Esperanza Soria se metió a monja pero la echaron del convento. Fue 25 años maestra en el José Varela. Ahora visita a los presos de las cárceles. Conoce bien a la comunidad gitana
Valme Esperanza Soria García tiene 71 años. Lo que la hace feliz es ayudar a los más desfavorecidos. Hace seis años se jubiló como maestra en el colegio José Varela y desde entonces es voluntaria en la Pastoral Penitenciaria de la Parroquia del Divino Salvador.
¿Cuando vas a la cárcel?
Voy todos los sábados dos horas a Torreblanca, a la Prisión de Sevilla-1. Al terminar la misa, presos de distintos módulos se quedan por allí y charlamos con ellos. Hay gente de Dos Hermanas, incluso algunos que en su momento fueron alumnos míos en el colegio.
¿Qué tipo de ayuda les prestas?
Charlo con ellos, los escucho. A los voluntarios nos valoran porque somos los únicos que no los tratamos como a un número, sino como a personas. Siempre te piden cosas: un rosario de madera, un reloj, algo de dinero, ropa… También les ayudamos a contactar con sus familias. Hago mucho de taxista con las familias, para llevarlos y traerlos a las visitas. A veces, más que los propios presos, dan más pena las familias. Las esposas tienen demasiada carga, están hartas, y es la abuela la que va al vis a vis. Yo las recojo con mi coche. Estoy de lunes a viernes con los familiares de los presos. Apenas paro en mi casa.
Algunos presos cumplen condena por delitos de sangre. ¿Alguna vez sientes miedo?
Nunca. Pero yo no pregunto a nadie los motivos por los que está allí, si por drogas, por malos tratos o si es que han matado a alguien. Si quieren, ellos te lo cuentan. Hay un hombre cubano que quería que lo acompañara al juicio y fui.
Dices que trabajas mucho con las familias de los presos. ¿Dónde?
Sobre todo en el Cerro Blanco. Allí soy muy conocida. Ayer mismo llevé un montón de ropa. Era ropa de personas fallecidas, pero eso no se le puede decir a un gitano porque la rechaza.
¿Cómo está la situación en Cerro Blanco?
Está muy mal. No se trabaja bien allí desde los organismos públicos. El abandono escolar no se persigue. Cuando llueve, los niños no van al colegio. Solo asisten los que necesitan comer, y van a clase por el comedor. Raro es el que acaba la ESO. Y si un niño no se saca la ESO, no le dan trabajo después. El Cerro Blanco va a explotar un día.
¿A qué te refieres?
La droga allí está consentida, hay gente que mueve mucho dinero. En la Guardia Civil dicen que hay tres grandes focos de la droga en España: La Mina en Barcelona, la zona del Estrecho y Dos Hermanas, como cruce de caminos. Antes se le daba trabajo a los gitanos, pero ahora se le da también a otros colectivos necesitados, y en Cerro Blanco el que no trabaja se mete en la droga. Y de la situación de la mujeres… ¡ni te cuento!
Cuéntame.
Es un matriarcado explotao. Los hombres no trabajan; si te fijas en los mercadillos, solo se les ve a ellas. Lo llevan todo por delante. Y lo de los malos tratos allí es horroroso. Algunos hombres castigan a sus mujeres echándoles agua caliente a los pies o obligándoles a tragar cristales. Las niñas hace tiempo que no se casan con gitanos. Buscan otra vida.
¿Alguna vez te han agredido?
Jamás me han tocado. Hay que ponerse en su lugar, comprenderlos. Queremos que los gitanos se adapten a nosotros, pero ellos tienen costumbres distintas. Viven a otro ritmo, tienen otros pensamientos e incluso otra idea de Dios.
¿Te compensa lo que haces?
Claro que me compensa. Un chaval, después de diez años, salió de la cárcel, su madre se murió de covid y él se tiró de un tercer piso. Y ahí estoy yo llevándolo a todo tipo de médicos. A veces se me ponen las familias en contra, pero esto vale la pena porque esa persona no es un perro para tener que ir solo al médico. Hay un refrán que dice: “A quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos”. Y a mí, Dios me da gitanos.
Háblame un poco de ti. ¿Desde cuando te mueve este espíritu de ayudar a los demás?
Desde pequeñita. Yo estudié en La Compasión y me gustaba el ambiente de las monjas. Compasión es compartir con los pobres. De hecho, fui religiosa desde los 18 a los 24 años.
¿Quieres decir que fuiste monja?
Bueno, más bien religiosa, porque no llegué a hacer los votos perpetuos. Lo dejé. O, más bien, me echaron.
¿Por qué te echaron?
Porque escribí una carta a la madre superiora y le sentó mal. Pero estuve dos años en Madrid, otro en Burgos y, tras los primeros votos, en Aguilar de Campoo, en Palencia.
¿Cual fue tu primer trabajo tras salir del convento?
Cuidando a la hija de una prostituta, que trabajaba en una barra americana. Había sido la mujer de un guardia civil que la encontró en la cama con el practicante del pueblo.
¿Y después de eso ya empezaste de maestra?
Estudié Magisterio y Pedagogía. Primero trabajé de educadora en La Corchuela. Y en el curso 1991/92 entré de maestra en el colegio Maestro José Varela, donde he trabajado 25 años hasta mi jubilación. Ahi fue donde entré en contacto con la comunidad gitana. En el José Varela estaban todos los alumnos de integración de sordos, y tres de ellos eran gitanos. Yo me encargaba de llevarlos y traerlos de sus casas. Ser gitano y sordomudo no es fácil. Los padres se iban a la fresa y ellos no tuvieron una escolarización normal.
“¿Ya se ha acabao la entrevista?”, me dice. Le digo que sí y se va corriendo, que tiene que ir todavía a varios sitios. En marzo cumplirá 72 años. Es un remolino.