Los mormones, como son conocidos, tienen una pequeña pero activa comunidad en nuestra ciudad
Aún dejando claro que soy católico, apostólico y romano y me considero fiel hijo de la Iglesia en la cual desearía pasar toda mi vida y que creo que todo católico debe decir, como dijo Santa Teresa de Jesús de la que se cuenta dijo a la hora de su muerte “¡En fin, Señor, soy Hija de la Iglesia!”, no deja de interesarme como historiador que escribe entre otros temas de Dos Hermanas y como cultivador de la Teología –que estudie en mis tiempos en la Facultad de Teología del Norte de España en la castellana Burgos- las otras religiones y, muy singularmente, las otras Iglesias Cristianas. Entre ellas, está establecida en Dos Hermanas la de los Santos de los Últimos Días, de origen estadounidense –ahora que hemos estado tan pendientes de las elecciones norteamericanas- y que es singularmente trinitaria, es decir, que como la católica u otras muchas ramas del cristianismo, cree en un solo Dios y en las tres sagradas personas las cuales para los católicos y otros cristianos están unidas en unión hipostática. Pero la concepción trinitaria mormona es bastante distinta de la católica y de la de otros cristianos y, lógicamente, los católicos, en poder también lógicamente de la razón –pues la tenemos sin duda- pero también muy pagados de si mismo como nos ha pasado siempre, rechazan el tan particular trinitarismo mormón con una condena bastante radical que incide sobre todo en el tema de la validez del bautismo mormón. Yo, sin atreverme, modestamente, a llamarlos no cristianos pues sospecho que para ser cristiano de corazón no sólo hace falta lógicamente una perfecta confesión trinitaria, como tiene el Catolicismo al que representa nuestra Madre la Iglesia y otras iglesias, veo y creo en la relativa invalidez del bautismo mormón –para ellos tan valido como para mi el mío- pero me alejó de condenas sistemáticas, explicables por otra parte en un contexto de lucha por las almas entre las diversas iglesias, pues creo en la colaboración entre los hijos de Dios e incido más en otras diferencias que voy a desglosar si el indulgente lector me lo permite. Vamos que el tema trinitario es muy importante, importantísimo, pero, lo siento, quizá no sea el principal.
Y tengo que decir, sobre todo y ante todo, que una pregunta ha venido a mi cabeza al leer y oír que se llama de los Santos de los Últimos Días. Y pienso que, igualmente, se podía llamar del Último Día pues si son seguramente muchos los Últimos Días, seguramente en uno sólo en uno, que como dice la Escritura sólo sabe el Padre –ni siquiera el Hijo o el Divino Espíritu, como es sabido- se manifestará nuestro Salvador. Pero dejaré, por ahora, una cuestión tan sublime y supremamente importante. Mas, los mormones, creo que con excelente criterio hablan de los Últimos Días, con una sabiduría que ya quisieran para si muchos católicos de golpe en el pecho o simplemente de nombre. Y, desde luego, me interesa también precisar, al menos en algo, las creencias de los Santos de los Últimos Días, que conocemos vulgarmente los católicos y los miembros de otras denominaciones como mormones. Ellos, por supuesto, creen en la Biblia. La estudian, la predican con alegría y buen ejemplo, y la tienen como modelo de vida, lo cual es muy de admirar e imitar. La diferencia con los católicos y otras ramas del cristianismo reside en cuanto a escrituras en la creencia de palabra revelada del Libro del Mormón. Según su creencia, en 1823 el profeta Joseph Smith tuvo una revelación del ángel Moroni enseñándole donde se encontraba una crónica, que su profeta encontró y tradujo al inglés bajo el nombre del ‘Libro de Mormón’, padre este último de Moroni. Yo, particularmente, creo que el ‘Libro de Mormón’ tiene de revelado lo que, por supuesto, tienen todos los libros. Que lo que cuenta sea revelación divina de la misma categoría que la Biblia es otro cantar. Pero ellos lo creen y, desde ese punto, los respeto y muchísimo, sobre todo por lo que diré posteriormente. Pues bien, el ‘Libro de Mormón’ habla de dos pueblos, los lamanitas y los nefitas, confundibles con las diez tribus perdidas de Israel, de las cuales descienden los indios norteamericanos. Esta idea, no es propia sólo de los mormones sino que como el nombre Jehová –hoy no usado por los católicos pero si por los Testigos- tiene un origen católico. En efecto, esta identificación de los indios con las diez tribus perdidas – cuyos nombres ahorro al lector que puede consultarlas en cualquier Biblia pero que son todas menos la sacerdotal de Leví, la real de Judá, Simeón, absorbida por Judá, y la de Benjamín- es nacida en el catolicismo. Ya hubo misioneros católicos que lo dijeron, lo cual no quiere decir que sea cierto. Incluso el vestido de la Virgen de Guadalupe, santa y milagrosa patrona de Méjico, se ha llegado a decir que tiene un origen judío. Y además lo han afirmado, como digo y repito, estudiosos católicos no precisamente mormones, ni siquiera protestantes. Pero, voy a ir a los hechos. Los dos pueblos del libro del Mormón –lamanitas y nefitas- desarrollan sus peripecias en Norteamérica. Unos, los lamanitas, son más fieles a Dios, son un resto de la casa de Israel. Otros los nefitas, son menos fieles. No quiero tampoco entrar en honduras quien quiera saber que vaya a Salamanca o lea simplemente este interesantísimo Libro de Mormón. Eso si, lo que me llama mucho la atención como historiador y, singularmente, como americanista es que los mormones no saben o no les ha sido dado a saber cuáles pueblos pueden, según su creencia, identificarse con las tribus indias actuales, sean los lakotas –siux para los más profanos-, los wichitas, los hurones, los abenakis, los gabrieleños, los chinooks, los yumas, los hopis, los comanches, los utes, los creeks, los iowas, los osages, los senecas, los pawnees o cualquiera otra tribu de los Estados Unidos de los que he nombrado varias de varias familias lingüísticas. Eso, ya digo, me llama mucho la atención, mucho pero que muchísimo.
En fin, por otra parte, los mormones, de los que lamentablemente no puedo hablar todo lo que quisiera que es mucho han llevado una labor de restauración de todas las instituciones desaparecidas en el Cristianismo como por ejemplo el Apostolado. La verdad lo que no me creo ya me lo pueden decir todos los mormones que en 1829 Joseph Smith recibió la misma autoridad del sacerdocio que Jesucristo había otorgado a sus apóstoles. Para ellos, y es una creencia muy respetable, respetabilísima, como todas, dado que es muy cara o querida a su Iglesia, Juan el Bautista, nuestro San Juan Bautista, se le apareció a su profeta y le concedió el Sacerdocio Aarónico, que recibe el nombre de Aarón, hermano de Moisés, o sacerdocio menor. Más tardes los apóstoles Pedro, Santiago el Mayor y Juan –nuestros tres santos del paso de la Borriquita y del de la Oración en el Huerto para que nos entendamos- le conferirían al mismo Joseph Smith el Sacerdocio de Melquisedec o mayor, propio de Cristo, Sacerdote Eterno según el rito de Melquisedec, santo y mítico rey de Salem, después llamada Jerusalén. Ello lo veo muy difícil pero, ya digo, respeto su creencia, como respeto todas sin excepción a no ser las manifiestamente execrables por su intrínseca maldad, como podía ser el culto a Satán, el Diablo, desgraciadamente también presente en Dos Hermanas, como es sabido.
En fin, los mormones tienen muchas creencias que invito a conocer a todo interesado o no y que predican sus esforzados misioneros. Con esto, no quiero decir que ningún católico o ningún protestante se vuelva mormón sino sólo que merece la pena conocer lo que piensan estos hermanos no tanto por caridad, que también por ello, como por ansia de conocimiento. Por otra parte, y ya desgraciadamente tengo que acabar no creo, en ninguna manera, como leí una vez en una revista católica, de los míos para que nos entendamos, que los mormones sean una secta peligrosa. En ninguna manera. Mas bien todo lo contrario. El desarrollo que han llevado al estado de Utah en Estados Unidos, en cuya capital Salt Lake City se encuentra su templo principal, y los méritos que han acumulado, como los cuáqueros, en la promoción de la justicia y la caridad en el mundo les hace, desde luego personas altamente considerables, de lo cual doy fe porque los he tratado. Que sus creencias parezcan extrañas depende de los puntos de vista. A mi me lo parecen y a otros y a ellos mismos les parecen normales, válidas y santas. Pues muy bien que así sea.
Pero habría que hablar de como se organiza la Iglesia en Dos Hermanas para acabar este leve artículo. Tienen un bello templo, muy majestuoso y monumental, al que todavía no he entrado pero prometo entrar, frente al Mare para que nos aclaremos y todos sepamos dónde está. Antes, se encontraba en la Exportadora, en lo que los viejos conocían como el Almacén del Cura, por atribuirse al don Manuel García Martín, ilustrado sacerdote licenciado en Sagradas Escrituras y párroco de Santa María Magdalena por la que tantísimo hizo y donde reposa en el sueño de los justos, la posesión del establecimiento. Desde otro punto de vista, a mi me maravilla el respeto de los mormones a las costumbres de cada país, su amor sin ambages a la Semana Santa de la que gustan como cualquier católico, su consideración hacia nuestro Valme y a todas y cada una de nuestras tradiciones. Ello es de admirar y mucho. Por otro lado, aunque no dan culto a las imágenes, usan muchísimas representaciones, algunas de ellas católicas, muy bellas todas por cierto. En Dos Hermanas son sólo cincuenta o sesenta pero tienen un pastor al que llaman obispo, terminología muy distinta a la católica. En fin, para acabar diré que sus misioneros y misioneras, de los que hay cuatro de los primeros en el pueblo, muestran un celo, una alegría y un entusiasmo admirable, que su sacramentología es distinta a la nuestra pero relativamente fácil, que no creen por supuesto en la transubstanciación y usan, muy extrañamente, para mi agua en lugar de vino en la Santa Cena, que no sé muy bien lo que piensan de la Virgen pero que creo respetarán y mucho por su papel en los Evangelios, tan grande, y por ser Madre de tantos y tantos, de todos los pueblos, y que son, normalmente, personas buenas y de vida santa de los que se aprende mucho. Y esto es lo que más me importa. Vale.