Es hora ya de hablar, en este tercero y último capítulo sobre el Colegio de la Sagrada Familia, de algunos aspectos de la comunidad de Hijas de la Caridad de San Vicente que rige tan importante centro escolar. Muchas hermanas han pasado por sus aulas. Yo no las voy a nombrar a todas sino tan sólo a una pequeña minoría, sobre todo a las que no están entre nosotros, algunas de las cuales dejaron una gran huella en el pueblo, en el colegio y entre el alumnado. Tengo que decir, en primer lugar, que la comunidad se fue adaptando a los tiempos, siempre con el norte de la enseñanza de la juventud nazarena. Por las aulas, han pasado niñas de todos los estratos o clases sociales del pueblo. Lo mismo se educó en la Sagrada Familia la gente burguesa de Dos Hermanas, esa clase media o media alta o incluso alta que controló en gran parte durante muchos años la vida del pueblo como la gente obrera, tan numerosa, de tan variado origen que ha poblado Dos Hermanas desde últimos del siglo XIX, durante todo el s. XX y hoy en este s. XXI y que ha tenido la máxima importancia como fuente de trabajo y verdadero motor del pueblo y que, también, ha controlado en otras épocas, sobre todo en la II República aunque también en el Franquismo a través de los sindicatos verticales y de nuevo hoy en la Democracia la vida de esta ciudad. Las hermanas con sus ventajas, sus deficiencias, sus aciertos y sus fallos han procurado educar a toda clase de nazarenas y nazarenos. Y quizá hoy en día, en que las condiciones económicas son mejores -hasta cierto punto desde luego porque existen problemas como el paro, sobre todo juvenil, que están muy lejos de solucionarse y hay amplios sectores que han quedado prácticamente fuera del estado de bienestar del que tan pomposamente se ha hablado muchas veces- se nota también ese estado de mezcla en el colegio a pesar de la sectorialización de los colegios que aleja a muchos de la enseñanza religiosa querida por los padres.
Además, las hermanas han jugado un importantísimo papel, ayudadas por las de la desaparecida comunidad de la Residencia Municipal San Fernando, también atendida por las Hijas de la Caridad de San Vicente durante muchos años, en la promoción de las clases más humildes de la sociedad nazarena, Desde las viejas cocinas económicas de la época de autarquía posterior a la Guerra Civil, hasta la atención preferente que las hermanas han dedicado en innumerables momentos a las zonas más deprimidas del pueblo como el Cerro Blanco. El trabajo en estos barrios, en la medida de las posibilidades de la comunidad, ha sido constante y sigue profundamente en nuestros días, época en que las hermanas dan refugio a todos los necesitados que pueden de estas zonas sin importarle la ideología o la raza. Particularmente, ha sido muy meritorio el trabajo de la comunidad de ambas casas con el colectivo gitano, tan numeroso y de tantísimo peso en nuestra Dos Hermanas, donde se dan familias integradas en la sociedad no gitana o paya – y acaso por ello con menos problemas – hasta familias menos integradas y con problemas estructurales y de fondo de más calado. El papel de las hermanas ha sido importantísimo y su presencia constante y sin desmayo en estos lugares propios de su vocación y donde, evidentemente, querían verlas San Vicente y Santa Luisa como auténticas mujeres entregadas en cuerpo y alma al ejercicio de la Caridad, que a través del hermano llega a Jesús, fuente y destino ineludible de toda obra caritativa perfectamente entendida pues si no es así no es Caridad sino filantropía.
Yo creo que todas las hermanas han destacado de una forma u otra en la labor de promoción de la sociedad nazarena pero sería imposible, y también poco didáctico, citarlas a todas. Hubo épocas, por cierto, en que algunas hermanas a lo mejor destacaron por su severidad –ellas mismos lo reconocen- pero el paso del tiempo nos muestra que no fue en vano pues, sus alumnas, las recuerdan con cariño, sobre todo por la solidez de las ideas, que introdujeron en sus vidas y que han hecho de ellas excelentes madres de familia, cuando no, excelentes cristianas. Es obligatorio, citar a Sor Dolores y Sor Sofía a las que el pueblo dedicó sendas calles en la barriada de la Exportadora, como ejemplos de hermanas de unos tiempos difíciles del promedio del siglo XX. Por supuesto, no se puede dejar de nombrar a Sor Presentación, hija predilecta de la ciudad a la que el pueblo entre muchos homenajes también dedicó una calle, mujer muy incardinada en la realidad de nuestro pueblo, al que comprendió perfectamente y al que dedicó gran parte de sus afanes, los mejores que tenía. La recordamos, lo mismo atendiendo enfermos, que atendiendo a su querida cofradía de Vera-Cruz, que era en muchos momentos una especie de niña de sus ojos, que atendiendo a las niñas, que dando un ejemplo para todas las hermanas jóvenes y menos jóvenes que han convivido con ella. Con ella, yo recuerdo un grupo de hermanas que murieron muy mayores en la casa como Sor Rosa, Sor María Clarines, Sor Juana, Sor María Nogal, etc. etc. Sé, por supuesto, que me dejo muchas de todas las edades y condiciones pero, como prototipo, valgan los nombres de Sor Dolores, Sor Sofía y Sor Presentación.
En cuanto a la vinculación con Vera-Cruz, yo recuerdo, como historiador y como veracrucista, la presencia insustituible y constante de Sor Presentación y Sor María Nogal, pareja de hermanas, entre otras, que acudían a nuestra capilla a oír misa, a rezar a las imágenes de Cristo a las que damos veneración o a las imágenes de María bajo sus advocaciones de la Asunción y el Mayor Dolor, a las que también rendimos cultos, a colaborar con la hermandad con todo lo que ellas pudieran y algunas veces era de admirar el tesón que ponían en ello por la edad, ya tan avanzada, que tenían. A la vez, por la casa pasaban y pasan muchas cofradías de Semana Santa o procesiones de gloria como de nuevo la de la Asunción –nuestra popular Subida a los Cielos- de Vera-Cruz. Siempre, desde luego, para las hermandades nazarenas, la Sagrada Familia ha estado rodeada de un halo de buen hacer muy evidente. También, habría que citar que por el hecho de haberse oído la misa de romeros del año 1936 en la antigua Capilla del Colegio, antes de marchar a la azarosa y muy difícil romería de aquel año, la comunidad ha entablado fuertes lazos con la hermandad del Rocío que las tiene nombradas madrinas.
No quiero tampoco dejar atrás la vinculación, ya desde tiempos de los protectores de ambas comunidades, que fueron los citados don Manuel Alpériz y doña Juana González, con la comunidad de Padres Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores del Colegio de San Hermenegildo, que han llevado siempre la capellanía de las hermanas desde que vinieron a Dos Hermanas en el lejano 1900, como parte ineludible de su trabajo y de su vocación al servicio de los nazarenos.
En fin, desde este lejano 1892 en que se funda el colegio, y del que celebramos los 125 años, hasta nuestros días la comunidad ha jugado un importante papel en la sociedad nazarena, compleja donde las haya con una sociedad estructurada en muchos sectores, que escapan de una clasificación social básica pues se pueden establecer muchos subsectores diferentes según el nivel económico o la misma procedencia de los individuos. Se pasaron también tiempos difíciles –como cuando, según sabemos por los imprescindibles testimonios orales, la comunidad se refugiaba cada noche para dormir, en los peores períodos para la Religión de la II República, en casa de la recordada camarera de la Virgen de Valme Elvira Mantilla Rodríguez, en las Morerillas, hoy calle Fernán Caballero- pero normalmente han sido períodos de calma en la vida escolar, de atención a los pobres y de la comunidad con los naturales problemas de la vida diaria.
Por último, me gustaría decir algunas palabras sobre las muchas hermanas que han salido hijas del pueblo para ingresar en la Compañía. Desde mi tía sor Josefa Madueño Caro, pasando por sor Engracia Cozar, sor Rafaela López Doval, sor Encarnación Muñoz Carballido, sor Encarnación Parra Reina, mi tía sor Valme Alonso Muñoz, sor Patrocinio Carballido Rivas, sor Joaquina Sánchez Genovés, sor María del Carmen Santos Sánchez, sor Dolores Luna Crespo, sor Carmen Camacho hasta sor Virginia Ponce que es en nuestros días la más joven. Caso especial es el de Dolores Martín Díaz o Josefina Blanco Rodríguez, que abandonaron la Sociedad aunque permanecieron íntimamente unidas a ella y trabajando con ella. De la primera, mujer devota donde las hubiera y uno de los pilares de nuestra parroquia mayor recuerdo sobre todo su devoción a la Milagrosa, en una piedad cristocéntrica pero a la vez profundamente mariocéntrica. Unas han sido enseñantes, otras sanitarias, alguna ha estado en territorio de misión, otras han sido hermanas de sacerdotes como sor Rafaela López Doval, hermana de don Manuel López Doval que fue cura de nuestra ya nombrada parroquia de Santa María Magdalena de Dos Hermanas o sor Encarnación Muñoz Carballido, hermana de don Manuel Muñoz Carballido, cura de Santa María la Blanca, filial de San Nicolás, de Sevilla. Todas, en resumen, han servido a Dios, la Iglesia y el mundo en diferentes trabajos dando ejemplo de que eran auténticas hijas de San Vicente y Santa Luisa, hermanas de Santa Catalina Labouré –la humilde hermana a la que se apareció la Milagrosa- y mujeres entregadas a Dios y a los hombres.