“En El Arenal jugábamos al fútbol con las naranjas hasta que venían los municipales”

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Rafael Alonso Parrales
Parrales, en su despacho.

Además de ser el mítico portero del Atlético Dos Hermanas, Rafael Alonso Parrales trabajó 50 años en la Universidad Laboral, hoy Pablo de Olavide

No hay un solo hueco, en las paredes de su despacho, para colgar algún recuerdo más. Están repletas de fotos, placas, medallas de hermandades, banderines de fútbol y un óleo del señor de su vida: el Gran Poder.

Parrales, ¿se podría decir que en este cuarto está resumida tu vida?

Sí. Aquí me meto a recordar tantos momentos y a leer libros de historia y también de la Dos Hermanas antigua.

El 15 de diciembre cumplirás 83 años. ¿Cómo recuerdas tu infancia?

Como si fuera ayer. Mis padres eran de Los Palacios. Él se colocó en Lissén y mi madre servía a un torero. Hasta que me casé a los 27 años, viví siempre en la calle Alcoba, que era toda terriza. Ibamos a jugar al fútbol a la estación, con una pelota de trapo. Y si no, jugábamos con las naranjas del Arenal. Salíamos corriendo cuando venían los municipales, porque estaba prohibido cogerlas de los árboles.

¿También fuiste un niño de las Escuelas del Ave María?

Allí estudié. Cuando pasaba Franco en coche, nos ponían dos horas con una banderita en la puerta esperando a que pasara. Como teníamos hambre, nos comíamos las hostias sin consagrar. Doña Leopolda tenía un damasco, y cuando nos comíamos las frutas nos daba unas bofetás muy grandes.

¿Cuando empezaste a trabajar? 

Con 11 años entré en una tonelería cortando hierros . Primero en la de “El Topo” y después en la de Eusebio González. Pero, excepto seis meses que trabajé en la fábrica de yute, los 50 años de mi vida laboral han transcurrido en la Universidad Laboral, hoy Pablo de Olavide. Empecé en 1954 trabajando de peón en las obras y me jubilé en 2004 como jefe de mantenimiento.

¿Muchas anécdotas que contar?

¡Muchas! Aunque venían alumnos externos, también era un internado. Se cantaba el “Cara al sol” dos veces al día. A veces iba por los pabellones y me encontraba a niños y niñas acostados juntos. Y se venían detrás mía diciéndome: “¡Que no es lo que usted piensa, es que estábamos haciendo un trabajo y se nos ha hecho tarde!”

Lo de hacer la mili en Sidi Ifni, en pleno desierto del Sahara, ¿cómo le sentó al joven Parrales?

La primera noche al llegar vi tantos moros con chilabas que dije: “¡De aquí no salimos vivos!” Cuando nos llevaban a las trincheras, teníamos a los marroquines a cien metros. Por la noche oíamos lo que parecían personas llorando y, acojonaos, disparábamos a la oscuridad. Por la mañana aparecían varios chacales muertos. Eran ellos los que aullaban. Algunas noches los capitanes nos despertaban. Nos llevaban a sus fiestas para cantarles o para colgarles la ropa y hacerles de criados.

¿Fue traumático para ti?  

Fue duro estar allí 16 meses y 3 días, sin volver. Escribía cartas a mi novia y a mi familia. Pero la mili me cambió a mejor, me hizo más hombre y me enseñó a querer más a la gente. 

 Rafael Alonso Parrales
Parrales con la mano en alto, celebrando con sus compañeros el triunfo en la Copa Santiago.

Entre 1958 y 1963 formaste parte del Atlético Dos Hermanas. Lo que no sabía es que jugabas de portero…

Sí. A pesar de que era bajito, nadie se explicaba cómo yo saltaba tanto. Era un grupo extraordinario, dentro y fuera del campo. En los descansos, Arribas, con su acento madrileño, se ponía a discutir con Agustín “El Chato”, una bellísima persona, pero que hablaba muy bruto. Aquello era un show. Fuimos subcampeones de la Copa Primavera. Nos llamaban para jugar desde todos los pueblos. 

¿Era por placer o os pagaban?

La Copa Santiago era el único campeonato donde ganábamos algo de dinero. Nos daban 20 duros por cabeza cada uno de los cuatro días, y una tarjeta para entrar en una caseta. El resto de la liga, nos daban un bocadillo. 

¿Cual era el once clásico?

Te digo uno: Parrales; defensas: Titi, Gonzalo y Trompi;  de medios, Arenas y Felipe; y cinco delanteros: Ceballos, Tebeuno, Rorro, Coronas y Arribas. 

Háblame del Gran Poder.

Con 14 años, mi padre me dijo: “Apúntate a la hermandad de Alvarito, que sale de día”. “No, papá, yo quiero salir en El Gran Poder”, le dije. He salido de nazareno hasta los 79 años pero ya me fallan las piernas. Estuve en la Junta de Gobierno seis años, otros seis de costalero y también fui correcaminos.  

¿Qué es un correcaminos?

Su nombre correcto es diputado mayor: era el enlace entre el primer tramo de palio con el capataz de Cristo. Recorría los tramos para que no hubiera cortes. Había mucha gente de promesa y con el frío se juntaban.

Veo que tienes colgadas ahí medallas de todas las hermandades, pero falta la de Valme…

Esa me la pidió mi nieta para un examen hace dos años… ¡y todavía no me la ha devuelto!

¿Qué te hace feliz?

Estar con los míos. Con mi mujer, Dolores Posada Román, llevo 56 años casado más 12 de novios. Cuando nos reunimos con los 4 hijos y los 7 nietos… ¡eso no está pagao con ná!