1922
Señoritos de Sevilla vienen solo por degustar sus platos, que reciben nombres afrancesados para ir a la moda
Que “Pasaje Campo, Fonda y Café” (como reza en un gran letrero en la fachada, frente a los calabozos de la calle Real) es una fonda de postín nadie lo duda en Dos Hermanas. No hay forastero o comerciante de paso que no haga una parada para almorzar en su fresco salón interior. “¿Dónde se puede comer un buen cocido en este pueblo?”, preguntan los viajeros. Y todo el mundo sabe qué lugar recomendar: aquel que no defrauda ni a los más delicados paladares. La cocina de Fonda Campo es afamada y su ubicación extraordinaria: en la calle principal, junto al Ayuntamiento y la iglesia, y a cinco minutos de la estación de trenes. La gente humilde de Dos Hermanas, la que no puede permitirse esos lujos, también sabe dónde se cuecen los mejores pucheros. Cuando hay enfermos de tuberculosis en alguna casa, llegan con un jarrito para que Pepa “la Catalana” se los colme de caldo por dos reales. También acuden a diario decenas de toneleros. Una vez se les sirvió un aliño a un grupo, y desde entonces vienen todos los días.
Se ofrecen banquetes
Tras la vidriera de entrada, recibe al cliente un salón con columnas, un velador redondo y sillas de caoba de tonel. A la izquierda se ubica la cocina y a la derecha un patio con naranjos y una taberna. Al fondo, el lavadero y un almacén. En la planta superior están las habitaciones de huéspedes (todas con ventana y balconcito a la calle Real) y un cuarto de baño con agua. También se ubica arriba la vivienda familiar.
Abierta en 1904 por el umbreteño Antonio Campo Corrales, la fonda ocupa el antiguo almacén de aceitunas de Brígida García, quien ya a finales del XIX también regentaba aquí un “Parada y Fonda” en cuya puerta se registraba gran trajín de coches de caballos, ya que funcionaba además como cosario. Ahora son Pepe Campo (uno de los tres hijos de Antonio) y su esposa, Pepa Moreno, los que conducen con gran tino este próspero negocio, que ofrece comida en sus salones y, en la planta superior, cómodas habitaciones para quien haga noche en el pueblo. Señoritos de Sevilla con sus familias vienen expresamente a Dos Hermanas a degustar sus platos. Los Campo organizan banquetes e incluso se desplazan allí donde es necesario su arte culinario, como la paella que organizaron hace poco en Los Merinales a petición de Carlos Pickman. Chacinas y jamones escogidos de la sierra de Huelva, regados con vinos de Jerez, forman parte de su oferta.
A la moda francesa
Claro que, en estos años veinte que corren, para un establecimiento de restauración como este conviene ir a la moda para captar el interés de la clientela. Y la moda que impera ahora (también en Dos Hermanas) es la francesa: hasta en la Romería de Valme vemos los peinados de las muchachas a lo “garçon”, tan de moda en París, y en las pasadas fiestas de Santiago y Santa Ana se bailó al ritmo del fox-trot y el charlestón. Pepe Campo, avispado como nadie, se ha sumado a la moda, y ha afrancesado los platos de su menú: una sopa de tomate “ilustrada” es una sopa con un huevo cuajao, y una tortilla de patatas eleva su caché si se adorna con el apellido “Grand Hotel”. Los quesos son de Roquefort y de Gruyéres y, por supuesto, ¡se sirve “champagne”!
Pepa Moreno ‘La Catalana’ y sus famosos ‘huevos hilados’
Si todo en la fonda funciona como un reloj es porque también encaja a la perfección el matrimonio (casado el 9 de junio de 1910) que la regenta, formado por José Luciano Campo Benítez (más conocido por “Pepe, el Niño de la Fonda”) y Josefa Moreno Rosals (para los nazarenos “Pepa La Catalana”), a los que vemos aquí tomando un aperitivo en el patio de su negocio.
Pepe, nacido en Los Palacios en 1880, atiende a la clientela y se encarga de las provisiones. Pepa asume la cocina y el cuidado de las habitaciones superiores. Sus magistrales recetas, como su famoso “solomillo y jamón en dulce con huevo hilado”, son el gran reclamo de la fonda.
La educada Pepa, muy querida en Dos Hermanas, es hija de un militar manchego que combatió en la guerra de Cuba (ahora capataz en una finca cercana a Ibarburu) e Ignacia Rosals, hija de un impresor catalán.