Juan Manuel Guerrero, más de 30 años repartiendo suerte en Dos Hermanas

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Juan Manuel Guerrero

Una discapacidad provocada por el atropello de un camión le llevó a ser vendedor de la ONCE

Juan Manuel Guerrero Morcillo es natural de Badajoz. Vino a Dos Hermanas buscando trabajo, al amparo de un familiar que residía aquí. Un accidente de tráfico le provocó una discapacidad que le llevó hasta la Organización Nacional de Ciegos (ONCE) donde trabaja como vendedor desde hace más de 30 años.

En su punto de venta habitual, en la esquina de Reyes Católicos con Los Pirralos, no hay persona que no lo conozca. No le falta un saludo y una sonrisa en la boca para todos –aunque ahora se la tape la mascarilla-.

Nos atiende mientras continúa con la venta de sus cupones y rascas, comprobando si alguno ha sido premiado.

Una de sus clientas habituales le comenta entre risas que deje de darle sólo un euro que ella lo que busca son millones para comprarse una casa. «Te voy a tener que poner un santito aquí después de 40 años», le dice entre risas.

Juan Manuel Guerrero explica que tiene a un santo pero en el congelador porque dicen que hay que castigarlos para que de suerte y «toque más».

Su piel curtida por el sol es muestra de sus años vendiendo en la calle así como de sus aficiones a las que dedica su tiempo libre: la pesca –aunque explica que la playa aún no la ha pisado este año- y su huerto «en la parcela donde hay que quitar las hierbas».

Está casado con Laura con la que tiene dos hijas: Laura –como su madre- y Elisabeth. Reside en el barrio de Las Portadas.

Otro de sus clientes, al saber que le estamos haciendo una entrevista, se burla de él preguntándole si va a salir en la tele.

Juan Manuel Guerrero cuenta con una clientela habitual, conoce sus nombres y los números que juegan. No se aburre. Siempre hay alguien que le hace compañía y con el que echar una charla.

No le teme al calor. «Agua fresquita y ya está», asegura.

Es socio de la AV Las Portadas, su barrio, «por colaborar», no es asiduo a la sede, ni va a jugar a las cartas.

«Dame los 50 millones que me voy», le exhorta otro de sus clientes.

Está contento con su trabajo repartiendo ilusión todos los días.

¿Desde cuándo es vendedor de la ONCE?

Estoy vendiendo desde el año 1988. Entré por una minusvalía. Tengo una pierna amputada por debajo de la rodilla por un accidente de tráfico. Un camión que me atropelló. Crucé la carretera sin mirar y me cogió. Intenté entrar aquí, y entré. Desde entonces estoy en la ONCE. Ya hace 33 años.

¿Cómo fueron esos inicios?

Costó trabajillo, como todos los inicios. Al principio es normal. Uno entra aquí sin nada prácticamente. Tienes que empezar a hacer una clientela, mucho tiempo, muchas horas…

¿Siempre ha estado en este punto de venta?

No, he estado en otros sitios pero siempre por la zona.

¿Cómo era Dos Hermanas cuando usted llegó?

Estaba muy bien. Tuve muy buena acogida. Me sentí desde primera hora integrado. Nunca he tenido un problema. El pueblo ha evolucionado mucho porque todas las barriadas que están por la periferia antes no estaban. Pero en esta zona todo está igual.

En todos estos años en la ONCE, ¿ha dado algún premio importante?

He dado el premio cuatro veces, el Cuponazo, dos veces el del viernes y otra dos veces el de diario. Y desde entonces no he vuelto a dar nada más (risas).

¿Tiene una clientela fiel?

Aquí llevo más de 20 años. Gracias a Dios tengo mis clientes. Algunos vienen a por un número concreto, otros vienen buscando el número del barrio –sacamos de la maquinita el 13-, cada uno busca el número que le gusta.

Después de tantos años, con la clientela, ¿se establece una amistad?

Sí, hay algunos clientes con los que se mantiene una amistad.

La gente que compra cupones, ¿suele ser mayor o también juega la gente joven?

La mayoría es mayor aunque hay mucha gente joven que se va animando. Son otros juegos distintos, los rascas, les gusta más el premio inmediato.

¿Hay algún número de Cupón preferido?

Cada uno tiene un número, unos el 13, otros el 15, el 18, el 22… Algunos también suelen pedir fechas puntuales, del hijo, del nieto…

¿Cuántos cupones puede vender a lo largo de la jornada?

Depende del día. Los miércoles en esta zona es un día más tranquilito por el Mercadillo y se nota. Normalmente alrededor de 100, 120, 150… depende.

¿La gente compra los cupones por los premios o por solidaridad con la función social que desarrolla la ONCE?

Hay mucha gente que dice que: «aunque no me toque colaboro con la ONCE». Hay de todo.

¿Cuáles son sus aficiones?

Me gusta la pesca. Tengo una parcelita y tengo un pequeño huerto, me gusta sembrar cosillas que después nos comemos en casa. A ello dedico el tiempo libre. Trabajo de lunes a viernes, todo el día, y los sábados, domingos y festivos, son sagrados, son para mí. Tanto para pescar, estar en la parcela o beber cerveza, lo que se tercie.

¿Es duro este trabajo?

No. Lo malo es el invierno, el agua. Como llueva en la calle no puedes estar. El calor se va aguantando.

¿Piensa jubilarse en esta esquina?

Sí, pienso jubilarme aquí. Aquí estoy a gusto, estoy bien, de aquí ya no me muevo. El tiempo que me queda lo pienso echar aquí.

¿Algún mensaje para los clientes?

Que se animen, que compren, que toque y que el pueblo se ponga más gracioso, con más vidilla, porque vaya tela, los tiempos que están corriendo son un poco difíciles.

¿Ha afectado mucho la pandemia a la venta de cupones?

Ha afectado un poquito. Sobre todo la primera parte que fue horrorosa. Fueron dos o tres meses en casa y sin vender. Después cuando ya salimos a vender había ese miedo, ese temor, esa cosilla de la gente que no sabe si acercarse o no… poquito a poco se ha ido animando la cosa, gracias a Dios, la cosa está casi normal. Aunque tengamos que seguir llevando la mascarilla, por lo menos, ya…

¿Ha tenido algún percance, robo… a lo largo de todos estos años?

No, afortunadamente no. Gracias a Dios robos no, toquemos madera. Alguna vez me han intentado dar algún billete falso. Pero me he dado cuenta a tiempo o algún cliente me ha avisado: «mira bien ese billete porque parece falso».