La historia de este negocio arrancó en 1910, cuando al tonelero Álvaro Pareja López se le ocurrió abrir una tienda de comestibles para ser atendida por su esposa
El 29 de noviembre de 2023, una de los negocios más señeros de Dos Hermanas, la popular tienda de “Alvarito”, cumplirá un siglo de vida. Como se explica más abajo, el negocio funcionaba ya en 1910, pero no fue hasta 1923 cuando se dio de alta en el registro de comercios de Dos Hermanas.
“La Purísima”, conocida durante décadas como “la tienda de Alvarito”, fueron los primeros grandes almacenes de Dos Hermanas antes de que estos se inventaran. Porque lo que se inició como una pequeña tienda de comestibles y coloniales se fue convirtiendo, progresivamente, en un pequeño bazar donde se podía encontrar desde un colador hasta unas botas de agua, pasando por un perfume o un sujetador. A los comestibles se unieron, con el transcurrir de los años, otros géneros que demandaban los nazarenos: mercería, juguetería, perfumería, papelería y zapatería. Saberse adaptar a los tiempos ha sido, sin duda, una de las virtudes de este comercio, además del buen trato, la calidad del producto y la excelente ubicación. Con la llegada, a principios de los años 70, de los primeros supermercados a Dos Hermanas, se fue reduciendo hasta su desaparición la venta de comestibles, reforzando en cambio el resto de los géneros.
Tres generaciones
Fundado por Álvaro Pareja López y Concepción Rivas Muñoz, del negocio se hace cargo en 1941 su hijo Alvaro Pareja Rivas, “Alvarito”, auxiliado por dependientes (que eran uno más de la familia) como Curro Vicario, Antonio Chacón o Pepe Olmedo. Los fundadores fallecen en 1959 y 1963 respectivamente. Al jubilarse Alvarito en 1972, fueron sus hijos, “Alvari” y José María, los que continuaron. En 1986, mediante un tabique, dividen la tienda original, transformándose en dos: la mercería “La Purísima” (hilos, botones, lanas, encajes, tira bordada…) regentada por Alvari, y la corsetería “Aurora” (medias, batas, bañadores, pijamas, ropa interior), por su hermano José María. En el año 2009, tras jubilarse Alvari, su tienda fue traspasada a Patrocinio Gómez, mientras que José María me revela que en breve, quizá a comienzos de 2024, también traspase la suya.
Aceite en pellejo de cerdo
Desde que, en 1928, abrió sus puertas en su ubicación actual (esquina de las calles Santa María Magdalena y Aníbal González) hasta 1986 el aspecto del negocio se mantuvo inalterable. Un largo mostrador de madera en forma de “ele” recibía a las clientas. La llamada “zona noble” (la que daba a la Plazoleta) tenía un escaparate (donde se mostraban bufandas, corsetería y ropa interior) y un mostrador con un expositor debajo donde se exponían botones y otros objetos de mercería. La zona de comestibles estaba al fondo. Si se entraba por Aníbal González, lo primero que se veía a la izquierda era una vitrina de cristal donde se exponía la manteca, el chocolate, la mantequilla. A su lado, el peso y la máquina de aceite a granel. Me cuenta Alvari, nacido en 1943, que él “traía el aceite en un pellejo de cerdo. En el cuello del cerdo había una boca por la que se sacaba el aceite. También había una bota grande de vinagre con una canilla. La gente venía con una botella de cristal y se le echaba la cantidad que necesitaran. Al final del mostrador había un expositor de caramelos. Una niña entraba con mucha prisa diciendo “Oye, oye, oye”, para que le diera sus caramelos. Por eso a esos caramelos les llamábamos los oyitos”.
La sirena y las almaceneras
La tienda bulía a eso de la una. “Al toque de la sirena, las mujeres salían de los almacenes de aceitunas con mucha prisa porque iban a su casa a almorzar”, relata José María. Su padre, Alvarito, se asomaba a las escaleras y llamaba a su hijo mayor: “¡Alvariiii! ¡Que nos comen!”, decía, y él bajaba para echar una mano. Por eso, para tener ya parte de los productos preparados, la noche anterior los Pareja se afanaban en hacer los “liaos”: cuartillas de papel de estraza en cuyo centro se colocaba café o pimiento molío y se doblaban formando un paquetito. Con una gran maña, Alvari, a pesar de sus 80 años, coge un papel y, con varios rápidos movimientos de sus pulgares, me hace un “liao”.
Motes en vez de nombres
En la tienda de Alvarito juntaron su ajuar un buen número de nazarenas. “Compraban las sábanas, las toallas…y mi padre, en un cuaderno, iba apuntando las cantidades que iban pagando. Nunca ponía el nombre, sino un mote: Lupe la de la Luz, la de Solaica…”
“Los viajantes mandaban las muestras de sus productos (juguetes de Alicante, zapatos de Elche…) en maletas de cartón a la estación de tren y Joaquín Gigante las traía a la tienda en un carro con un mulo. Cuando llegaba el viajante días después, se abrían las maletas. También una vez por semana mi padre cogía el Amarillo y se iba a Sevilla. Eso fue antes de 1967, cuando compró el Simca. Iba desde calle Cuna hasta El Prado cargado de paquetes. En la Corsetería Modelo, en calle Francos, compraba los sujetadores Aurea y los Nilo, que eran más anchos”, recuerda José María. “A mí me gustaba acompañarle a una papelería llamada Domingo de Caso, porque un dependiente me regalaba recortables de soldados y cowboys. Pero al final dejé de ir porque mi padre me daba una paliza caminando. Andaba muy ligero. No había quien le mantuviera el ritmo”.
El municipal con las multas
“En aquellos tiempos los horarios eran muy estrictos. Se abría de 9 a 2 y de 5.30 a 8, y no se podía retrasar el cierre ni un minuto. Los domingos no se abría, pero si alguien necesitaba algo le abríamos a escondidas el postigo de Aníbal González. Tuvimos la mala suerte de que Felipe, el jefe de los municipales, pasaba por aquí al salir de trabajar, ya que vivía en El Palmarillo y venía desde el Ayuntamiento. Si veía que eran las ocho y un minuto y no habíamos cerrado, mandaba a un municipal, que le decía muy avergonzado a mi padre: “Alvarito, que me ha dicho el jefe que te multe por no cerrar a tu hora”. Y mi padre, con mucha tranquilidad, acababa de atender al cliente y firmaba la multa de veinte duros”.
Un documento de 1923 avala el siglo de vida de la tienda, aunque ya vendía comestibles en 1910
En 1910, cuatro años después de casarse con Concepción Rivas Muñoz, Álvaro Pareja López, de 36 años, descendiente de una famiia de Medina Sidonia y de oficio tonelero, abrió en su propio domicilio de la calle Segismundo Moret (hoy Lope de Vega) número 2, una pequeña tienda de comestibles para que fuera regentada por su esposa, nueve años menor que él. La imposibilidad de que una mujer pudiera tener un negocio a su nombre obligó a Álvaro a figurar como titular, aunque en la práctica era Concha quien estaba al frente. Relatan sus nietos que era una mujer avezada y ágil con las cuentas. Cuando alguien hacía una suma, ella ya se había adelantado y tenía el resultado.
En esta tienda creció el hijo de la pareja, Alvarito, que relataba la siguiente anécdota. Como los garbanzos se vendían ya en remojo, por la noche sus padres los metían en un lebrillo con agua. Un día el chiquillo al levantarse de la cama no vio el lebrillo y de una patada tiró todos los garbanzos al suelo.
Aunque la tiendecita funcionaba desde 1910, no fue dada de alta en el Registro de Contribución Industrial y de Comercio de Dos Hermanas hasta el 29 de noviembre de 1923, fecha del documento adjunto. En él se especifica que “la industria a la que se va a dedicar desde el día de hoy” es la de “vendedor al por menor de artículos de mercería y paquetería”. Se observa que, en esos 13 años, el negocio, originalmente dedicado a los comestibles, había crecido incorporando artículos de mercería y paquetería. Tal fue la importancia que estaba adquiriendo el negocio que Álvaro, el marido, demostrando un buen olfato comercial, decidió dejar su oficio de tonelero e incorporarse con su mujer a la tienda. En 1928, después de comprar el solar que hacía esquina entre las calles Santa María Magdalena y Aníbal González, construye tres casas y traslada su negocio original de Lope de Vega a esta esquina: 10 metros de fachada por Santa María Magdalena y 20 metros por Aníbal González, con puerta a cada una de ellas, y 4 metros de profundidad. La fecha elegida para la apertura (8 de diciembre de 1928) y el nombre de la tienda, “La Purísima”, no fue casual: era un homenaje al nombre de su esposa, Concepción.