1956
La maestra Dolores Velasco sigue viva en los corazones de muchos nazarenos. He aquí su desconocida y bella historia de amor
El 12 de diciembre de 1947, día en que nació su primer hijo, Fernando González no pudo acompañar a su esposa en el difícil trance del parto porque se encontraba preso en la cárcel del Ayuntamiento de Dos Hermanas. Un día antes, dos guardias se presentaron en la puerta de su casa y se lo llevaron a aquel inmundo calabozo. Era un lugar que, muy a su pesar, frecuentaba en los últimos meses. Cada vez que un vecino presentaba una denuncia (falsa o veraz, qué mas daba) iban a por él y pasaba unos días a la sombra. Solicitó un permiso para asistir al alumbramiento. Se lo denegaron. La fuerza de la costumbre había creado con los guardias algo parecido a la amistad, así que aquel día, ansioso e impotente, se fumó con ellos dos paquetes de tabaco mientras en Segismundo Moret, tres calles más allá, Dolores Velasco, la maestra, su amor, daba a luz en la compañía de Modesta, su hermana pequeña, y su amiga Estrella, la matrona. A la mañana siguiente sí le otorgaron un permiso carcelario y, con un guardia en la puerta de la casa, pasó el día con Lola y pudo coger entre sus brazos a Fernando Eugenio, el primero de sus tres hijos. Juan Antonio y Dolores vendrían después.
A punto de ser fusilado
Estas visitas a la cárcel municipal son pecata minuta si se considera que estuvo a punto de ser fusilado por las fuerzas rebeldes en 1936. Fernando González García, nacido en Cortelazor (Huelva), hizo la mili en La Línea y allí se formó como militar. Cuando Franco se sublevó, pidió la adhesión de los militares. A los que se la negaron, como Fernando, los mandó fusilar. A los pocos que no mataron en aquella ocasión, los condenaron a muerte en la cárcel de El Puerto de Santa María. Cada noche sacaban a unos pocos y los fusilaban. Fernando tenía asumido que su suerte estaba echada. Solo esperaba el momento de escuchar su nombre y salir al patio. Pero cuando escuchó su nombre fue para saber… que salvaba la vida. Una mujer, novia de uno de sus compañeros, consiguió que los supervivientes fueran beneficiados por un decreto de Franco que conmutaba la pena de muerte por cadena perpetua. Fue así cómo Fernando salvó la vida y fue enviado a Los Merinales, el campo de concentración de Dos Hermanas.
Una preciosa historia de amor
Aprendió topografía. Con su trabajo forzado (y el de otros miles) se construyó el famoso Canal de los Presos. Presenció escapadas y fusilamientos. Pero él supo ganarse la confianza de sus guardianes. Un teniente de Los Merinales estaba enamorado de Lolita, una maestra inteligente y guapísima (rubia, ojos azules) que daba clases en una academia de Dos Hermanas. La pretendía, la seducía, y le escribía cartas cuya entrega encomendaba a Fernando. Pero algo se le escapó a aquel teniente. Lolita anhelaba recibir las cartas no para leerlas sino para ver los ojos de quien se las entregaba. Porque de quien realmente se enamoró fue del mensajero. Y se hicieron novios. Cuando, en 1946, a Fernando le dieron a elegir entre un trabajo en la colonia o la libertad, no dudó. Eligió la libertad.
El teniente la pretendía y le enviaba cartas a través de Fernando. Pero Lola de quien se enamoró fue… del mensajero
Lo que Lolita no sabía es que su novio era un activo comunista. Asistía a reuniones clandestinas. Escondía octavillas en casa de su novia sin ella saberlo. Un día fue descubierto y encarcelado en La Ranilla. A Lola, que fue a verle, la detuvieron porque sí y estuvo seis meses en la prisión de mujeres. Allí practicó su vocación. Se dedicó a dar clases y a enseñar a bordar a las putas y a sus compañeras presas. Las monjas de la cárcel le hacían llegar encendidas cartas de amor de su novio, preso en el edificio adjunto.
Los padres de sus alumnos (liderados por Paco Torres y Julio García de la Vega) enviaron un escrito al director de la cárcel pidiendo la libertad de la señorita Lola, “que solo vive dedicada a sus alumnos y nunca ha mostrado inclinaciones políticas”. Acompañaban la carta con una cerda para el juez. Surtió efecto. El director de la cárcel la llamó. “¿Usted por qué está aquí?”. “No lo sé”, contestó ella. La liberaron ese día. Él también pudo salir y el 26 de septiembre de 1946 se casaron. Tan pobres que Lola, notable costurera, se hizo el camisón de novia con el visillo de una ventana.
Como tras la boda seguían deteniendo a Fernando, fue Lola quien puso fin a la situación. Al nacer su primer hijo, recibió la visita de la esposa del alcalde Fernando Fernández (el “Chato Platero”), cuyo nieto era alumno de la academia. Le regaló una canastilla completa para el bebé. Lola aprovechó para pedírle la intercesión de su marido para que dejaran en paz a Fernando. Y así se hizo. El alcalde se personó en Madrid y gestionó el asunto con el ministro de Justicia. Nunca volvieron a molestarle.
Hoy, en 1956, Fernando y Lola viven felices con sus tres hijos. Ella, con sus alumnos, que la adoran; él, de administrativo en el almacén de Troncoso. Practica la caza, el dominó y el ajedrez cuando sus obligaciones se lo permiten.