La función del San Juan Evangelista del Gran Poder fue bellísima y portentosa
No voy a hablar de la rumbazón de Nacimientos, Campanitas, Grandes Visires, Carteros Reales, etc. etc. que llenan nuestra Dos Hermanas en la Pascua de la Natividad del Hijo de Dios –hay otras dos, como es sabido, la Pascua de Resurrección y la Pascua de Pentecostés propia del Divino Espíritu-. No tengo tiempo ni ganas ni es oportuno porque cogerían no menos de siete artículos. Pero sí voy a tratar dos temas, uno dedicado a San Juan el Evangelista y otro a una cuestión de moral de los cristianos.
El primer tema que voy a tratar, es la función de San Juan Evangelista de la casi perfecta Hermandad de Jesús del Gran Poder y María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso, Madre Nuestra y Señora de la Tierra y de los Cielos, que se celebró en el día del Discípulo Amado, el 27 de diciembre.
A mí me gusta, y mucho, llamarlo Juanillo, como vi que, unas gitanas de la impresionante Jerez de la Frontera, llamaban al San Juan de la Cofradía del Cristo de la Expiración y la Virgen de Valle, vulgo la del Cristo, y le cantaban una vez al joven apóstol en la procesión de esta incalificable, por su belleza y poderío, efigie del Redentor del género humano que es una de las dos imágenes del Salvador que es Cristo gitano de Jerez. La otra es, la que es para mí muy cara imagen del Prendimiento, el famoso y conocido Prendi.
Más, voy al tema. La función de nuestro Gran Poder fue maravillosa y, en ella, no sólo se mostró el Gran Poder de Dios sino el poder del Juanillo. Predicó con su maestría habitual don Manuel Sánchez de Heredia. Las canciones fueron escogidas interpretándolas Juani Díaz Anquela y mi primillo Francisco Javier Mena Hervás. Tocaba el armonio Nicolás Barbero Rivas. El cuerpo de acólitos destacó por su seriedad y por su labor, los lacayos sirvieron bien al Señor de los Señores para las gentes de Córdoba, a Nuestro Padre para las gentes de Carmona, para Papa Jesús para las gentes de Alcalá del Río, al que es Amo de las Cargas, para El Terrible –la terribilidad divina que tendemos a olvidar- para las gentes de Puente Genil y al Abuelo, para las gentes de Jaén o, simplemente Jesús para las gentes de innumerables pueblos. Todo me pareció casi perfecto porque, de ninguna manera, le voy a aplicar la perfección a los hijos de los hombres, siendo como es solo perfecto Dios en sus Tres Divinas Personas. No quiero dejar de anotar la gran asistencia de hermanos y fieles en general. Pero dejo esta leve, levísima, crónica para pasar a otro asunto más candente.
Y he meditado mucho escribir sobre este segundo tema pues es delicado y peligroso. Siento mucho que en él se haga referencia a la figura del Santo Padre que es Sucesor de Pedro, Sumo Pontífice, Santo Padre, Obispo de Roma, Patriarca de Occidente y, ante todo y sobre todo, Siervo de los Siervos de Dios, el más importante en la Tierra que es hijo y súbdito de Jesús, Rey del Universo, Hijo del Hombre y Siervo de Yahvé –o como dicen los Testigos y otras confesiones Jehová, con palabra eminentemente católica aunque hoy caída en desuso en la verdadera Iglesia, que es la romana-. Y, con esto último, no quito importancia, líbreme el Padre, a las otras confesiones cristianas o no. A todas, sin excepción, las quiero y aprecio pero, hoy, sobre todo al Islam, a los hijos de Ismael, y a los judíos, a los hijos de Isaac, ambos hijos de el gran patriarca, Abraham, el de Ur de Caldea, los cuales pueblos están enzarzados en una guerra, en la que están en medio los palestinos cristianos y alrededor todos los hijos de Dios, es decir, el mundo.
Pero no quiero perderme más en disquisiciones históricas, teológicas y, algo menos, filosóficas.
Hoy, hablaré sobre la bendición de parejas de personas del mismo sexo o en situación irregular. Hay que decir que, intrínsecamente, se trata de unas conductas incorrectas pero no más que los otros pecados de la carne como el pecado solitario, la pornografía o el adulterio. Son tres que se me ocurren. Hay muchas más. En los tres pecados que hacen referencia a la moral sexual sea ‘No cometerás actos impuros’ –o no fornicarás-, sea ‘No consentirás pensamientos ni deseos impuros’ o sea ‘No codiciarás los bienes ajenos’ –o no codiciarás la mujer de tu prójimo- no existe parvedad de delito. Es decir, todos son grandes y, por tanto, mortales. En ninguna manera, veniales.
Mas, ahora, vienen los peros. Las parejas que ha bendecido el Santo Padre –Dios lo guarde como al rey nuestro señor-, entre los que están muchos nazarenos –y de ahí la conveniencia de este artículo- son hijos de Dios sin excepción. Por eso, el Sucesor de Pedro ha tenido a bien tener, no tanto una obra de Misericordia, que también, como un detalle, gran detalle, con ellos, un detalle y gesto eminentemente cristiano. El Papa se ha ejercitado en las Tres Virtudes Teologales, las que se dirigen a Dios, esa Fe que es don gratuito del Creador, esa Esperanza en lo mejor, en Dios omnipotente y eternamente sabio, sobre todo en llegar al lugar donde el Creador nos espera –Él que está en todas partes- y en la Caridad con el que es Amor de los Amores. Por supuestísimo, se deben dirigir también a los hombres. Pongo un caso. Un señor o una señora –que lo somos todos- para su honra, honor y ornato debe cuidar de la decencia de su casa y tener todo lo necesario pero si no ayuda a los pobres no es señor –ni señora, por supuesto-. Esto lo tenía muy claro San Juan de Ávila -patrono del clero secular español- cuando reprendía a los ricos por no hacer caridad en mi querida Écija, donde tiene todas las posibilidades que viniera San Pablo, el Apóstol de los gentiles, como bien decía Fray Antonio García del Moral, ilustre y ejemplar dominico, hijo insigne de Nuestro Padre Santo Domingo. Pero, más involuntariamente que voluntariamente, me voy por las ramas. Si, el Papa ha tenido, y mucho, las Tres Virtudes Teologales. Entre las Cuatro Virtudes Cardinales –que son cardum o camino hacia Dios- ha usado con abundancia de la Justicia, la Fortaleza y la Templanza. Ha sido justo, fuerte y templado. Pero ha fallado en una, quizá en la que fallan más los hijos de Dios e hijos de los hombres –incluido yo que he sido imprudente en innumerables ocasiones- y que es, como ya se ha imaginado el lector, la Prudencia. El Obispo de Roma se habrá asesorado supongo de los cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos, presbíteros de todos los ritos –orientales y occidentales- de ambos cleros, monjas y religiosas, diáconos, seglares consagrados de institutos que así lo permiten y, sobre todo, lo que es lo más importante, en estos tiempos de sinodalidad, de los cristianos de a pie que no son sacerdotes ni consagrados pero forman el grueso del Pueblo de Dios, esa Iglesia Militante, ese Nuevo Israel que camina por la Tierra para llegar al –y hace mucho que no uso esta terminología- al Banquete de Bodas del Cordero, de ese Límpido Cordero y Sacerdote Eterno según el rito de Melquisedec, que es Cristo, al fin y al cabo a la Jerusalén celeste.
Ahora bien, el Papa ha sido medianamente imprudente. Debería haberlo consultado más. Como consecuencia parte del episcopado, parte de los venerables señores obispos, y parte de los venerables señores sacerdotes, se han arrebiscado –como ha sucedido con parte del clero de Toledo, para mi gusto y opinión, uno de los más ortodoxos de España, junto con el de mi querida Burgos donde se haya mi facultad de Teología-. Pero, con buen criterio y mejor y mayor Caridad, ha habido teólogos morales que han defendido la postura del Sucesor del Príncipe de los Apóstoles. Y es Teología Moral una difícil y complicada asignatura más no más difícil que Evangelios y Apocalipsis, que, a mí, este último me parece fácil pero comprendo que sea intrínsecamente y extrínsecamente dificultoso por lo complicado de su interpretación. En los temas morales, es difícil hablar ex cathedra y, como todos somos pecadores que llevamos en nuestro bagaje los siete pecados capitales, no le es fácil ni al Papa, ni absolutamente a nadie, hablar de estos temas.
Pero hay otra cuestión también relacionada con la moral y la vida de la Iglesia que merece una parca reflexión, se habla y mucho del matrimonio de los sacerdotes del clero secular del rito latino -los religiosos de las cuatro clases canónigos regulares, monjes, frailes y clérigos regulares, por supuesto, no entran-. Yo, que soy eminentemente e inminentemente conservador, no he estado de acuerdo de nunca -y menos en mis tiempos de facultad- con esta norma que prohíbe al clero secular en los ritos occidentales contraer matrimonio, contrariamente a los de ritos orientales. Se trata de un tema disciplinar, no dogmático, y que afecta también al mundo de la Caridad con los venerables sacerdotes. Está claro, porque es voluntad divina, que el hombre es más completo si tiene mujer. No es bueno que el hombre esté solo y esto es un presupuesto fundamental. No comprendo cómo se consiente el celibato en nuestros días. Y yo, soy tan conservador, que, por ejemplo, defiendo a los hábitos y a las vestiduras talares. El celibato aleja, es mi caso, a muchas personas del sacerdocio, excelentes cristianos y que serían excelentes, y magníficos, curas. Manteniendo el celibato, estamos en un estado de siglos pretéritos. Y no me sirve el que se diga que tienen más tiempo los célibes. El Tiempo y el Espacio son categorías que sólo controla la Divinidad y está demostrado que se puede tener tiempo para todo, sin que exista la bilocación que tuvieron santos como San Martín de Porres y la Venerable Madre María Jesús de Agreda, consejera de Felipe IV, la Dama Azul, que predicó a los indios viviendo también, a su vez, en su convento de Franciscanas Concepcionistas de Ágreda.
Por otra parte, tampoco comprendo cómo no se ordenan diaconisas. Para mí, que no he participado en ninguna de las comisiones, líbreme Dios, que han estudiado este tema me parece medianamente claro que su existencia, en la Iglesia Primitiva, es defendible y ejemplo para la Iglesia de nuestros días. Sin embargo, en la cuestión de las mujeres sacerdotisas prefiero pronunciarme otro día y eso que Jesús gustó rodearse de mujeres a las que quería y servía como Dios y Hombre que era.
Pues bien, dejo esta nimia reprimenda al Santo Padre, pues es él el que debe reprimirme a mí, que soy simplemente un seglar, por mis faltas y delitos. Vale.