María, la señora de 90 años que espera a su padre ante la fosa de los fusilados

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María Durán
María Durán comenta fotos de su padre junto a su sobrino Juan Durán, quien la animó a dar las muestras de ADN.

El cadáver de Juan Durán es uno de los cientos que serán exhumados en el cementerio. María ya ha entregado su ADN para que le entreguen sus restos

En Dos Hermanas solo quedan vivas tres personas cuyo padre fuera fusilado en los aciagos primeros días de la Guerra Civil. Una de ellas es María Durán Durán, nacida en 1934. Tenía solo dos años cuando su padre, Juan Durán Pérez, fue fusilado en Barranco el 15 de agosto de 1936. Fue la primera de las grandes desgracias que vendrían, pues solo seis años después, en 1942, su madre, Ana Durán Jurado, fallecería de un golpe sufrido cuando trabajaba en la fábrica de yute. Dejaba cuatro niños huérfanos: José, Manuel, Juan y, la única niña, María, que tenía ocho años.

Sentada frente a la fosa del  cementerio

El pasado 18 de julio estuve presente en el acto que, cada año y encabezado por José Sánchez, se celebra en el cementerio para recordar a los fusilados en la guerra. Este año el acto estaba impregnado de una especial emotividad: la fosa ha sido abierta, se han encontrado los primeros cadáveres de fusilados y se ha vuelto a cerrar a la espera de una nueva subvención que permita exhumar e identificar los restos de las cientos de personas que ahí fueron amontonadas. 

Soy de los primeros en llegar y veo a una señora mayor sentada en una silla frente a la fosa. Es María Durán. Tiene 90 años. Ha sido la primera en entregar su muestra de ADN. Mira la fosa con los ojos perdidos, recordando quizá la última caricia que, entre lágrimas, le dio su padre antes de ser apresado por los falangistas, o tal vez imaginando el momento que más desea antes de despedirse: el día en que le entreguen los restos de su padre y pueda darles descanso en el pequeño panteón familiar.

“No vayas tanto al sindicato, Juan”

Unos días después María y su sobrino Juan me reciben en su casa de la calle Ave María y por fin conozco su historia de primera mano. A pesar de las penurias sufridas, María goza de buena salud física y mental: “Mi padre tenía 38 años cuando lo asesinaron. Trabajó de faenero en Lissén y también  se dedicó a la construcción. Se afilió al Partido Comunista. Iba mucho a las reuniones. Mi abuelo materno, su suegro, le decía que no fuera tanto al sindicato, que eso no le traería nada bueno, y él le contestaba que allí solo se hablaba de los derechos de los trabajadores”.

Lágrimas en el maizal

Cuando los fascistas entran en Dos Hermanas el 20 de julio de 1936 y comienzan a detener obreros, Juan Durán huye de su casa en el barrio de La Pólvora y se refugia en un eucaliptal que tiene su hermano José cerca de la Hacienda La Andrada. Su esposa, Ana, iba a verlo a diario. A Juan le llegaban las noticias de los fusilamientos y, por no comprometer más al hermano que lo escondía, o quizá engañado por el bulo fascista de que no habría castigo para quien se entregara voluntariamente, decide salir de su escondite el 14 de agosto: “Le dijo a mi madre: sé que voy al mataero, tráeme a los niños esta tarde. Y mi madre nos llevó a los cuatro, nos besó y después se apartó a un maizal para que no le viéramos llorar”, relata María, emocionada. Que sabía que iba a morir queda evidenciado por las últimas palabras que le dijo a su esposa: “¡Anita, lleváte a los niños ya. Que no se repartan entre familiares, que se queden contigo!”

Juan Durán fue fusilado en Barranco a la mañana siguiente, junto a los toneleros José Gómez y Adolfo Benítez. A su esposa le llevaron sus pertenencias: el reloj, la cartera y la americana. “A mi madre le dio un ataque cuando le entregaron sus cosas, se puso morada y estuvo seis años enferma. En 1942 se dio un fuerte golpe con una máquina en la fábrica de yute y a los pocos días murió”. 

Cuatro niños sin padre ni madre

De los cuatro huérfanos se hizo cargo la abuela materna, Isabel Jurado, y la otra hija de esta (y hermana de la fallecida), Isabelita “La Ranera”: “Mi tía Isabel, que era sastra, dejó hasta a su novio para poder cuidarnos y se quedó soltera”, recuerda María. “Mis hermanos venían llorando del colegio porque los demás niños les decían que a mi padre lo habían matado. Y mi tía les contestaba: “Sí que lo han matado, pero él lo único que hizo en su vida fue trabajar y no tenéis que avergonzaros. ¡El que tiene que avergonzarse es el que apretó el gatillo!” 

María recuerda otra anécdota protagonizada por su tía Isabel y que refleja la tensión de aquella Dos Hermanas de los años 40, dividida entre vencedores y vencidos: “Mi hermano trabajaba en el almacén de Eusebio González y le dijeron que, si tenía hermanos pequeños, podía solicitar al gobierno los puntos para poder cobrar una pequeña cantidad más al mes por cada hermano. Mi tía vio el cielo abierto, porque estábamos a la cuarta pregunta. Pero cuando mi hermano le dijo que para obtener los puntos había que firmar que mi padre había fallecido de muerte natural, se negó. “¡Tu padre no ha muerto de una pulmonía, lo han matao!”, dijo, “y si mis sobrinos han perdido los puntos, ¡más han perdido con su padre!”

María nunca se casó. Se define a sí misma como “rara”, pero se equivoca: es un encanto de mujer. Todos sus hermanos están muertos, pero dice tener “correa para aguantar” unos pocos años más “hasta que identifiquen los restos de mi padre y poder meterlos en una caja junto a los de mi madre”.