Desde 2014, esta nazarena vive con su familia en el país más rico del mundo. No tiene prisa por volver.
Cuando el próximo 30 de enero la nazarena Mariló Ruiz Gamarro sople las velas de su cumpleaños, en su fiesta no debería haber ni cerveza ni jamón. La venta de alcohol y de productos del cerdo está prohibida en el país donde vive. Pero en su cumpleaños sí que habrá jamón y cerveza, y el resto de los días en su casa suele haber un agradable olor a puchero. Esta entrevista fue hecha en Dos Hermanas en Navidad, antes de que Mariló, su marido Juan Antonio León y sus hijas María (17 años) y Celia (14) volvieran a Doha, la capital del país más rico del mundo: Catar.
Mariló Ruiz Gamarro nació en Dos Hermanas en 1972. Tiene tres hermanas: Alicia, Carmina e Isa. Se crio entre los pisos de San Antonio y la barriada El Molino, detrás de la antigua biblioteca. Cursó bachillerato en el Instituto Virgen de Valme y después estudió Relaciones Públicas.
Antes de nada, Mariló, acláranos cómo podeis tomar cerveza y comer jamón en un país árabe…
En Catar solo el 20% de la población es catarí. El resto somos extranjeros. Saben que sin extranjeros su país no funcionaría, así que permiten ciertas libertades, pero siempre en el ámbito privado. En el Carrefour de Doha no venden ni alcohol ni cerdo, pero en la ciudad sí que hay una tienda que, con un permiso especial, puede venderlo, y allí es donde nosotros lo compramos para consumirlo en casa. También se sirve alcohol en los hoteles de cinco estrellas.
¿Por qué os fuisteis a Catar?
Porque en la empresa de mi marido, que es una multinacional, ofrecen trabajo en otros países, y nos entró el gusanillo de vivir fuera. El primer destino que le propusieron fue Sudáfrica, pero no nos cuadró mucho ese destino con dos niñas pequeñas. Pero Catar nos sonó mejor, y nos fuimos en 2014. En principio íbamos para dos o tres años, pero ya llevamos ocho. Se vive muy bien en Catar.
Catar es más pequeño que la provincia de Sevilla, pero tiene la renta per cápita más alta del mundo. ¿Qué es lo primero que te impactó del país?
Lo primero fue la humedad. Del 100%. ¡Me bajé del avión y se me empañaron las gafas! Había 50 grados en septiembre. Es una sensación de ahogo. Por eso en verano siempre nos venimos a España. Otra cosa que impacta es el lujo: por todos lados hay coches de alta gama y hoteles de cinco estrellas.
¿Cómo son los cataríes?
Si te digo la verdad, no tengo amigos cataríes. No nos relacionamos mucho con ellos. Los cataríes son los dueños de todo, nunca verás a uno atendiendo un negocio. Mis amigos son la mayoría españoles, latinos o italianos. Aquí hay gente de todos lados, y ese es uno de sus grandes atractivos. Hacemos muchas reuniones y barbacoas, sobre todo los jueves por la tarde, ya que en Catar el fin de semana son los viernes y los sábados.
¿Tenías algún miedo o recelo? La cultura allí es muy distinta.
Al principio iba asustada por tratarse de un país árabe. Pero impacta la seguridad. Olvidas el móvil en una cafetería y cuando vuelves, allí sigue. No hay delincuencia, ni mendicidad. Sí se ve gente pobre, pero está prohibido pedir. En Catar solo se puede entrar para trabajar o por turismo.
¿Has tenido algún inconveniente por ser mujer?
Vivimos en un apartamento de una zona para extranjeros, llamada “La Perla”. Es una isla artificial que simula la forma de una ostra abierta: por un lado es marina y por otro playa. Allí nadie se mete con nosotros, es nuestra zona. Pero en la ciudad piden modestia en el vestir. En los ministerios no se puede llevar ni manga muy corta ni faldas por encima de la rodilla, ni pantalones ceñidos. Y por la calle, salirse de esas normas está mal visto. A mí no, pero a alguna amiga mía le han llamado la atención por llevar escote pronunciado. Lo curioso es que no son los hombres, sino las mujeres cataríes las que te llaman la atención. Ellas van de negro y debajo llevan el vaquero o lo que sea. Solo se quitan el vestido negro en reuniones de mujeres.
¿A qué te dedicas tú?
Yo trabajo como “freelance”, de guía turístico. Surgieron unos cursos de formación y me saqué la licencia. Ahora con el covid hay turismo cero, pero Catar quiere vivir del turismo. Suelen llegar uno, dos o tres cruceros a la semana, y yo hago los tours por Doha, una ciudad con la que todo el mundo se queda alucinado. Es una mezcla de culturas pero con la esencia árabe y ese punto de modernidad a la vez. Espero tener mucho trabajo en el Mundial de Fútbol, que comienza allí en noviembre de 2022. Ha mejorado mucho el aspecto de la ciudad, sobre todo el tráfico, que era un caos.
¿Cómo es un día normal en Doha para ti?
Aquí se comienza a trabajar a las 8, pero los colegios empiezan a las 7. Yo llevo a mis hijas en coche, aunque allí funcionan los “drivers”: conductores que te llevan los niños al cole. Ten en cuenta que aquí no hay abuelos ni tíos que te ayuden. Por las tardes voy a clases de zumba o juego al pádel. Y por supuesto, cocino para mi familia.
¿Qué comeis?
Todos los días preparo un gazpacho, ya que en Catar son comunes el pepino y el tomate. Y hago muchos pucheros. Ahora me llevo para España, en el equipaje, huesos del puchero para un año. Los voy dosificando. También llevo charcutería, fuet, jamón al vacío en “blísters” y Cola Cao.
¿Qué idioma se habla en casa?
Yo hablo español casi todo el día con mis amigas, pero mis hijas van a un colegio en inglés y a veces intercalan palabras. Mi pequeña, Celia, que va a cumplir 15, dice que no quiere volverse a España. Las dos están muy adaptadas a Catar, aunque se consideran de Dos Hermanas a pesar de que nunca han vivido aquí.
¿Pensais volver? ¿Te puede la melancolía?
Cuando se sale al extranjero no se puede ser melancólico. Barajamos volvernos de aquí a tres años, pero nada nos ancla. Estamos viviendo esta etapa intensamente sabiendo que tarde o temprano volveremos a casa, y eso lo hace todo muy positivo. A todo el mundo le aconsejo una experiencia de este tipo.