Carlos Losada, de 29 años, es voluntario en “Dos Hermanas Solidaria”. Aboga por un cambio de valores que debe comenzar en la escuela y en el núcleo familiar
Ayudar a los demás sin esperar nada a cambio va camino de convertirse en una rareza, y más en una persona joven. Por eso he quedado en Los Jardines con Carlos Losada Ortiz, un nazareno de 29 años, graduado en Geografía e Historia y con un máster de profesor, que colabora con “Dos Hermanas Solidaria”. Ha recibido una mención por parte de esta ONG por su solidaridad y dedicación con las personas más vulnerables.
No es habitual ver a gente joven dedicando su tiempo a los demás. ¿En tu pandilla eres “el rarito”?
A veces me dicen que soy “demasiado tonto”. Hay quien me ha llegado a preguntar por qué dedico tiempo a esas cosas. “Primero, la vida resuelta, y luego la solidaridad con los demás”, me han llegado a aconsejar. Pero yo creo en el dicho de “Si das, te lo das”.
¿Te apoya tu entorno familiar?
Tengo el apoyo total de mis padres. Mi madre especialmente se emociona con lo que hago. Y mi abuela materna, Conchi, está siempre diciéndome lo bueno que soy. Y tengo la suerte de que mi pareja, Cristina, tiene la misma concienciación social que yo. Ella es integradora social, y al cabo de nueve años nos dimos cuenta de que ese es un punto que nos une.
¿Ya te gustaba ayudar de pequeño?
Siempre he empatizado mucho con los más pobres. De pequeño me fijaba en las personas que pedían en las puertas de los supermercados y, si mis padres no le daban algo, me ponía triste.
Esa sensibilidad tuya, ¿influyó al decidir que querías ser profesor?
Creo que la sensibilidad va unida al educador. No solo impartimos la materia como tal. Tenemos en cuenta aspectos piscológicos de los alumnos, sus sentimientos, y debemos saber escuchar.
¿Cómo colaboras con Dos Hermanas Solidaria?
He tenido dos etapas. En la primera me dedicaba a atender a las personas que llegaban, sobre todo para ayudarles en el trámite del Ingreso Mínimo Vital y en cualquier orientación laboral. En una segunda etapa he estado dando clases de español a extranjeros que han llegado a Dos Hermanas huyendo de la guerra, como los ucranianos. He dado clases de español avanzado a rusos y marroquíes. Estos últimos son los que más lo demandan.
Has mencionado a personas que buscan vuestra ayuda. ¿En qué situación se encuentran?
Llegan personas llorando, muy desesperadas, sobre todo mujeres en contexto de vulnerabilidad. Recuerdo el caso de una que tenía un negocio y se arruinó con el covid. Se metió en una casa ocupada y hasta se quiso tirar por un puente.
¿Qué haceis en esos casos?
Las asesoramos lo mejor que podemos. Lo primero es darle compañía, escucharla y sobe todo ponerle en regla el IMV para que pueda tener ingresos.Te sientes frustrado porque los recursos llegan hasta donde llegan.
Y después, ¿mantienes el vínculo?
Claro, con muchos se crean vínculos personales y les seguimos la pista. Hay quien se ha incorporado al mundo laboral, como un chico marroquí que ahora trabaja en el restaurante de la Peña Sevillista o el caso de Moussa, que llegó huyendo de la guerra de Mali y ha estado trabajando de carretillero. Él tenía muchas ganas de aprender y solía quedarme más tiempo con él tras las clases.
¿Cómo fueron los meses de pandemia?
Muy duros. Hacíamos la compra a las personas más vulnerables, como los ancianos. Hay que recalcar que esto es una tarea colectiva, en la que todos somos importantes pero ninguno imprescindible. Recuerdo a María y a su marido José Manuel llevando en su coche a una mujer a un centro médico, o a José Díaz, que hacía lo imposible por traer alimentos y pañales. “Dos Hermanas Solidaria” es un ejemplo de que poniendo cada uno su granito de arena podemos construir una sociedad más justa.
¿Qué pasa con los jóvenes? ¿No son solidarios?
No hay muchos casos, la verdad. La tecnología actual y el sistema capitalista promueven un ensimismamiento. Muchas personas nos preocupamos por la deshumanización y aporofobia que sufren los seres humanos. Por ello, deberíamos de ocuparnos. Hace falta un cambio estructural en la concienciación personal. Como decía Blas Infante, eso no se produce por decreto ni por obligación, sino por concienciación.
¿Cómo promoverías tú ese cambio?
El cambio no puede ser individual, sino en sociedad. Para promover valores y respeto por los Derechos Humanos hay que hacerlo desde el sistema educativo y el núcleo familiar o esto se nos va de las manos. No educar en prejuicios, sino en juicios. Hemos avanzado mucho desde un punto de vista material, pero ¿y la felicidad? Mostrarnos en redes sociales ante todo el mundo, ¿nos hace más felices?
Nuestro reconocimiento a Carlos. ¡Que cunda el ejemplo!