Fue verdaderamente impresionante la misa que se ofició en la Plaza de la Constitución
Vuelvo hoy a escribir la crónica de este atípico Valme de este malhadado, como dije la semana pasada, año del 2020, que pasará con letras negras a la historia de la Humanidad.
Y siguiendo con la línea de nuestro discurso y, acabando ya de hablar del quinario –que siempre sugiero que se dedique a las cinco letras del Dulcísimo Nombre de María o, todavía más concreto, del Dulcísimo Nombre de María de Valme pues, los quinarios en puridad se dedican a las cinco llagas de Cristo- quiero referirme a un solemnísimo acto que tuvo lugar la mañana del Viernes y que tuve la dicha de contemplar. El general jefe de la Jefatura de los Sistemas de Información, Telecomunicaciones y Asistencia Técnica del Ejército de Tierra, Joaquín Salas Alcalde, ofrendó su faja a nuestra protectora. El general, aragonés y como buen maño devoto de la Virgen del Pilar –que se venera en un cuadro en nuestra Parroquia de Santa María Magdalena- recordó a la patrona de Zaragoza y gran devoción de España –aunque la patrona desde tiempos de Carlos III sea la Inmaculada Concepción concretamente por breve de Su Santidad Clemente XIII de 8 de noviembre de 1760- pero dijo que, aunque vivía en Madrid, cada vez se sentía más vinculado a Sevilla. No cabe duda que, esta vinculación con Santa María de Valme y San Fernando, unió más a su persona y al cuerpo que preside con nuestra tierra. Al acto asistieron las autoridades civiles y militares.
Y llegó el sábado de besamanos en el que últimamente se besaba la medalla. En este año ni siquiera eso. Sólo se puso la Virgen en veneración para que pasaran todos sus devotos nativos y foráneos que también acuden muchos de otros lugares, más de los que nos pensamos. Impresionante se encontraba la celestial señora en uno de sus dos sillones góticos –el otro se encontraba arriba- luciendo el manto de lises, castillos y leones que bordaran doña Gracia Becerra y su camarera doña Elena Molina de la Muela, mujer de mi lejano pariente don José Agustín Baena de León Caro. Un bellísimo arco de flores enmarcaba a la Virgen y numerosos ramos adornaban el altar del que se había bajado y rodeaban la imagen. No hace falta decir que los priostes se esmeran todos los años a la hora de montar el altar de cultos para la Reina de Dos Hermanas pero quizá –por lo trágico de las circunstancias- este año se han esforzado más. El pueblo, como siempre, en largas colas pasó a venerar a la protectora y patrona del Excelentísimo Ayuntamiento, amén, como me gusta decir, Reina de Bellavista, circunstancia ésta que une mucho a este barrio, hoy lamentablemente sevillano, con nuestra ciudad.
Ahora bien, llegó el gran día, un día de romería raro, distinto, sin los elementos que consideramos consustanciales. Fue un Valme sin caballos, sin jinetes, sin amazonas, sin niños montados en el noble bruto, sin carretas, sin galeras, sin peregrinos andando. Barranco estaba vacío, el Real Sitio de Cuarto se veía solo en fecha tan significativa. Fue un Valme único que, quiera Dios, que no se repita pues será signo de que esta catástrofe que aflige a la Humanidad -la cual Dios no quiere pero, evidentemente permite- sigue de nuevo.
Todo era distinto. La devoción del buen pueblo nazareno se concentró en nuestra ágora, en la Plaza de la Constitución, en los Jardines, que no me canso de repetir que junto al Salón de Écija es una de las plazas más bonitas de la archidiócesis y provincia. Una plaza donde hemos tenido la suerte -y la sensatez- hasta de conservar la Cruz de los Caídos convertido en un monumento a la paz y a la fraternidad, aparte de ser bello y de unos valores artísticos evidentes.
Pues bien, en los Jardines se celebró un solemne pontifical. Presidió don Manuel Sánchez de Heredia, párroco de nuestra iglesia mayor como es sabido. Concelebraron con él los hijos del pueblo don Francisco Vega Durán, adscrito a esta misma parroquia mayor, don Eduardo Lucas Vega Moreno, vicario parroquial de San Sebastián de Sevilla y don Alberto Jaime Manzano, párroco de San Ildefonso de Mairena del Aljarafe y los párrocos no nativos que ejercen la cura de almas en el pueblo don Manuel Chaparro Vera, párroco de Nuestra Señora del Amparo y San Fernando y don Francisco José López Martínez, párroco del Divino Salvador. Ayudó el diácono don Ignacio del Rey Molina, que ha sido destinado este año a Santa María Magdalena, amén de un escogido número de acólitos, de los muchos jóvenes o de edad provecta que ayudan a altar en nuestra o, mejor, en nuestras parroquias u otros templos.
Predicó don Manuel Sánchez de Heredia, en su línea habitual, recordando que nos encontrábamos en circunstancias excepcionales que habían afectado a la romería. Don Manuel recalca mucho el Amor de Dios hacia los hombres. Yo diría, como decía el Doctor Angélico -el gran teólogo dominico Santo Tomás de Aquino-, que el Padre engendra eternamente al Hijo y ese Amor eterno que se tienen ambas Divinas Personas es el Espíritu Santo. Es la manera más sencilla de explicarlo. En la lógica del discurso de nuestro párroco el Amor es lo principal. La Virgen sería la Protectora, la Mediadora- a pesar de lo que dice San Pablo sobre la mediación de Cristo-, ante su Divino Hijo.
Hay que añadir que la plaza se encontraba abarrotada. Se vio unos Jardines llenos de chaquetas en vez de chaquetillas y zahones. Todos recordábamos las misas de romeros de años anteriores, la Virgen en la carreta yendo hasta su ermita con el cansino caminar de los bueyes, los alcaldes de carretas, éstas y las galeras, los numerosísimos peregrinos andando, Barranco, la Venta de las Palmas, la Venta del Cabito -que debería arreglarse-, la Venta ‘La Pelá’ –que me la han convertido en una casa solariega con un escudo-, los Merinales, la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús de Bellavista y, por fin, Cuarto que espera a su dueña para alojarla siquiera por unas horas. Nada de esto se ha visto este año. Igualmente, debo añadir que, este año, se ha celebrado, con gran afluencia de público un quinario de mañana a las 10.30 horas predicando don Manuel Sánchez de Heredia.
Por otro lado, el 12 de octubre, se rezó el Ángelus ante el bello monumento a Nuestra Virgen en la Plazoleta, cantando el coro de la hermandad.
A su vez, el día del Valme se rezó el Ángelus y a las 6 el rosario. A las 8 se celebró la santa misa que cantó el citado coro de la cofradía.
Mas no sólo tengo que hablar de lugares y tiempos. Lugares y tiempos sacros, sacralizados por el hombre. También están las personas.
No es mi pretensión hablar de todos los concejales que han asistido a la función de Iglesia y a la de la romería. Solamente decir, que a la primera y al pregón, acudió el señor Alcalde, don Francisco Toscano Sánchez, con su esposa, la teniente alcalde de Relaciones Humanas, doña Basilia Sanz Murillo, y la Teniente Alcalde de Cultura y Fiestas, doña Rosario Sánchez Jiménez.
Ahí está de la misma forma, el joven Juan Luis de Castro Sánchez cantando en el pregón, un joven de rancia familia nazarena que se ha convertido en todo un fenómeno de masas. Es ejemplo palpable y, por ello, aquí lo traemos de ese gran número de jóvenes nazarenos, amantes de sus tradiciones con los que los mayores las vemos seguras.
Y qué decir de la Agrupación Musical Nuestra Señora de Valme, que tocó la Marcha Real cuando la Virgen salió como Reina y Señora a los Jardines y que dirige mi primo José Manuel Mena Hervás, todo un triunfador como compositor de música cofradiera.
Y también debo nombrar a Regina Coeli, coral que canta bien donde las haya y que lleva la música sacra a extremos inimaginables. Siempre solemniza la función lo que nuestro excelentísimo prelado agradece.
Y, por último, el coro que no sólo tiene buenos cantores sino también buenos compositores y que ha solemnizado el quinario. Dos Hermanas es un pueblo de grandes coros: el de Valme, el del Rocío, el de la Oración en el Huerto, etc. etc. La tradición coral recuerda a la vasca. No en vano, muchos de nuestros apellidos más antiguos como Bertendona, Caro, Ibarburu, Inurria… son, en origen, de las Provincias Vascongadas, de Euskal Herria.
Y voy acabando. Han sido unas fiestas raras, atípicas, que se han vivido con miedo y zozobra. Nadie, absolutamente nadie, esperaba que transcurriera una romería de Valme como la que ha transcurrido. Yo sólo espero que quede un recuerdo de esta catástrofe: la protección de la Virgen de Valme, a pesar de los pesares sobre su pueblo y sólo me queda decir para acabar este artículo y, tras felicitar a Hugo Santos Gil y a su mesa, lo que todo el pueblo exclama: ¡Viva la Virgen de Valme!