Juan Antonio comenzó a repartir bebidas con un carro y un mulo en 1968. Se le unió su hermano Andrés, y entre los dos levantaron una gran empresa
La vida se le puso muy cuesta arriba en 1963 a la nazarena Dolores Reina Madroñal. Su marido, Andrés López Durán, de la familia de los “Gili”, apodado “Coronel” (por su padre, gitano de Jerez) y de oficio sus cabras, se iba de este mundo con 40 años dejando a su mujer con ocho hijos que alimentar: seis hembras y dos varones. La mayor de la prole, Agustina, tenía solo 13 años. Por eso el mayor de los niños, Juan Antonio, en 1965 deja las cabras a cargo de su hermano menor Andrés, y se coloca repartiendo cervezas y vinos con Carlos Rubio “Macandro”. Tres años después, el chaval, que era espabilao, coge el carro y el mulo con el que su padre cargaba yerba para las cabras y se dedica a repartir por tabernas y tiendas de Dos Hermanas algunas bebidas: refrescos “Godovi”, cervezas “El Gavilán”, anises de Cazalla, licores Bourbons y leche RAM. Apilaba su mercancía en el mismo almacén de la calle Toneleros donde su hermano guardaba las cabras.
El negocio va prosperando y el carro con el mulo es sustituido por un isocarro y más tarde por una furgoneta DKV. Su madre, Dolores, compraba matos de sandías y melones, productos que también se añadían al reparto. Era ella quien firmaba los cheques y guardaba la caja fuerte en un sopero.
El volumen de ventas hace que Andrés abandone las cabras y se una a su hermano en los repartos. Y aunque el negocio crecía, nadie imaginaba el giro que dio todo… en 1976.
Tú Pepsi y yo Coca Cola
Un repartidor, conocido por “Rafalito el del vino”, entonces distribuidor de Pepsi Cola en Dos Hermanas, le dijo a la multinacional que no le alcanzaba. Al mismo tiempo, Juan Espinar, que llevaba el concesionario de Coca Cola para Pilas y Dos Hermanas, también se ve desbordado. Así que de pronto los hermanos López Reina incorporan estas bebidas a su reparto: Juan Antonio ofrecía a sus clientes Pepsi, y Andrés, Coca Cola. Adquieren un camión Ebro y una furgoneta 4L. Sus buenas dotes de vendedores llaman la atención de Coca Cola, que disemina comerciales por el pueblo para preguntar por ellos. Al fin llaman a la puerta de su madre y le dicen: “Dolores, no hemos conseguido que nadie hable mal de tus hijos”. Y así fue cómo los Hermanos López Reina se convirtieron en repartidores oficiales y exclusivos de Coca Cola en Dos Hermanas. O lo que es lo mismo: cualquier envase de esta marca que se vendía en nuestra ciudad pasaba antes por sus manos. La única condición: no repartir Pepsi. No se podía dar alas a la competencia.
Desde que llegan los primeros trailers, cada uno con 700 cajas de Coca Cola, Fanta y Finley, el negocio no deja de crecer. En 1980 llegan los envases retornables y en 1982, con el Mundial, el refresco en latas. Compran un solar nuevo y una máquina Fenwick, con la que se acaban las pesadas decargas a mano. Toda la familia se implica y además se incorporan Miguel Pérez Coto y los hermanos José Antonio y Agustín González León. En 1984 se ficha a un contable, Antonio Benítez, y se construye una oficina. En 1985 se compra un tercer camión y vuelve Manuel Martos “El Gamba”, un antiguo trabajador. Y en 1993 los trailers ya no pueden maniobrar en calle Toneleros y la empresa se centraliza en una nave de Los Montecillos, donde llega a tener una plantilla de 14 personas y donde hoy continúa.
Juan Antonio falleció en 2016. Su hermano Andrés, conocido por “El Pope”, tiene 70 años. Va por ellos y por una vida dedicada al trabajo este pequeño reconocimiento.
“¿Sabe por qué usted no es como mi madre?”, y le partió la factura en la cara
Un cliente que hacía pedidos de Coca Cola a Andrés López Reina falleció dejando una factura pendiente. Para cobrar la deuda, Andrés fue a visitar a la viuda, que le espetó esta respuesta: “Pues vaya al cementerio a cobrarle”. Al momento Andrés le replicó a la señora: “¿Sabe por qué usted no es como mi madre? Porque mi madre, al morir mi padre, le pagó a todos los cabreros sin dejar deudas pendientes”. Y acto seguido, le partió la factura en la cara.
Otra anécdota, esta referida a su hermano Juan Antonio, ocurrió en 1971, cuando fue llamado para hacer la mili en el Sahara. Un representante de chicles le prometió a su madre que si vendía cierta cantidad de unidades le traería al niño del desierto. Se vendieron todos los chicles y no cumplió la promesa. Otro comercial, en esta ocasión de mantecados “El Patriarca”, le hizo comprar 100 cajas de mantecados con la misma promesa. Dolores las compró. Ese año la familia se empachó de mantecados, pero Juan Antonio solo regresó del Sahara cuando cumplió allí 16 meses, sin regresar una sola vez.