1950
Joselito triunfó en las plazas de Venezuela, pero solo pudo volver con el premio de un décimo de lotería amañado
La mala fortuna ha sido la compañera de viaje de Joselito Montero, el talentoso torero de Dos Hermanas que se está planteando abandonar su carrera de matador por culpa de una extraña enfermedad contraída al bañarse en el río Orinoco. Si quiere saber qué hacía un joven de Dos Hermanas en la selva de Venezuela, solo tiene que seguir leyendo.
El nazareno se embarcó con destino Caracas en 1948, con 23 años. En los quince días de travesía se afanó por cuidar su más preciado equipaje: veinte gallos de pelea, criados por él mismo en Dos Hermanas, con los que pretendía hacer fortuna. Lo que sólo los más íntimos sabían es que, tras la excusa gallística, acariciaba el sueño de triunfar como torero en América, continuando con la carrera que ya había iniciado en España.
A los 9 años, Joselito (con el apodo de su padre, “El Sidranda”), ya participaba en becerradas en Dos Hermanas. En 1945 llamaba la atención de los entendidos por su manejo del capote y la muleta. Salíó a hombros de La Maestranza en una novillada sin picadores, y de ahí saltó a Madrid y Valencia, donde cortó una oreja a un novillo de Mihúra. Estuvo anunciado para la feria de abril de 1948 pero una inoportuna apendicitis le apartó del cartel, siendo sustituido por el “Diamante Negro” de Jerez. Quizá fuera una señal del destino pero, tras frustrarse lo de Sevilla, lo vio claro. Se fue… a hacer las américas.
Mi amigo el vicepresidente
La noticia de la llegada de gallos de pelea españoles pronto se extendió por Caracas. El vicepresidente del gobierno (omitiremos su nombre, pues luego daremos cuenta de un turbio manejo) fue a pedirle que le vendiera tres. “No me los compre, se los regalo”, le dijo Joselito. Los gallos pelearon, ganaron y así fue cómo trabó amistad con aquel destacado miembro del gobierno.
El 23 de enero de 1949, Pepe Montero (nombre con que se dio a conocer en Venezuela) tomó la alternativa en la plaza de toros “Arenas” de Valencia (cerca de Caracas), como recoge el cartel adjunto. También organizó eventos taurinos en el interior del país. Le ocurrió en Maracay que, a punto de comenzar una corrida, se echó para atrás el señor que le iba a proporcionar los caballos. Con la plaza a rebosar, y vestido de torero, Joselito salió desesperado a la calle y vio a un campesino con una burra. Le preguntó por cuánto se la vendía, se la compró al instante, le pusieron un peto al animal y aquella corrida se celebró con el picador montado en una burra.
Hizo dinero Joselito en ese primer viaje y al tiempo decidió regresar, con otros amigos toreros. Pero esa vez las cosas no se dieron bien. No contrataban corridas, los toros criollos no embestían bien… De pronto se vio arruinado y sin un duro para el pasaje de regreso. Se acordó entonces de su amigo el vicepresidente, al que fue a pedir ayuda. “No puedo darte dinero”, le dijo su amigo, “pero esto quizá te sirva”. Sacó de un cajón un décimo de lotería que se jugaba al día siguiente y se lo regaló. ¡Y tocó el gordo! Aquel señor jugaba con las cartas marcadas.
Con el dinero del premio, Joselito pagó su barco y el de sus amigos y regresó a Dos Hermanas con más dinero que con el que se fue. Tenía la intención de retomar su carrera taurina, tomar la alternativa en España. Pero una rara infección contraída tras bañarse en el río Orinoco derivó en una ciática que todavía hoy, un año después, le obliga a caminar con muletas. Finalmente, Venezuela no le proporcionó la fama sino una cojera.
Casualmente, en ese barco de vuelta conoció a Curro Rodríguez, empresario que organiza novilladas. Joselito le ha hablado de su hermano Rafalete, que tiene 17 años y muy buenas maneras ante el toro. Le va a cerrar una corrida en San Fernando para 1951. Si hay suerte, Rafalete continuará la dinastía de los Montero. Él le ayudará…