El magnífico cuadro de la ánimas de la parroquia de Santa María Magdalena

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cuadro de la ánimas

La parroquia mayor de Dos Hermanas atesora un rico patrimonio artístico de primer orden

Tengo que volver al mismo pensamiento que es una retahíla continua; que Dos Hermanas no tiene buena arquitectura, buena pintura y buena escultura. Vamos, que vivimos en una ciudad que no merece la pena en cuanto al Arte se refiere. Los que piensan así, que son muchos, desahogan su pena yéndose a Sevilla donde algunos, los cofrades, han medrado entrando en juntas de gobierno de diversas hermandades. A mí me parece esta actitud poco correcta, inadecuada y también sin base ninguna. Puede que a alguno no le guste algún estilo artístico pero en Dos Hermanas se dan muchísimos y lo mismo existe romano, gótico, renacentista, barroco, neoclásico, neogótico, modernista, contemporáneo, etc. Es tener poca sensibilidad si no gusta siquiera uno.

Y hoy, con mucha gana y con el afán de reivindicar una obra pictórica de primera categoría, voy a hablar de una magnífica obra del pintor romántico Francisco Cabral Bejarano, como es el cuadro de las Benditas Ánimas que preside su Capilla en Santa María Magdalena y que es titular de la Antigua y Fervorosa Hermandad y Cofradía del Santísimo Sacramento, Divina Pastora de las Almas y Ánimas Benditas del Purgatorio.

Francisco Cabral Bejarano perteneció a una dinastía de pintores cuyo origen se remonta a mediados de la decimoctava centuria, cuando se constata en la capital hispalense la existencia del pintor Pedro Cabral, casado con doña María Bejarano quien, con probabilidad, fue hija de otro pintor de nombre Diego Bejarano. De este casamiento, nació en 1761 Joaquín Cabral Bejarano que fue el pintor más importante en el ámbito de la Sevilla neoclásica y que casó con doña Escolástica Pérez Junquitu Fernández. De este matrimonio nació, el 31 de octubre de 1798, Antonio Cabral Bejarano, el cual renunció a su apellido materno al utilizar juntos los dos de su padre.  

En 1823, se casó a los veinticinco años de edad. Matrimonió con Francisca de Paula Aguado Pacheco. Con ella  tuvo una numerosa descendencia: Francisco, José María, Manuel, Carlota, María Dolores, Juan Antonio, Rafael, María Aurora y Luisa.  De estos vástagos Francisco y Manuel fueron buenos pintores románticos de la Escuela Sevillana siéndolo menos Juan. Es curioso que todos siguieron utilizando los apellidos Cabral Bejarano. Nuestro protagonista murió en 1890, desarrollando su vida artística durante todo el siglo XIX.

Es indudable que se forjó en el arte bajo los auspicios de su padre, de Antonio, pero forjó también su aprendizaje nada más y nada menos que copiando cuadros de Murillo.

Enrique Valdivieso pensaba en 1981 –ya ha llovido mucho desde entonces- que sus pinturas, escasamente conocidas, nos muestran una clara subordinación al estilo de su hermano Manuel e igualmente que él sintió predilección por captar las típicas escenas costumbristas por pequeñas  figuras, que  se mueven en amplios ambientes. 

Según el profesor Valdivieso, sus obras presentan un dibujo correcto y preciso y, a la vez, un colorido frío y convencional. Sin embargo, nos dice el mismo Valdivieso, por su carácter descriptivo, sus pinturas presentan siempre un gran interés, al reflejar ambientes sociales de forma tan puntual y exacta que pueden equivaler a una página de la literatura de su época. En líneas generales, puedo estar de acuerdo con mi ilustre colega en lo que dice de que el dibujo de Francisco Cabral Bejarano es correcto y preciso pero, la verdad, no veo tanto el colorido frío y convencional. Por lo menos, no me parece que sea así en el bellísimo cuadro de las Benditas Ánimas de Santa María Magdalena. Valdivieso también afirma que, como hicieran sus hermanos, tiende a incluir en los cuadros  retratos de personas. En nuestro cuadro de Ánimas es muy probable que incluya bastantes retratos.

Pero, voy a centrarme en el cuadro de las Benditas Ánimas. Antes tengo que decir que se conserva en el despacho del señor cura párroco el boceto del cuadro, que el que escribe estas líneas descubrió y sacó de un trastero.

La obra grande se encuentra en la Capilla de su nombre. Es de 1860 y mide 2’80 m. Nos presenta una de las iconografías habitual de la escena: aparece la Santísima Trinidad y la Virgen vestida con el hábito del Carmen y  mostrando el escapulario. La Señora está rodeada de ángeles que contemplan y salvan a las  ánimas del Purgatorio. El cuadro, de riquísimo colorido,  enseña varios interesantes estudios de desnudos. 

Entre las almas aparecen, como es habitual, un fraile, un obispo y un rey, entre otros, lo que viene a mostrarnos gráficamente que nadie se libra del juicio divino y que todos pueden acceder al Purgatorio. Desde luego, se trata de una bellísima, mesurada, equilibrada en todos los aspectos y sumamente devota obra de arte. Y digo que presenta una de las iconografías habituales de la escena porque existen innumerables –con la Trinidad y la Virgen, con la Virgen del Carmen, San Francisco y Santo Domingo, con San Juan Bautista, con San Pedro, con el resto del Colegio Apostólico, etc.- combinaciones.

Particularmente, en el cuadro del que hablamos la vista se me suele centrar en la figura de la Virgen que como Reina del Monte Carmelo salva a las Ánimas. Ya es sabido que María prometió al carmelita inglés San Simón Stock que todos los sábados bajaría al Purgatorio a llevar al cielo a  todo el que en vida hubiera llevado su bendito escapulario. Es lo que se llama el privilegio sabatino. 

Pero, también aparece la Santísima Trinidad: Ese Padre que engendra eternamente al Hijo y cuyo Amor eterno es el Espíritu Santo, siendo así las Tres Divinas Personas.

En tercer lugar, vemos a los ángeles que suben a los fieles al Paraíso, pasando de la Iglesia purgante a  la Iglesia triunfante.    

A mí, particularmente, la pintura me parece una obra muy bella y devota que consigue atraer la devoción de los fieles.

La pintura se alberga en un retablo neoclásico de orden jónico con pilastras. El interés principal de éste, reside en parte en que nos da idea del estado de la iglesia antes de la principal desgracia que afectó a su fábrica -la quema de 1936- pues es el único que subsiste del conjunto neoclásico que atesoraba el templo.

Sólo me queda decir que espero que con estas palabras ahora que es su mes -noviembre- se conozca un poco más esta pintura que está entre las muchas -varias de ellas de notable valía- que guarda nuestra iglesia mayor. 

Nota del autor

He tenido varios despistes a la hora de escribir la crónica de la romería de Nuestra Madre de Valme y, como no me gusta dejarme nada atrás, escribiré sobre lo que debí hacer en su día.

La primera es que no escribí sobre la exposición del manto de castillos y leones de Valme. No puedo entrar en detalles pero se expuso el manto de castillos  y leones de doña Elena Molina de la Muela y doña Gracia Becerra, el rosa de castillos y leones, la jamuga de caoba de Manuel Cerquera, la corona de plata de ley sobredorada del presente 2021 de  Juan Lozano Navarro, documentos, etc. Yo la vi una exposición muy atractiva y con piezas de mucha calidad. Y quien quiera saber que vaya a Salamanca.

En  segundo lugar, quería hablar del cartel, obra del pintor ponteño Javier Aguilar que representaba la Virgen sobre las carretas. Era pintura realista pero mezclaba un poco lo naïf. Se trata de una obra muy emotiva y que, en las circunstancias que pasamos lograba llegar al pueblo. A mí me pareció un cartel de categoría, obra de un prestigioso artista.

Y por último, unas palabras para José Manuel Pabón Rubio, sacristán de la Parroquia Mayor de Santa María Magdalena, que ha vuelto a vestirse de sacristán con sotana y roquete y a cantar como un verdadero sochantre. Yo he vuelto a recordar los tiempos de Frasquito -el alcalareño Francisco López García- pues a Enrique Tinoco Rodríguez no lo conocí. Felicidades por dar este paso que va en pos de la mayor solemnidad de los cultos de nuestra parroquia, en resumen en pos de la decencia del culto.