Cuatro mujeres que influyeron en mi vida y en la Historia de Dos Hermanas

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Ignacia Lasso y Pilar Saltillo tuvieron mucho que ver en mí más temprana edad

Soy consciente de las veces que he  hablado de las camareras de Valme, de las que  quizá sea el paradigma la carismática y caritativa María Muñoz Carballido, de indeleble memoria.

Pero hoy voy a hablar de dos damas forasteras. Mas antes de tratar sobre ellas, tengo que referirme a mis dos tías Ana María, maestra, conocida por los tres sobrinos como tita Madrina, por haber sacado de pila al que hoy escribe y Josefa- Pepita-, sempiterna camarera del Rocío –estuvo la friolera de dieciocho años-. Ambas eran mujeres fuertes al modo de las bíblicas y ejercían un mando inconmensurable en la cofradía rociera. Además, mi tía Ana María era presidenta de las Marías de los Sagrarios Calvarios –hoy Unión Eucarística Reparadora-, fundada por el gran obispo de Málaga y Palencia el sevillano San Manuel González García. También era miembro de un Instituto secular, la  Alianza en Jesús por María fundada  por el sacerdote Antonio Amundarain Garmendia.

Grandes  rocieras aunque más Pepita, si cabe, que Ana María en su casa de la calle Alcoba existían catorce representaciones de la  Reina de las Marismas y una sólo –el cartel de la coronación- de nuestra singular Protectora. No es que mi tía, como persona mariana desdeñase a la patrona de nuestro Excelentísimo Ayuntamiento, sino que ella llevaba en los tuétanos el Rocío. En cambio, en el resto de la familia existía un consenso. Mi abuelo Antonio Alonso Madueño –número uno de Valme y tres de Rocío- fue quizá tan valmista como  rociero como devoto de Consolación de Utrera. Mi tío abuelo José Pérez Iborra era un gran rociero pero también era hermano de Valme. Mi tía la de mi sangre, Dolores Antonia Muñoz Blanco, esposa del anterior fue por el contrario gran valmista pero fue una gran hermana mayora del Rocío como contaba el llorado y gran artista que fue Enrique Cabeza Cisma. Por su parte, su hermana, mi abuela Ana Muñoz Blanco, fue una  gran rociera a imitación de mi abuelo. Podría seguir hasta el infinito hablando de mi familia pero, metiéndome en las profundidades de mi ser más profundo, tengo que decir que para mí la carismática imagen de la que es Patrona de Almonte, Reina de las Marismas, Blanca Paloma y Madre del Pastor Divino es mi imagen preferida –y eso que yo honro todos los iconos de la Madre- nada más –y nada menos que por ser el modelo más acabado de la Mujer del Apocalipsis y fuente, con su sola presencia, de toda clase de gracias.

Pero es hora ya de hablar de estos dos personajes, de estas dos mujeres forasteras que tuvieron tanta importancia en mi infancia. Una era la hija de Carmona Ignacia Lasso de la Vega López de Tejada, marquesa de los Ríos por casamiento con el sevillano Joaquín Sangrán González de Valseca, cultísimo caballero, que fue también hermano mayor de mi queridísima hermandad sevillana de la Quinta Angustia. El matrimonio no tuvo hijos. Mi tía Ana María, trabajó con ella en una finca que  tenía en el término de Carmona, El Pino. Por su cercanía con Brenes, muchos de los trabajadores eran de esta localidad. Ambas, mi tía e Ignacia, llevaron a cabo una labor de pasto espiritual y temporal con los muchos campesinos que vivían desperdigados por esos términos municipales. Yo he conocido ya hombres hechos y derechos los alumnos de mi tía. 

Por otro lado, también mi tía hizo amistad con damas de la nobleza de Carmona, de las que recuerdo a unas señoras de edad, las Quintanillas, apellido muy común entre la aristocracia de Carmona y Lora del Río.  

También tengo que citar que heredé una parte de la biblioteca del Pino. Entre los libros  tengo que citar un ejemplar de El Quijote, de singular belleza, que es el que uso normalmente hasta nuestros días.

Pero cuanto más se puede decir de Ignacia Lasso, como era conocida la marquesa en los ambientes de la nobleza sevillana. El mejor elogio, en ninguna manera ditirambo, era el que decía el venerable sacerdote pileño don Antonio Tineo Lara, párroco de la del Omnium Sanctorum de Sevilla y prelado doméstico de Su Santidad. Pues bien, don Antonio Tineo decía que si hubiera habido una marquesa de los Ríos en todas las parroquias de Sevilla, Sevilla sería distinta. No puede haber loa más bonita y sencilla. Era, también, camarera de la Virgen de la Salud de San Isidoro cuyo Niño es conocido como el Chato de la Costanilla. Imagínense el porqué. Es feo hasta hartarse, pero es tan gracioso, zalamero y juguetón que mueve a devoción y pone una sonrisa en la boca de los fieles. Con Ignacia, colaboró en los últimos años, el  gran vestidor y sacristán de San Isidoro Manuel Vargas de la Cruz, el conocido artista Manolo Vargas.      

También tengo que decir que Ignacia vivía en la sevillana calle Fabiola en una casa donde nació  el cardenal Wiseman, autor de la novela Fabiola. Hoy es un museo mas yo recuerdo entrar en el palacio -aunque mi querido Antonio Burgos Belinchón decía que sólo existían dos palacios en Sevilla, el de San Telmo –seminario y  luego propiedad de la Junta de Andalucía-  y el Arzobispal –lo que los clásicos llamaban las Casas de Arzobispo-. En esto disiento del difunto Antonio, porque, la práctica, llama palacios a muchas casas en muy diversas ciudades. Yo recuerdo de la casa palacio de Ignacia Lasso sobre  todo el oratorio  -yo que he tenido tantos amigos con oratorios domésticos-. Creo recordar, si no me equivoco, que lo presidía una imagen de la Pura y Limpia.

Ahora bien, tengo que hablar de su cuñada Pilar González de Gregorio Martínez de Tejada, soriana y también de nobles apellidos. 

A  mí me gusta llamarla Pilar Saltillo aunque no se exactamente si en el mundo se usaba este apelativo. Estaba casada con un hermano de Ignacia, Miguel Lasso de la Vega López de Tejada, cultísimo caballero que dejó una indeleble estela de sabiduría y bonhomía. Como su cuñado. 

También era muy culto, como he dicho, el esposo de Ignacia. Pues bien, este matrimonio tampoco tuvo hijos. 

Y ¿qué recuerdo yo de ambas damas? Tengo varias imágenes en mi memoria, empezando por haber visto a Ignacia Lasso y su cuñada Pilar González de Gregorio un día Jueves del Corpus sevillano cuando veníamos mi tía Ana María y yo de la procesión e íbamos a visitar a la Esperanza de Triana, una de mis grandes devociones porque y, sobre  todo, mi tío José Pérez Iborra era hermano y miembro de su junta. Aparte mi tío como gran y castizo trianero era muy devoto de la Estrella. Pues bien mi tía se entretuvo con sus amigas y yo, mira por donde me quedé sin ver a la Esperanza.

De la misma manera tengo que decir que me llamaba la atención cómo Ignacia era una buena moza –la que  tuvo retuvo y guardó para la vejez- mientras que Pilar era achaparadita, muy bajita en comparación con su esbelta cuñada.

Ambas eran también unas representantes de la nobleza de Carmona, el Lucero de Europa como es llamada con mística y exultante  inspiración. 

Hoy aunque viven nobles en Carmona posiblemente no sean tantos como, por supuesto, Sevilla, el mismo Arahal, Écija, Osuna e incluso Marchena. Y  todo me lleva a tratar de la convivencia de las clases. Muchas veces surgen problemas pero otras veces –quizás el caso de Dos Hermanas sea paradigmático- se llevan todos el amor y compaña con la lamentable excepción de lo acontecido en la Guerra Civil.

Pero, en fin, quiero acabar. Vale.