Tras conocerse en un teatro ambulante, estos maestros del cante se retiraron en 1954 y se instalaron en La Moneda. Él abrió un kiosco y ella trabajó en la aceituna
Formaron una de las parejas de artistas con más ángel que hubo en Dos Hermanas. ¿Por qué nada se ha escrito sobre ellos, siquiera una reseña, un pequeño homenaje? Quizá porque aquí llevaron una vida discreta, alejada de los focos. Su establecimiento en Dos Hermanas, en 1954, coincide con el momento de su retirada de los escenarios, si bien nunca dejaron de cantar y bailar en pequeños eventos. Lo llevaban en la sangre. Durante cuarenta años, el matrimonio llevó una vida humilde, primero en la calle San Alberto número 9 y después en la calle La Roldana, en la barriada de La Moneda, donde él regentó el kiosco que había (y existe todavía) al atravesar las vías del tren saliendo de la Plaza de El Arenal.
Hoy queremos dedicarle este reportaje a modo de recuerdo. Para la recogida de datos, que hemos mantenido en una cervecería de La Moneda, han venido de Jerez tres sobrinos de Pantoja (uno de ellos el famoso cantaor “El Gómez de Jerez”) y otros dos sobrinos de Consuelo. Con otra sobrina, la artista Chelo Pantoja, que reside en Madrid, mantuvimos una extensa conversación telefónica. Todo lo escrito aquí son, por tanto, testimonios directos de sus familiares.
El teatro ambulante
José Rodríguez Pantoja y Consuelo Verdugo Pavón fueron artísticamente “Pantoja de Jerez” y “Consuelo Pavón”. Jerezano él, de la rama de los “Pipoño”, de la que proceden otros artistas como Chiquetete. Nazarena ella, hija de Rosario Pavón Jiménez, prima hermana de La Niña de los Peines. El padre de Consuelo, Antonio Verdugo, natural de Cañete la Real, no quería que la niña cantara. “De chiquilla se ponía a cantar en la puerta de la calle San Antonio y él la metía para adentro“. Pero nada se puede hacer si la cabra tira para el monte, y a Consuelo le tiraba el cante. Y mucho. “De chiquitita Pepe Pinto se la llevaba a cantar en sus espectáculos, ahí Consuelito estuvo con La Niña de los Peines, la prima de su madre”, comenta el Gómez.
Consuelo y Pantoja se conocieron muy jóvenes, en el teatro ambulante del guitarrista Miguel Gómez Mejías “El Macareno”. Compartieron escenario con artistas de la talla de Rafael Farina, Porrina de Badajoz, el Niño de Aznalcóllar o El Sevillano. Pronto protagonizaron, junto a Manuela la Macarenita, uno de los números principales en las tournés. “Consuelo era calzonetista: cantaba muy afinada por todos los palos; un cuplé, una vidalita… y bailaba al tiempo que cantaba. Y Pantoja igual, aunque él no bailaba, solo cantaba”. “Estando de tourné, mi tía se rompió un brazo y nunca pudo levantarlo más allá de la axila”, me indica Chelo Pantoja.
Cuando, ya retirados en Dos Hermanas, recordaban aquel teatro ambulante que recorría los pueblos de España en años de posguerra, mencionaban entre sus artistas a un músico que tocaba el banjo y a un caricato de nombre “Sardillera” que solo tenía dos dedos en una mano, y al que preguntaban con guasa “cuántas patatas se había comido: dos”. De ese mismo teatro ambulante formó parte, siendo un bebé, el Gómez. En su biografía, titulada “De Chipén, sin Ojana”, publicada recientemente por el periodista jerezano Fran Pereira, relata Gómez lo que su padre, Antonio, hermano de Pantoja, y miembro también de la compañía, le decía: “Mira, hijo, nosotros poníamos en el baúl todos los trajes de gitana y tú ibas acostado encima. Así íbamos de pueblo en pueblo”. Nos añade Gómez que “a mitad del espectáculo rifaban una muñeca de porcelana, de esas que llovía y te quedabas sin muñeca”.
Enamorados desde pequeños
La buena sintonía que tenían sobre las tablas la trasladaron poco después a su vida personal. Consuelo y Pantoja subieron al altar en 1944 para darse el sí quiero. Pero diez años después, el “Macareno” (abuelo materno de Gómez), desmonta la compañía por unos problemas de salud de su nieto que les obligaban a vivir en un barrio de La Línea, muy cerca de Gibraltar, “para conseguir la penicilina de estraperlo”. Finalmente deciden “dejar las fatiguitas de aquella vida errante” y dedicarse a otros menesteres. Consuelo le pide entonces a su marido que se queden a vivir en Dos Hermanas, cerca de su familia. Pantoja accede y aprende el oficio de escayolista. Trabajó unos años para una empresa de construcción de Sevilla, mientras que Consuelo consiguió empleo en la fábrica de Yute y más tarde en los almacenes de aceitunas Terry. Lo del kiosco de La Moneda… vino después.
Un kiosco con un loro
Pantoja montó un kiosco de prensa, revistas y chucherías. “Mi tío tenía un loro llamado Curro, de color verde y naranja”, cuentan sus sobrinos. “Desde el piso de La Moneda al kiosco, que estaba antes de llegar a las vías del tren, llevaba al loro en el hombro. Le cantaba para que el animal lo imitara. “¡Arráncate, hijo de puta!”, le decía, pero el loro no se arrancaba”. Pero sí repetía las frases de Consuelo: “¡Pepe, qué tonto eres!”, le gritaba el loro Curro.
Aunque la pareja siempre deseó tener descendencia, los hijos no llegaron. Las mascotas quizá rellenaran ese hueco. “Además del loro, tuvieron tres perros: Bobby, Diana y Copi”, recuerda Chelo. “Ella los adoraba. Diana tomaba dulces y café en un cacharro y, claro, la pobre se quedó ciega de tanto azúcar”.
“Mi tía Consuelo”, señala Chelo, “me marcó por su inmenso talento, y por la forma en que admiraba el talento de su marido. Cuando él cantaba, ella le decía ole en el mismo tono. Se tenían un respeto mutuo, se contaban chistes el uno al otro. Estaban muy enamorados, hasta el punto de desplazarse él a Dos Hermanas a vivir con ella, siendo de Jerez. Dentro de la necesidad, fueron felices”.
La referencia a Jerez no es gratuita. Pantoja echaba tanto de menos su tierra y a su gente que instauraron una costumbre: todos los martes iban ambos a Jerez, bien en el tren o en su Seat Panda. Gómez recuerda bien aquellos martes: “Nos juntábamos en la Peña Solera de Jerez. Mi tío Pantoja ya estaba cantando nada más que entraba por la peña. Antes de desayunar ya estaba cantando. Él se bajaba del tren, y estaba mi padre esperándolo, y decía: “¿Dónde está el primer bar? ¿En la esquina? Dos copitas aquí. ¿Se puede cantar? Sí , sí, cante usted. Y así iban de un lado a otro, y cuando llegaban a mi barriada estaban ciegos los dos”.
Los leones de Ángel Cristo
La vida en Dos Hermanas de este peculiar matrimonio transcurrió en la barriada de La Moneda. Se ganaban la vida con los beneficios del kiosco y el trabajo de ella en los almacenes. “De vez en cuando ganaban algún dinerillo extra. En Semana Santa iban los dos al Gran Poder de Utrera, a cantar saetas pagadas”. Sus sobrinos relatan en cascada una anécdota tras otra: “Cuando las mujeres de Dos Hermanas se levantaban de madrugada para ir a los almacenes de aceituna, unas pocas pasaban por la puerta de mi tía Consuelo para recogerla. Y las compañeras, al acercarse, salían corriendo de pánico al escuchar lo que parecía el rugido de una fiera. Como vivían en un bajo, los ronquidos de Pantoja se escuchaban desde lejos. “Roncaba tan fuerte que parecía que estaban allí los leones de Angel Cristo”. “Cuando se quitó del Winston mejoró mucho de la voz para poder cantar en los tabancos”, recuerda su sobrino Miguel, que de pronto suelta otra anécdota: “Una vez mi tío se puso a régimen porque estaba muy gordo. Decía: “Hoy me toca sopa y una parva de pimientos”. ¡Del hambre que tenía se comía el tocino a escondidas!”.
“Mi tío era amigo del Gran Simón, “La Simona” le decían. Al pasar por el kiosco, Pantoja le preguntaba: “Simona, ¿tú por qué tienes tantos niños?”, y Simón le contestaba: “Porque visto a mi mujer de soldado todas las noches”.
El declive
Un cáncer de páncreas se llevó a José Rodríguez Pantoja el 19 de marzo de 1995, estando ingresado en El Tomillar. Consuelo quedó muy afectada, aunque el amor por su marido nunca se apagó. Cuando él murió, ella dejó de fumar, porque decía que era “una falta de respeto hacia él”. A una residencia donde fue ingresada en sus últimos años fue a verla Antonio Rodríguez, hermano de su marido y padre del Gómez. Ella lo miró y le llamó Pepe, entre lágrimas. Lo había confundido con su marido.
Tres años después de Pantoja, Consuelo falleció de una peritonitis. Ambos artistas están enterrados juntos en el cementerio de Dos Hermanas. Nuestro respeto y admiración por ellos.
“A él le gustaba tanto el cante que cantaba hasta en los velatorios. Ella era la más embustera de España”
Cuentan sus sobrinos que José Rodríguez Pantoja, “el Pantoja de Jerez”, echaba de menos el cante cuando se quedó a vivir en Dos Hermanas. Su sobrina Chelo, que pasaba con sus tíos muchos veranos, recuerda que “como en Dos Hermanas muchos bares tenían el cartel de “Prohibido el cante”, él iba por la calle cantando, y más cuando iba con mi tía Consuelo. Él cantaba un fandango, ella encadenaba con otro, y yo con otro. Por eso yo con 7 años ya cantaba”. Sus hermanos Miguel y Chipi añaden: “Si alguien iba a comprar al kiosco, él contestaba cantando. Mi tío cantaba hasta en los velatorios”.
“‘Él cantaba cantes serios, cantes de Canalejas de Puerto Real, de El Arenero. En Dos Hermanas se hizo su peñita de amigos. Curiosamente todos tenían un bar, ninguno una farmacia”, relata con sorna el Gómez. “Echaban el rato en la Peña Juan Talega. También paraban mucho en el Bar Los Niños o en el Bar Ronda a tomarse su chatito de tinto. Si tú lo mirabas, en un primer momento el Pantoja era el tío más serio de la historia, pero después, al hablar, era muy gracioso y alegre. Contaba sus chistes”.
Una de las anécdotas más jugosas ocurrió uno de aquellos martes en los que Pantoja y Consuelo iban a Jerez para verse con la familia. “A mi tío no le gustaba la primera marcha, siempre salía en segunda y se le calaba. Tenía la enfermedad del sueño, conducía dando cabezás y había que hablarle para que cantara o algo. Con aquella gran barriga que rozaba el volante, una noche los civiles le dieron el alto al Seat Panda. Le pidieron los papeles y, aunque lo tenía todo en regla, él se puso a cantarles un tanguillo a los guardias. Uno de ellos dijo: “¡Vamos a dejales pasar, porque este nos va a tener toda la tarde aquí cantando!”. En otra ocasión, Chelo fue testigo de esta anécdota: “Mis tíos me llevaban a Jerez después de pasar en Dos Hermanas las vacaciones de verano. De pronto a él se la atrancó el cinturón de seguridad y le dijo a mi tía que cogiera un momentito el volante. Ella lo hizo y metió el coche en un campo de toros. ¡Si nos vieras allí a los tres viendo cómo los toros embestían al Panda colorao!”
De Consuelo Pavón dice Gómez, con extraordinario cariño, que “te vendía a su padre por lo pies”. “Era una excelente vendedora, un día le vendió a su cuñado 30 pollos que él no necesitaba”. Y añade: “También era la más embustera de España. Una vez me dijo: “Sobrino, he comprao una olla de caracoles y cuando he salío pa la calle venían todos detrás de mí”. Te lo decía tan convencida que te lo creías”.
Chelo recuerda que su tía “una vez puso a templar caracoles para que sacaran la gaita y fue un momento a por agua a una fuente, ya que habían cortado el agua. Al regresar, como no le había puesto tapadera a la olla, estaba toda la cocina llena de caracoles, incluso algunos habían salido a la calle. Ella se meaba de risa. “¡Pero si yo le he puesto la tapadera, ellos la han quitado para salirse!”, decía. Y le dio tanta pena que los tiró todos a la vía del tren”.