La taberna de Chaparrejo: así latía el corazón de la “Cuesta de los Marchaos”

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taberna de Chaparrejo
Foto de 1972. José Martín Reina “Chaparrejo” con su nieta María José.

Durante cuatro décadas fue lugar de reunión de cientos de nazarenos. Aquí se tomaba el anís de la mañana, se cantaba buen flamenco y se vivió el triunfo de Massiel en 1968

Nunca hubo un rótulo que anunciara, en la acera izquierda de la Cuesta de los Marchaos  bajando hacia la Venta Las Palmas (en el número 73), la taberna de Chaparrejo. Quién duda de que un letrero constituiría un buen reclamo, situada como está en la Carretera Nacional IV que une Sevilla con Cádiz partiendo en dos a Dos Hermanas. Pero no es preciso anuncio alguno. Todos saben dónde está el corazón del barrio. 

Y por si hubiera alguna duda, basta con observar,  en los albores del alba, el zócalo de la fachada de la taberna e incluso de casas vecinas, ocupados por una maraña de bicicletas colocadas unas sobre otras hasta casi borrar el blanco de la pared. Cientos de trabajadores que bajan hacia Sevilla hacen en la tasca parada obligatoria para calentar el cuerpo con una copita de aguardiente “Las Palomas”. La bicicleta del cartero (negra, con la palabra “Correos” en letras negras sobre la bandera de España) también se amontona sobre el resto. Son tantas que ocupan toda la acera. La estampa se repite por la tarde, a eso de las cinco, cuando el tabernero se mueve ágil de un extremo al otro del mostrador sirviendo vino del bodeguero Eduardo Gómez, de Los Palacios, a los mismos que ya estuvieron por la mañana. Hablan de toros y de fútbol. Unos beben. Otros fuman el tabaco que el mismo tabernero les vende. Eso sí: no hay mujeres a la vista. Las únicas que se ven son las miles que pasan en tropel a primera hora por la cuesta abajo, camino de los almacenes de aceitunas. Si acaso alguna se acerca para llamar al marido o al hijo, no pasa del escalón de la puerta. Las cosas son así en la Dos Hermanas de los años cincuenta: los hombres viven en las tabernas y las mujeres en las casas. 

Las cabras de Francisco Quinta

Sale el sol. Poco a poco, de la calle Isaac Peral van desapareciendo las bicicletas. Del corral de vecinos del Pavero salen los niños hacia las escuelas y sus madres van a hacer la compra. Por el callejón de San José aparecen las cabras de Francisco Quinta, que han pasado la noche recogidas en la cantera de Antonia. Se saben de memoria el camino hacia Bellavista, donde pastan. Siembran la cuesta de cagarrutas y se pierden calle abajo hacia el paso a nivel.

Desde fuera se aprecia una doble puerta. La primera, abatible y de cristales cuadrados, luce un adhesivo de Mirinda y sirve de antesala a otra de madera, de dos hojas.

Ha llegado el camión de reparto de los vinos. Solo el ingenio y la experiencia han permitido llevar a cabo la operación de descarga en la puerta de la taberna. Para no interrumpir el tránsito de la carretera, el camión se ha subido a la acera. Han colocado en el suelo un gran neumático, que amortigua la caída de las cuarterolas. A modo de rampa, unos palos hacen posible elevarlas hasta el poyete de la puerta, cuyos ladrillos vistos se aprecian desgastados por décadas de roce de suelas y madera. El rodaje de las cuarterolas también ha agrietado el suelo de la taberna hasta cuartearlo como teselas de un mosaico. Dentro, en la faena de reposición de vinos, ayuda el tabernero. 

Desde 1947

Bético, veracrucista, de ojos celestes. Pocos conocen a este nazareno nacido en 1906 como José Martín Reina, sino por el apodo de su familia por parte de padre: Chaparrejo. A decir verdad, aquí pocos son llamados por su nombre. Son Charros, Colillos, Planchillas, Miñotos, Lentos o Pitacos. 

El Chaparrejo se venía ganando la vida dando portes con un camión. En él llevó el simpecado de la Hermandad de Dos Hermanas al Rocío cuando estuvo prohibido y también en él transportaba a los presos de Los Merinales a trabajar en el Canal de los Presos. En 1935 se casó con María Claro Barbero (de los  “Corros”), matrimonio del que en 1936 nació su única hija: Patrocinio. 

En 1947 su padre, José Martín Mena, abre la taberna y es su hijo el que desde ese momento se ocupa de ella y acaba heredándola en 1951.

Bacalao en salazón

José  sirve un chato a Luis, “El Gordo la Juana”. Para picar hay poca oferta: altramuces o aceitunas en platillos ovalados de porcelana, tomates en rodajas con sal, frutos secos, alguna conserva de pescado. Algunos traen de casa su propia tapa con sabor marinero: un trozo de bacalao en salazón que riegan con buen vino de Los Palacios. De fondo, cinco cuarterolas de vino (tinto, dulce, manzanilla…), las paredes cuajadas de almanaques, carteles taurinos, anuncios esmaltados de bebidas y un cartel de la Virgen de Valme.

Chaparrejo ejerce su oficio con acierto, dejando hablar y reír pero haciendo respetar la convivencia. Hoy se ha tenido que poner serio con dos clientes habituales. Antoñito “El Latero”, artesano de La Pólvora, ha llegado, como cada tarde, de ver su película en el Cine Español, posiblemente la misma que vio el día anterior.  Beni “el de los calentitos”, que tiene un puesto en la plaza de abastos, le ha tirado unos huesos de aceituna, y el Latero le ha contestado con exabruptos. Chaparrejo ha atajado la discusión. 

Se prohíbe el cante

La taberna encierra una paradoja en la que nadie parece reparar. Bajo la escalera que da acceso al piso superior (donde vive la familia) aparece clavada esta placa: “Se prohíbe el cante”. Sin embargo, este es uno de los templos del cante jondo en Dos Hermanas. Al fondo, la taberna esconde una joya: su patio con veladores, con bocoyes que hacen de mesa. En las noches de verano, y hasta altas horas, se celebran aquí inolvidables veladas de tientos y fandangos nacidos de las gargantas de  Manuel “El Zapatero”, el “Niño Rueda”, Fernando Inurria “Ramito” o Manolito “Gili”. Desde la tapia divisoria con el patio del vecino, una niña llamada Dolores escucha y observa con sus ojos inocentes. Ella nos sirve de confidente.   

La tele, el robo y el invento

Para terminar con este recuerdo de la carismática taberna nos detenemos en tres fechas. La primera, 1966, marcó un hito en el vecindario: fue el año en que Chaparrejo compró un televisor, auténtico lujo para las familias que no podían permitírselo, y que convirtieron la taberna en la prolongación del salón de sus casas. Aquí se vivieron con pasión tardes de fútbol y toros, y la gala de Eurovisión de 1968 en la que España ganó con el Lalalá de Massiel. 

A 1975 corresponde esta anécdota. Un compungido José confiesa a su vecino y amigo Pepe “El Charro” que le falta dinero del cajón. Alguien había metido la mano. Como José estaba mal de la vista, no era factible colocar un candado o una llave, ya que había que manipularlo continuamente con la entrada y salida de dinero. Su amigo, carpintero de profesión, inventó la magistral solución: colocó en el interior del cajón, inaccesible e invisible desde el exterior, un enorme timbre de bicicleta que sonaba estridentemente cada vez que se abría. Nunca más faltó dinero. 

La última fecha señalable es 1981: José fallece tras una enfermedad y la taberna se cierra. Su hija Patrocinio la reabrirá en 1982 hasta que, a final de la década, se clausura definitivamente. 

La clientela y los tiempos, como Dos Hermanas, habían cambiado.

Patrocinio Martín: una gran mujer en un mundo de hombres

A Patrocinio Martín Claro (1936-2023) la bautizaron con ese nombre por una promesa que su bisabuela le hizo a la Virgen del Patrocinio. La señora se encontraba en avanzado estado de gestación y debía regresar a Dos Hermanas a pie desde Triana. Le prometió a la Virgen que si llegaba al pueblo en buen estado de salud y nacía una niña, la llamaría Patrocinio. Así fue bautizada la niña, madre de Chaparrejo y abuela de Patrocinio Martín, a quien nombraron así hilando con la tradición familiar.

Era hija única de José Martín “Chaparrejo” y María Claro Barbero. De moza trabajó con el sastre Serrallé, que le encargaba las tareas más minuciosas, como los ojales y las chaquetas de caballero. También vendió oro de Paco Alba. “Llevaba un pañito, lo abría y enseñaba las pulseras o lo que llevara, y se llevaba una comisión”, recuerda su hija Cini. 

taberna de ChaparrejoFue un ejemplo de superación ante los reveses de la vida. Luchadora y prudente, jamás se le escuchó hablar mal de nadie. De su carisma y de sus almendrados ojos verdes se enamoró el tonelero Nicolás Durán Muñoz, que la llevó al altar en 1963 y con quien tuvo tres hijos: Jesús, María José y Cini. En 1981 fallece su padre, se cierra la taberna y ella abandona los pisos de San Antonio donde residía y se traslada allí con su familia. Pero el destino le tenía reservado otro trágico suceso: solo un año después, en 1982, fallece su marido (con 46 años), y ella decide reabrir la taberna para sacar adelante a sus hijos y a su madre anciana. 

Ante una clientela absolutamente masculina supo hacerse respetar, cualidad que heredó de su padre. No le gustaban las discusiones y una palabra suya bastaba para abortar cualquier jolgorio o conato de pelea. Los clientes no solo la respetaban, sino que la protegían. 

Se le daba bien la cocina: el pisto, el cocido, los pimientos asaos. “Por el olor ya se sabía en la calle que Patrocinio estaba cocinando”. A los caracoles sabía darles un punto tan bueno que los ponía de tapa en la taberna.

A pesar de que le quedó una ínfima pensión, decía que era rica porque le bastaba “para comer y para comprar medicinas”. Le gustaba leer novelas de Corín Tellado. Bordaba y cosía. Siempre se lamentó de que no se había escrito nada sobre su padre y su taberna. Esperemos que hoy lea este artículo allí donde esté.