1955
Su esposa, Anita Sánchez, es la primera que vende esta fruta en la plaza de abastos de Dos Hermanas
Dan las seis de la mañana en el campanario de la iglesia y ya está Anita Sánchez entrando por la puerta de la plaza. Ha dejado a Manuela (¡qué haría sin ella!) con sus dos hijos: José (16 años) y Rosario (11). Ella los levantará más tarde y se encargará de la comida y de las tareas de la casa.
Aunque aún es noche cerrada en Dos Hermanas, Anita aguza la mirada hacia la Plaza de La Mina y entre la oscuridad atisba la figura de su hermano Joaquín, llevando un carrillo de mano cargado de fruta. En menos de lo que canta un gallo está el puesto montado (entrando en el mercado, a la izquierda), con su peso y todo. El madrugón no es gratuito: no tarda en despachar a las primeras clientas. Son las trabajadoras de León y Cos, que ya se dirigen al almacén. “Dame un par de plátanos, Anita, que luego te los pago”, le dice Valme. Las aceituneras cobran su jornal al acabar cada día, así que le pagarán cuando vayan de regreso a casa. Anita también abre por las tardes.
José “el de los plátanos”
Mientras tanto, su marido, José Vaquero (con el que se casó en plena guerra, en 1937), también se ha puesto en marcha bien temprano. Conduce, camino de Sevilla, un viejo camión de tercera mano que compró con los primeros beneficios del negocio. Es un hombre de campo, trabajador e incansable. Aunque no fue al colegio, cuando lo llamaron para la mili quiso aprender a leer y escribir para poder mandarle cartas a su novia desde el cuartel. Por las tardes, el respetado maestro José Varela le dio clases particulares hasta que se defendió solo. La perseverancia de José es una de sus virtudes. También su gran olfato de negocio. Suya fue la idea y con ella está sacando adelante a su familia. Ya se le conoce en el pueblo como “José el de los plátanos”.
Inventar para progresar
“Quiero progresar y vivir mejor”, le dijo un día, a poco de casarse, a su mujer. Se montó en una vieja bicicleta y se fue a Sevilla. En la misma bici, a golpe de pedal, se trajo colgada del manillar una piña de plátanos de casi 25 kilos. Montaron el puesto dentro de su propia casa (en calle Antonia Díaz) y cuando se quedaban sin género, José iba a por más. En vez de una piña, se traía dos. Fue cuando decidieron montar un puesto en la plaza. Sólo de plátanos de Canarias. Supuso una gran novedad en Dos Hermanas. En plena posguerra, era una fruta con un gran valor nutriticional. Vendían muchos, muchos plátanos. José contactó directamente con el productor canario, que le hacía llegar la mercancía en barco.
El siguiente paso fue comprar una casa en calle Francesa (antes vivían de alquiler) y transformar dos de sus habitaciones en “cámaras de calor”. Con la ayuda de piedras de azufre, José consigue una “temperatura tropical” que acelera la maduración del plátano (que llega verde) y lo pone amarillo, listo para su venta. Han añadido a su oferta tomates (también de Canarias), naranjas (hoy mismo ha llegado una remesa en el tren de Málaga) y, en verano, sandías y melones, que el propio José se encarga de traer de matos de la provincia de Córdoba.
El volumen del negocio ha crecido y ya les permite incluso surtir de plátanos a otras fruterías. Como su mente no descansa, lo siguiente que hará será comprarse un camión mayor y alguna parcela donde poder cultivar sus propias frutas, quizá melones, o incluso plantar olivos. Pero estamos en 1955. ¡Quién sabe lo que deparará el futuro!