Se fue a la mili como voluntario a Marruecos, emigró a Alemania para hacer televisores y estuvo de moda como novillero. Hablamos con el polifacético Rafael Varela
Para ganarse la vida, Rafael Varela (conocido como “El Ratón”) ha sido entre otras cosas albañil, novillero, cocinero y paracaidista: lo que se dice un superviviente.
Eres inquieto desde pequeñito…
Mira si era inquieto que en el Ave María me llevé cuatro meses haciendo rabona y mis padres ni se enteraron. Antes del recreo le decía a Doña Leopolda que me dolía la barriga, y en vez de ir al servicio me escapaba. A las 5, cuando sonaba la campana, me escondía entre los olivos, me ponía en la fila, y nadie me echaba de menos. Venía de coger nidos y melones bubillos, unos amarillos que ya no se ven hoy día.
Eres de las pocas personas que todavía habla del Sahara…
¡Claro, es que allí viví muchas experiencias entre 1961 y 1962! Una vez vi una exhibición de saltos en paracaidas en el aeropuerto, y me gustó tanto que fui a alistarme para ir de voluntario al ejército. Como era menor, falsifiqué la firma de mi padre. Me mandaron de instrucción un año a Alcalá de Henares, y ya en Murcia fue cuando me tiré por primera vez en paracaídas. Allí pidieron 8 voluntarios para ir a Canarias y yo di un paso al frente. En Las Palmas, una noche tocaron “generala”: significaba que había incursiones de los moros (que querían quedarse con el Sahara) y nos enfrentábamos a tiros con ellos.
¿Pasaste miedo en aquella mili?
Imagínate: he dormido rodeado de hienas, cuando hacía de centinela por la noche. “No te duermas, que hay infiltraciones de moros”, me decían mis compañeros, porque nos habían atacado dos días antes. Luchando con los moros había un gran problema: para que al CETME no le entre arena hay que taparlo. Si le entraba, no funcionaba y te quedabas tirado solo con un cuchillo. Pero lo que más temía era la “lefa”, la víbora de Marruecos. Esa te pica y duras cinco minutos. A un legionario que se sentó en una hierba le picó una en el culo y murió. Por eso yo siempre llevaba una cuchilla y un torniquete. Una vez estuve más de media hora quieto sin moverme porque se me metió una lefa por debajo de la pierna. ¡No quería ni mirar!
Y de Marruecos luchando contra los moros a Alemania a construir televisores, ¿no?
Tras licenciarme trabajé para una firma de paquetería de farmacias y en la construcción, pero ahí solo se ganaba 33 pesetas al día. En 1963 me casé con mi novia, Cristina, y me fui a Alemania para hacer ruedas en una fábrica de coches, y en un segundo viaje trabajé en Telefunken, fabricando las teles a color. Me llevé 4 años en Alemania yendo y viniendo y allí nacieron dos de nuestros hijos. Jugaba en una liga de fútbol de equipos de emigrantes. Y me hice amigo de un mafioso siciliano, Giorgio Conforti, que me contaba cosas de la mafia.
¿Cuando regresaste?
En 1971. “¡Vente pa España!”, me decía mi padre. Estábamos hartos y nos volvimos cuando conseguimos el dinero para comprarnos una casa y no vivir con mi suegra. Mi mujer se volvió antes y tuvo aquí a nuestro cuarto hijo. Trabajé de cocinero en hoteles de Tenerife y Fuerteventura. Me encargaba de los bufés para los turistas. El plato que mejor me salía eran los alcauciles rellenos de gambas y carne de ternera. Vente otro día y te los hago, David.
¡Veo muchas fotos de toreros!
Porque esa ha sido mi gran pasión: el toreo. Ahí es donde me hubiera gustado triunfar. Me iba a las plazas, acompañaba a Macandro, a Diego Puerta. Mira, en esta foto estoy con Curro Romero. Fíjate si me gustaba el toreo que a Alemania me llevé hasta un capote para entrenarme y no perder el ritmo.
¿Pero tú también has toreado?
¡Claro, fui novillero! Me apodaban “Valerito” o “Belmonte II”, para lo que tuve que pedir permiso a la familia de Juan Belmonte. Iba a cerraos, capeas, becerradas, donde me llamaran. Mira, esta foto es de cuando corté oreja y rabo en la plaza del Almacén del Cura, sería el año 1975. Ahí tengo el rabo todavía, ahora te lo enseño. Me llamaban de “estrangis” del matadero de Sevilla y me decían qué toros iban a matar por la mañana y yo iba y los mataba antes. Me colaba de madrugada y apuntillaba a los toros. Se mosqueaban mucho cuando llegaban al día siguiente y veían a los toros ya muertos.
En marzo cumplirá 83 años. Aunque todavía le queda cuerda para rato, a Rafael ya no se le ve tanto con su moto por Dos Hermanas. Tiene problemas en una pierna y casi sube a gatas las escaleras para enseñarme, por fin, el rabo que le cortó… a aquel toro en 1975.