. En cada sala, había un maestro o  encargado que supervisaba todo.

Cuando era la hora de salir, ponían una mujer en la puerta para registrarnos el bolso, porque había algunas que se llevaban algún puñao de saco para usarlo como estropajo.

En la puerta también se ponía una ditera que nos daba un vale para comprar en una tienda telas de poca calidad para que nos hiciéramos la ropa de trabajo, ya que la fábrica no daba uniformes ni nada. 

De casa salíamos bien vestidas, y en la fábrica para trabajar nos poníamos la ropa más vieja que teníamos. Y cada semana, cuando nos pagaban, la ditera, que era una compañera de la fábrica y mujer de un guardia civil, nos esperaba en la puerta para pagarle las ditas poco a poco.

¿Cúantas horas trabajabas cada día?

La fábrica no paraba, así que entrábamos en turnos de ocho horas: una semana entraba a las 5 de la mañana, otra a la una y media y otra a las diez de la noche hasta las cinco de la mañana. Así de lunes a sábado, aunque algunos domingos también íbamos a limpiar los peines de las meseras.

¿No tenías vacaciones? 

Esa palabra no existía. Solo en los últimos años, ya en democracia, disfruté de un mes de vacaciones al año. 

En esos turnos tan pesados, ¿no parabais para descansar? 

En el turno de mañana nos daban media hora para desayunar. Yo me llevaba un termito de café. Si daba tiempo, nos íbamos a una huerta que había enfrente a comer naranjas agrias. ¡No nos hacía falta ningún purgante!

A veces había mucha prisa en terminar los pedidos y desayunábamos a la ligera de pie, al mismo tiempo que trabajábamos. 

Echábamos tantas horas de pie delante de la máquina que un día aborté allí mismo.

¡No! ¿De cuántos meses estabas? 

De tres. Allí mismo me caí al suelo y me llevaron al hospital. Recuerdo que vi cómo metieron el feto en un bote de cristal.

¿Había buen ambiente en la fábrica? 

Muy bueno. Todas éramos buenas compañeras y nos ayudábamos. Cuando el dueño de la fábrica era D. Manuel Aguilar, sus hijos venían vestidos de tunos y nos sacaban un rato al patio para cantarnos. 

Recuerdo un año que se formó mucho revuelo en el pueblo poque vinieron unos misioneros. 

Vinieron a la fábrica a dar una misa, y ese día aproveché para hacer la comunión. Ya era yo una mujer. Tengo una foto de ese día que me hizo Margarito el fotógrafo. 

Entonces, ¿no hiciste la comunión de pequeña como todas las niñas?

No. Mi familia era tan humilde que ni siquiera fui al colegio. Mi padre trabajaba de albañil en el canal de los presos y mi madre se iba al campo, a trabajar en las vegas de Alcalá, y los cinco hermanos nos quedábamos allí en la choza de Cerro Blanco, sin colegio ni nada. Cuando yo aprendí a leer fue ya de mayor, en la Escuela de Mayores de Los Montecillos. 

Has dicho que una de cada tres semanas entrabas a las 5 de la mañana.  ¿Qué hacías con tus hijos pequeños?

Salía de mi casa del Cerro Blanco con ellos y los dejaba en la guardería de beneficiencia que había en Huerta Palacios y que todavía existe ahí frente a la biblioteca. Después los recogía mi madre cuando salía de los almacenes de León y Cos, donde ella trabajaba.

¿La famosa sirena o pito de la fábrica también sonaba a las cinco de la mañana? 

Sí, el pito estaba en lo alto de la chimenea, esa que todavía está en pie frente al parque de La Alquería. Lo accionaba el portero y sonaba siempre tres veces antes del comienzo de cada turno. De madrugada sonaba a las cuatro y media, a las cinco menos cuarto y la última a las cinco. Estaba muy bien porque servía para que nos diéramos prisa si nos habíamos entretenido por el camino o si habíamos salido tarde de la casa. 

¿Era peligroso andar por Dos Hermanas a esas horas?

No, pero una madrugá íbamos por Real Utrera y salió un hombre con una garrocha diciéndonos que no podíamos   pasar por Los Jardines. Estaban bebiendo en la fuente los toros que se iban a lidiar en la feria de Sevilla, que pasaban por Dos Hermanas de madrugada y después quedaban expuestos en la Venta Antequera.

En otra ocasión, cuando salíamos del turno de noche, vimos que había mucha gente en la fábrica de la luz. Resulta que un hombre salió del casino, mató a su mujer, que estaba embarazada, y después se ahorcó. 

Y después estaba “El Loco de la Granaína”…

¿Quién era? 

Teníamos que pasar las vías del tren por el paso a nivel del Barrio de San José, y enfrente había un bar. Y este hombre, que no estaba loco pero se lo hacía, se ponía allí con un cuchillo a cortar una hogaza de pan. Nos amenazaba con el cuchillo y nos hacía correr.

Una vez, ya cuando estaba a punto de jubilarme, estábamos unas cuantas en el bar de la calle Real y escuchamos un griterío. Nos asomamos a la puerta del Ayuntamiento y había un gitano cogiendo al alcalde Toscano por el cuello, gritándole: “¡O me das trabajo o te corto el pescuezo!”

¿Cómo es tu vida ahora?

Me dedico a mi casa y a mi familia, porque mi marido ya falleció. Tengo nueve nietos y tres bisnietos, mira esas fotos lo guapos que son todos. 

Y voy casi todos los días al Hogar del Pensionista, que nos convidan a desayunar a los viejos. 

Consuelo es memoria viva de Dos Hermanas. ¡Gracias por abrirnos tu casa!

Consuelo Mayorga
Consuelo en su casa de calle Ave María.

“Mi marido era capataz de la Hacienda de Ibarburu, y allí conocí a Penélope Cruz haciendo de modelo” 

Consuelo Mayorga Bascón, hija de Adolfo y Felisa, nació en Paradas el 1 de septiembre de 1937, en plena guerra civil. “Mi familia era muy humilde y pasé mucha hambre en mi infancia”, relata. “Yo me comía las hierbas del campo y hasta las cáscaras de los plátanos. Por pura desesperación, me tiraba de los huesos, y mi madre me tenía que llevar a una mujer a la que llamaban “La Tenta”, que sabía meter los huesos en su sitio”.

Cuando llegaron las cartillas de racionamiento , tampoco sirvieron para mitigar el hambre: “Nos daban un bollo por persona para todo el día”, recuerda. “A mi madre, una vez, la pillaron con otras mujeres robando bellotas en una finca, y un guardia civil que se llamaba “Juanillo El Bueno” le hizo beber purgante como castigo”.

En 1944, cuando Consuelo tenía ocho años, sus padres deciden abandonar Paradas y apostar por una nueva vida en Dos Hermanas. “Eramos cinco hembras y un varón, y a mi padre le dijeron que en Dos Hermanas, por los almacenes de aceitunas, había mucho trabajo para las mujeres. Aquí se compró una triste choza en Cerro Blanco que no tenía ni camas. Sobre la marcha hizo unas camas con unas tiras para que pudiéramos dormir”. 

Nunca puso un pie en la escuela. Ni siquiera hizo la comunión. De niña trabajó cogiendo algodón. A los 14 años entró en la fábrica de yute y a los 21 se casó con el nazareno Joaquín Durán Jiménez, con quien tuvo cuatro hijos: Rosi (1959), Felisa (1961), Consuelo (1968) y Joaquín (1978). “Al que sería mi marido no lo conocí en el paseo de la calle Real y El Arenal, que era lo normal. Fue en la puerta de mi casa. Yo venía de una tienda de comprar higos para la talega de mi padre, porque él se iba todos los días a trabajar al canal de los presos. Venía con los higos y Joaquín, que era hermano de mi amiga, se me acercó y me preguntó si quería ir al cine con él, que echaban una película muy bonita. Yo le dije que no, pero al día siguiente vino a mi puerta y ya empezamos a hablarnos”.

Consuelo nos sorprende al revelarnos el emblemático lugar de Dos Hermanas donde vivió 17 años: la Hacienda de Ibarburu. “Cuando ya me echaron de Textiles del Sur, que era como se llamaba al final la fábrica, a mi marido lo contrataron de capataz en la hacienda de Ibarburu. Yo era la guardesa; estuvimos allí entre 1987 y 2004. 

“Poca gente sabe que en Ibarburu estuvo Marisol grabando algunas escenas de la serie “Proceso a Mariana Pineda”. También se grabó aquí un anuncio para el Mundial de Fútbol de 1982, que se llevaron toda la noche grabando, y a principos de los 90 Canal Sur grabó un musical flamenco titulado “Buscando a Carmen”. En uno de los episodios, en el que se recreaba una pesadilla, yo salía metida en un coche de caballos de los que había en Ibarburu. Me llevé toda la noche metida en el coche para la grabación. Y también conocí a Penélope Cruz con 13 años, que vino a una sesión de fotografía a la hacienda”. 

“Para terminar, quiero decir que es una pena lo que está pasando en la Hacienda de Ibarburu. Deberían recuperar una idea que se tuvo para la Expo, que era convertirla en un Parador de Turismo.”