“Cuando iba a salir el Gran Poder, me iba corriendo del bar para cantarle una saeta”

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Pepi del Chaparral

Pepi del Chaparral, a sus 81 años, repasa algunas anécdotas de su vida. Trabajó en la marisma plantando arroz y regentó dos bares. Sus cabrillas en salsa quitaban el sentido

Al repasar las entrevistas que, entre 1994 y 1996, realicé para El Nazareno, descubro apenado que la mayor parte de mis entrevistados ya han fallecido. Es lógico: la mayoría eran personas de avanzada edad: Mariquita de los Calientes, Alonso López, Manuel Rivero, Pepe Salguero, Dolores Velasco, Silverio… Hay alguna excepción: la saetera Josefa González Gaviño, conocida por “Pepi del Chaparral”. Está a punto de cumplir 81 años y me recibe, 28 años después, en su casa de la calle San Rafael. Tiene un envidiable aspecto y sigue resumando sencillez.

Te veo poco por la calle. ¿No sales mucho?

No me atrevo a salir sola porque me mareo, pero con la muchacha voy a veces al Mercadona y a la plaza.

¿Ya no cantas?

Canto menos que un grillo lastimao. He perdido las ganas, que es lo más bonito que hay en el cante.

Fuiste galardonada en prestigiosos festivales de flamenco, sobre todo por tu forma única de cantar las saetas. ¿Recuerdas alguna actuación en especial?

Una vez se llenó el Cine Español de Verano, el de la calle Real. Era un certamen de sevillanas previo al Valme y puse el cine boca abajo, con unas canciones que me había compuesto Federico Alonso Pernía. Yo me entrego mucho. Cuando doy algo, lo doy de corazón. 

¿A qué imágenes le has cantado saetas? 

En otros pueblos he cantado en Ronda, en Osuna, en Morón. En Sevilla le he cantado en Campana al Cristo de los Gitanos. Aquí en Dos Hermanas, al Gran Poder y a la Virgen de la Amargura.  

¿En algún lugar en concreto? 

A la Amargura le cantaba donde me pillara, a veces en varios sitios distintos. Cantaba sabiendo que mis cuatro hijos me estaban escuchando bajo el paso, poque los cuatro iban de costaleros. Y al Gran Poder le cantaba cuando salía de Santa María Magdalena. Como el Jueves Santo no se cerraba el bar y empalmábamos la madrugada con el día, me avisaban cuando estaba a punto de salir. Me quitaba el delantal y salía del bar corriendo. La gente relataba porque el municipal me abría paso hasta la iglesia. Entonces tenía mucha fama. La gente ya se va olvidando de mí.

Será imposible que se olviden de ti en la barriada de El Chaparral, donde tantos años tú y tu marido regentasteis el bar de la plaza…

Creo que la gente del Chaparral debe tener un buen concepto de nosotros. Teníamos muy buena clientela, aquella plaza se ponía empetá de gente. Cuando Pepe, mi marido, se enteraba de que en alguna familia se habían quedado parados, se presentaba en la casa con un carro del supermercado lleno de aceite, garbanzos, chícharos… Era muy buena persona.

¿Cómo llegasteis a haceros cargo de aquel bar en 1976? 

El bar lo llevaba un cuñao que se tenía que ir a Bélgica, y nos propuso quedárnoslo porque ya teníamos abierto otro, este que está debajo de mi casa al lado del Bar Jaula. Teníamos dos bares abiertos. Nosotros nos íbamos al del Chaparral y aquí abajo dejábamos a mi hijo Antonio. 

Pero antes del bar tú trabajaste en el campo, ¿no?

Estuvimos unos años en un cortijo de Ronda, donde mi marido trabajó de encargao. Y unos años trabajé en la marisma del arroz, en la Colonia San Vicente Ferrer. Se escardaba, se arreglaban las pateras. Yo tiraba las garbas y otras mujeres las cargaban en un trineo tirado por un mulo.

¿Se te daba bien la cocina? 

Eso dicen. Mi madre me enseñó y lo que más pedían en el bar era mi lomo con tomate, las cabrillas en salsa, los boquerones aliñaos y riñones al jerez.

¿Y sigues cocinando? 

Ya no hago de comer pa ná.  A lo mejor un día pongo un puchero y me sirve para unos pocos de días. Ahora me dedico más a hacer sopas de letras.

¿Echas de menos aquella época del bar?  

Echo de menos a mi marido, que lleva seis años muerto. En el bar se metían con nosotros porque nos veían muy amarteraos, como dos tórtolos, siempre de broma. Me escuchaba cantar y se olvidaba de todo. Él se llevó mi alegría para siempre. Cualquier letrilla que escuche ya no me dice nada. Dios no debería hacer eso, llevarse a tu marido con tanta antelación. Rezo todas las noches para que me lleve con él.

¿Has sido feliz? 

He sido la mujer más feliz, con un marido siempre pendiente de mí. He tenido seis hijos, he trabajado mucho, pero siempre con gusto.

Pepi disfruta ahora de sus 12 nietos y 6 bisnietos.