A sus 93 años todavía maneja con destreza las pinzas de botera, la especialidad que la hizo famosa en los almacenes de Carbonell
María Alba es tan nazarena que cuando salía de las entrañas de su madre estaba pasando por la puerta la Virgen de Valme. Nació el día de la Romería de 1926. Hoy, 93 años después, sigue durmiendo en la misma habitación de la casa de Aníbal González donde vino al mundo.
Hija de Juan Alba, un ferroviario de Álora, y de Enriqueta Medina, una botera de Carbonell natural de Lora de Estepa, María Alba se ha enfrentado en su vida a una gran paradoja: ser una de las mejores boteras que ha dado Dos Hermanas, y sin embargo sentir un asco innato por las aceitunas. Cuando la madre enviudó y se la llevó con ella a trabajar a Carbonell, María, que tenía 15 años, no soportaba ni el olor ni el tacto del fruto. Pero logró superar la repugnancia inicial y con una habilidad inusual se convirtió en una especialista. Todavía conserva a sus tres compañeras de vida: dos palos de madera y una pinza metálica. Con los palos colocaba en los botes las aceitunas con hueso. Con la pinza, que tenía una cuchilla en su punta, pinchaba la aceituna sin hueso y la alineaba en el envase de cristal, siempre con el pimiento hacia fuera, para que el bote entrara por los ojos al consumidor norteamericano. Cuando no había que trabajar con botes, las mandaban a requerir, a rellenar o a barrer al patio. “Y si a un encargado le parecía que le habías contestado mal, te arrestaba: un día en casa sin trabajar y por tanto, sin jornal”.
“Pásabamos mucho frío allí”, me cuenta. “Las naves no tenían puertas, solo unas cortinas de saco, estábamos casi a la intemperie. Llevaba de casa una lata de atún con ascuas dentro y la ponía bajo la mesa. Pero las brasas se apagaban al caerle el agua de las aceitunas desde la mesa”. El frío se combatía con buen humor: mientras las manos trabajaban, las bocas hablaban o tarareaban, “aunque el encargado nos reñía si cantábamos”.
El espectáculo de El Arenal
Ella era una de las miles de mujeres que, cada mediodía, formaban parte del espectáculo de El Arenal y que dejaban boquiabiertos a los transeúntes poco acostumbrados. Cuentan que un forastero, apostado en uno de los bares de la plaza, se levantó de un salto al ver a tantas mujeres salir de pronto de los almacenes y exclamó: “¿Qué está pasando, Dios mío? ¿Es una manifestación?” Eran las 12. Todas a comer a casa y de nuevo por la tarde de 1 a 5. “A veces nos preguntaban al salir si queríamos velar, que significaba trabajar de 5 a 12 de la noche en otro almacén donde hacía falta personal. Yo a veces he velado”.
Tantas horas encorvada con la pinza y tantas latas cogidas en peso le pasaron factura. A los 62 años María Alba se jubiló, perjudicada de la espalda. Nunca se casó. “Tuve un novio, pero me cansé. Me arreglaba para salir con él y después no aparecía”. Hoy vive con Gertrudis, una de las cinco hijas de su primo José Medina, que la cuidan como si fuera su madre.