Fray Juan: el nazareno que se hartó de todo y se dedicó a enterrar a los muertos

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Fray Juan
Fray Juan es de la familia de los Badila. Cumplirá 70 años en abril. Le vemos aquí con su hábito marrón de fossor (parecido al de los carmelitas) en el cementerio de Logroño, donde vive junto a otros dos hermanos. Los gitanos le dicen: “¡Payo! ¿Cómo no te mueres de miedo viviendo rodeado de muertos?” Pero él, que ha enterrado a miles en estos 45 años, teme más a los vivos que a los muertos.

Un día se fue de Dos Hermanas con un amigo haciendo autostop y la aventura le llevó hasta los frailes fossores, con los que lleva ya 45 años

Fray Juan duerme cada noche rodeado por un bosque de 800 cipreses. Pero también de miles de tumbas. El nazareno Juan López Ramírez (69 años) vive en una casa-iglesia dentro del cementerio de Logroño. Es uno de los seis supervivientes de la congregación de los fossores, frailes que se dedican a enterrar a los difuntos y cuidar de los cementerios. 

Fray Juan, ¿alguna vez en su juventud se le pasó por la mente ser fraile?

Para nada. Yo era un bala perdía que solo le daba disgustos a mis padres. Le robaba el coche a mi padre, me quedaba en la cama hasta las 12 y no iba a trabajar, me escapaba a Chipiona… Tenía muchos amigos golfos. Pero todo cambió en el verano de 1979. Tenía yo 27 años.

¿Qué hacía hasta ese momento en que todo cambió?

Llevaba un año trabajando con mi padre y mi hermano, conduciendo camiones. Sobre todo llevábamos los plátanos de Canarias desde el puerto a Mercasevilla.

¿Qué pasó en 1979?

Desaparecí tres meses de mi casa. Resulta que una tarde acompañé a su casa a Manolito “Blue”, un amigo de catequesis de la parroquia. Discutió con su padre, que le rompió la Biblia porque era muy beatillo y le echó de casa. Por solidaridad y lástima de mi amigo, le acompañé en su tristeza y ahí comenzó la aventura

¿Qué aventura fue esa?

Nos descalzamos y fuimos a buscar a Dios, como hizo Moisés. Llegamos en autostop hasta la ermita de los frailes ermitaños de Córdoba, pero no nos admitieron allí. Nos dieron veinte duros de limosna y nos fuimos. Escribimos en un letrero: “Somos cristianos y queremos seguir a Jesucristo. Por el amor de Dios, ayúdenos con lo que puedan”.  Tras una semana sin ducharnos en Córdoba, le dije a mi amigo que buscáramos un sitio religioso. Hicimos autostop y un moro nos llevó en coche a Dos Hermanas. 

¿Qué le dijeron sus padres? 

Nada, no les dije nada ni pasé por casa. Ellos estaban acostumbrados a que yo desapareciera. Mi padre dijo que no volvía a entrar allí. Era de noche, y frente a las Casas Baratas hicimos autostop para ir a Jerez. Siendo camionero, yo había conocido a los fossores de Jerez, y tenía curiosidad. 

¿Qué pasó en Jerez? 

Vimos en la puerta a un fossor y le dijimos que queríamos hacernos frailes. “Entrad, comed y hablamos”, nos dijo el superior. Al cabo de una semana, Manolito se fue, no le iban los muertos. Hoy está casado y ha montado una iglesia protestante. Yo sí me quedé. Estuve seis meses de postulante, después un año de noviciado, seis años de votos simples y los perpetuos los hice con 33 años. Llevo más de 45 años. ¡No me lo creo ni yo!

¿Pasó de ser juerguista a fraile en poco más de una semana? 

Sí, pero yo no andaba bien. Había salido de la mili, había terminado con mi novia y tenía un bolo de depresión en la cabeza, no sabía qué hacer con mi vida. Encontré un paralelo emocional de fe en Jesucristo. Él me enamora el alma. Es la ganancia invisible: nada como ganar para el alma. 

¿Cómo lleva los votos de castidad, pobreza y obediencia? 

No hago ni uno bien, David. Los tres me cuestan la vida. Si caigo con una mujer, caigo y me levanto, no sería la primera vez. Los frailes somos hombres consecuentes, no somos hombres de barro. Cuando rompo mi promesa, recapacito, me confieso e intento enmendarme.

¿Cómo ve el futuro? 

El futuro de los fossores es desaparecer. No hay suplencia. Solo quedamos tres aquí en Logroño y tres en Guadix. Si te refieres al mío, mi futuro es irme al cielo cuando Dios quiera. Mientras tanto comparto la fe con mis amigos y mis enemigos

¿Se acuerda mucho de su juventud y de Dos Hermanas?

En los momentos buenos y en los malos me acuerdo de Dos Hermanas,  de mi infancia en el Amparo, de los momentos con mis amigos en La Botita. Hace años que no voy, desde que murió mi madre. 

Pero está muy lejos Logroño, ¿no?

Sí, los cabrones me mandaron a Logroño. ¡Qué hartura de Logroño ya, miarma!

Fray Juan
En la imagen, foto del perfil de Whatsapp de Fray Juan.

«Nunca supe qué hacer con mi vida… ni lo sé todavía»

Fray Juan lleva 45 años siendo fossor, aunque no se ruboriza al decir que todavía no sabe qué hacer con su vida. Ha perdido la cuenta de las personas a las que ha enterrado. “Al principio teníamos que cavar las fosas a pico y pala, hacíamos una gimnasia constante”, confiesa. 

Esta es su rutina diaria en el cementerio de Logoño. A las 6 y media se levanta y a las 7 reza los oficios junto a sus hermanos Fray Alberto y Fray José. “A las 9 trabajamos en las incineraciones, acompañando con los rezos a la familia. Vienen con las cenizas para depositarlas en el columbario, y nosotros rezamos el responso en la misma boca del nicho”. 

A las 12, Juan se retira para hacer la comida y las cosas de la casa, como la ropa. “Comemos a la una y a las dos, siestecita. Por la tarde los entierros empiezan a las 4.30. En esos casos, acompañamos a la familia tras el coche fúnebre hasta el nicho. Sobre las 6 cerramos el cementerio por dentro. Nosotros tenemos la llave”.