No se olvidó de los suyos: en cuanto prosperó su primer almacén, se trajo de su pueblo, Prado del Rey, a su madre y sus hermanos
El apellido Cabezuelo en Dos Hermanas huele a salmuera y tiene su origen en un claro eslabón: aquel joven inquieto, de una familia muy humilde de Prado del Rey que, con una maleta de madera, se buscaba la vida de viajante, prosperó y llegó a montar un imperio aceitunero en nuestra ciudad.
Puede que la prosperidad de Lorenzo Cabezuelo Payán se viera beneficiada por contraer matrimonio, en 1932, con Ángeles Gómez Becerra, una niña bien de Sevilla, once años más joven que él, hija de un terrateniente de Los Palacios con finca en El Arenoso. La pareja se instala en una casa de Santa María Magdalena, esquina con Melliza, y trae al mundo cuatro hijos: María Luisa, Fernando, José María y Ángeles.
De lo que no hay duda es de que el gaditano poseía olfato para los negocios y enseguida supo ver que de donde brotaba el maná era de la aceituna. Levanta un pequeño almacén en la calle Industria, hoy “callejón de Correos”, donde una campana, a la una en punto, avisaba a los empleados de que era la hora del almuerzo. El almacén se quedó pequeño en cuanto aumentó el volumen de las exportaciones.
Por esa razón, Cabezuelo se traslada a El Palmarillo, ubicación donde lo hemos conocido las generaciones posteriores. Un cuñado que trabaja en un banco, Antonio Fernández, se une a Lorenzo y con su aportación crece el negocio. En las instalaciones de El Palmarillo se llevaba a cabo todo el proceso: pilones para cocer la aceituna y naves de escogido, deshuesado y relleno. Cuentan que frecuentaba esas naves su esposa, Ángeles, quien creía firmemente que una empresa no tenía futuro si no se miraba por sus empleados. Les preguntaba por sus familias y se preocupaba por ellas.
Y así fue, año tras año, con esfuerzo e intuición, cómo Lorenzo Cabezuelo se hizo un lugar entre los grandes exportadores nazarenos. Los clientes americanos venían. Él también viajó alguna vez a Estados Unidos.
Pero nunca se olvidó de los suyos. Quiso que su prosperidad fuera también la de su familia. Lo primero que hizo fue traerse a Dos Hermanas a su madre, Luisa, y a sus tres hermanos. A Luis y a José los ayudó y asesoró para que montasen sus propios almacenes. El otro hemano, Juan, abrió una óptica. Más tarde creó una sociedad para sus hijos: “Cabezuelo Hermanos”.
Bético y amante de la copla
Sus hijos recuerdan haber disfrutado de una bonita infancia, aunque reconocen que Lorenzo, en su casa, era un padre severo y de gran temperamento, muy propio de la época. Al mediodía, cuando llegaba del almacén, la chica del servicio ya tenía la mesa puesta, y nadie levantaba la cabeza del plato: en la mesa no se hablaba. Por las tardes iba al casino a hablar de negocios y a departir con los amigos; y por las noches, antes de acostarse, leía el periódico en la cama.
Lo que nunca perdonaba era ir a ver a su Betis los domingos de partido. En el estadio disfrutaba y desfogaba. Era al único sitio adonde iba sin su esposa. Ambos, amantes de la copla, eran asiduos a los teatros de Sevilla, adonde solían ir cuando actuaban Lola Flores o Juanita Reina. Y una vez al año se iban de paseo (museos, teatros…) una semanita a Madrid, a veces en compañía de la hija más pequeña, Ángeles, y siempre en su propio coche que él conducía: el último, un Seíta.
De la muerte de Lorenzo Cabezuelo Payán, en 1973, se cumplen ahora 50 años. Las latas de aceitunas de su marca, las de sus hermanos y las de sus hijos han llevado el nombre de Dos Hermanas por todos los rincones del planeta, y se conservan hoy como reliquias de coleccionista . “Yo trabajé en Cabezuelo” es una de las frases que más he escuchado estos años en tantas entrevistas a obreras de la aceituna de Dos Hermanas.