1972
Antonio Linares, hombre con gran sentido del humor, es el encargado de estas instalaciones situadas en la autovía Sevilla-Cádiz
Antonio Linares está hoy en turno de domingo: de 7 de la mañana a 11 de la noche. No le extraña que sus hijos le digan que sus besos huelen a gasolina. ¿A qué van a oler después de 16 horas con el mango del surtidor en la mano?
Las Buganvillas es la única gasolinera de Dos Hermanas, a excepción del surtidor de la Venta Las Palmas. La más cercana está en la Venta Ruiz, cerca del campo del Betis, y la siguiente en Los Palacios. Aquí paran a repostar los domingueros que van a la playa en su seíta, las parejas de la Guardia Civil, los camioneros, los tractores cargados de aceituna. Hoy ha venido Tony, un americano de la base de Morón, que se ha llevado dos garrafas de petróleo para sus estufas. Otro guiri, con un detector de metales, le ha regalado una moneda romana que ha encontrado en el campo. “Para mi colección”, se dice Antonio, y la mete en el bolsillo, el mismo desde el que un pequeño transistor eleva al aire coplas de Pepe Marchena que Antonio tararea.
A mediodía, su compañero Miguel “El Niño” y él han sacado al sol un sofá de escay burdeos y se han dispuesto a almorzar. A Antonio le encanta lo que trae hoy: rodajas de merluza frita del día anterior. De beber, tinto. Al terminar, se fuma un crávena que le han traído de Ceuta y se entretiene rajando con su navaja unas aceitunas que le han regalado y que aliñará en casa. Levanta la mirada. Ve los anuncios de grandes letras (Michelín, Firestone) y los precios de los cuatro surtidores: 4 pesetas la gasolina normal y 4,50 la súper. Se los sabe de memoria. Llevan invariables desde hace años.
Antonio es de aspecto serio, pero guasón como él solo. Por eso, para reírse un poco y alargar la sobremesa, recuerda con su compañero el episodio que vivieron ayer. Por la mañana vino un gitano y echó cuarenta duros de gasolina. Haciendo un poquito de teatro, dijo que no tenía dinero, pero que iba por él a su casa y volvía. Les dejó allí a dos niños pequeños que venían con él en el coche, en señal de que regresaría enseguida. A la hora de almorzar, el padre no había aparecido y compartieron sus bocadillos con los hambrientos chavales. Al acabar su turno tuvieron que llevarlos al Cerro Blanco para devolverles los niños a su madre, ya que el padre, al parecer, los había dejado “en prenda”.
Por estas cosas, aunque tiene un gran corazón, a veces Antonio se hace el duro: porque hay quien se inventa historias peregrinas con tal de ablandarle e irse de balde. Un reloj, un anillo de oro, un saco de arroz. De todo tiene en su casa. La gente se lo deja “en empeño”, se va con el depósito lleno, promete volver para pagar pero nunca aparece.
El arte de saber poner motes
Antonio, nacido en 1927, es el undécimo de los quince hijos que han tenido sus padres: Manuel, carpintero ebanista de Ceuta con taller en Sevilla, y María Dolores, ama de casa. Vivían en Heliópolis. De pequeño lo sacaron de la escuela para trabajar en la naranja, en una droguería, y de mozo en Almacenes Lirola (más tarde “Vilima”), en la calle Puente y Pellón. Se enamoró de Natividad Gómez, la hija de Chicuelo, el del quiosco del barrio, y un día, cansado de la excusa de ir al puesto para comprarle chucherías, le dijo “cásate conmigo”. Ella se reía mucho con él. Recuerda cuando le puso, a cada casa de su calle en Heliópolis, el nombre de una película según quién viviera en ella: “La hermana San Sulpicio” apodó a una casa porque una de las hijas era monja. Y así cada vivienda tenía un título, real o inventado: “Los siete hermanos”, “La niña está loca” o “El hombre que fabricaba mosto”. Y como también aplicaba su ingenio para poner motes a gente del barrio, alguien le preguntó una vez: “Y tú, Antonio, ¿no tienes mote?”. A lo que contestó: “¿Yo? ¡Yo soy el Linares!”
El “Linares” y Natividad se casaron en 1960. Cuando empezó en la gasolinera, inaugurada en 1956 “con las mejores instalaciones de Europa” (rezaba la prensa), compraron un terreno en Bellavista y allí levantaron la casa donde ahora viven: en su Vespa llega a Dos Hermanas en 10 minutos.
Ahora que se está construyendo la autopista de peaje Sevilla-Cádiz, corre el rumor de que Las Buganvillas quedará aislada con un muro y que los vehículos que circulen por ella no podrán parar a repostar. Ha dicho uno de los socios, José María Laffitte, que en ese caso tendrían que trasladarla a otro sitio, con acceso directo desde la autopista. Pero eso pertenece al futuro. El presente es que han llegado un Seat 850 y un cuatro latas , y eso significa que el almuerzo ha terminado y hay que volver ¡¡a echar gasolina!!