Mechora: “Dejé el sueño de jugar en el Betis por ayudar a mi padre con las vacas”

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Miguel González Díaz

El nazareno tenía aptitudes para triunfar en el fútbol, pero lo dejó por no contradecir a su padre, que no lo vio jugar ni una sola vez

Miguel González Díaz tiene 86 años y lleva 66 dudando si tomó la decisión correcta. Durante esta entrevista ha dejado varias veces su mirada perdida, y me pregunto si todavía le atormenta el sueño que nunca pudo hacer realidad: el de jugar en el Real Betis Balompié y, quién sabe, haber formado parte de la plantilla que lo ascendió a 1ª División en 1958.

Era el pequeño de los tres hijos de Juan González (faenero en el almacén de Armando Soto) y de Dolores Díaz, de cuya rama le viene el apodo de “Mechora” por el que siempre se le ha conocido. Con dos árboles como portería y una pelota de trapo marcó sus primeros goles en el Ave María, donde ya destacaba en eso del fútbol.

Su padre, que tenía un corral con dos vacas en la calle Antonia Díaz, le encomendó la tarea diaria de ordeñarlas (unos diez litros por vaca y día) y vender la leche por la noche a los vecinos. Además, para aportar dinero en casa y según se estilaba entonces, con 15 años empezó a trabajar, acompañado de su hermano Curro, en los talleres de camiones de la Colonia del Canal de los Presos, en Los Merinales. Fue allí donde un preso, apellidado Cortés, lo vio manejando el balón en algún rato libre y,a través de Peral y Saro (campeones de liga con el Betis en 1934), le concertó una prueba para entrenar en el filial.  Miguel, a quien se le aceleró el corazón con la idea, decidió asistir sin contárselo a su padre, quien no veía con buenos ojos cualquier actividad que no reportara dinero a casa. Durante cuatro años, Miguel (su nombre de futbolista era “González”), triunfó en el Betis sin que los padres supieran siquiera que entrenaba. Cuando llegaba tan tarde algunos días, suponían que venía de la Colonia Penitenciaria. Un día salió lesionado tras un partido y llegó muy tarde a casa. La madre, que para su sorpresa sí sabía del secreto del hijo, le ayudó a esconderse del padre al día siguiente, para poderse quedar en casa recuperándose.

Se casó en 1958, el mismo año en que murió su padre y el Betis subió a Primera. ¿Qué habría pasado si no le hubiera obedecido?

Pero Miguel no era un futbolista cualquiera. Marcaba goles, lideraba su equipo. Tenía madera de líder. Era cuestión de tiempo que sus hazañas llegaran a oídos del padre, y así fue. Sus propios compañeros del almacén le felicitaban por el futuro que se le presentaba a su hijo Miguel. Pero si se sintió o no orgulloso, no lo demostró, y le dejó claro que el deporte no era el camino.

En aquel verano de 1955 conoció en la calle Real a una linda muchacha de Coria, María Soto Sosa, de la que se enamoró. ¿Cuánto pesó este amor y cuánto la obediencia al padre en su decisión final? Ni él mismo sabe contestar. Dejó el fútbol, siguió ordeñando vacas y los siguientes 45 años de su vida laboral los trabajó en Uralita.

Se casó en 1958, el mismo año en que murió su padre y en el que el Betis subió a Primera. ¿Qué hubiera pasado si no le hubiera obedecido? Tal vez en otra vida…

Entrenaba en secreto, y era tan pobre que volvía de Sevilla caminando

Miguel González DíazPotencia de disparo, gran centrador, velocidad, disciplina y… ambidiestro. El entrenador del filial del Betis (Juventud Balompié), Pepe Varela, supo detectar las extraordinarias cualidades del diamante de 17 años que se le presentó aquella tarde de 1951. Lo admitió en el equipo pero nunca supo de su extrema pobreza ni que Miguel, por no tener dinero ni para transporte, se volvía a Dos Hermanas andando tras los entrenamientos. En alguna ocasión, incluso, el propio entrenador le acercaba a la parada de autobuses para que allí, supuestamente, cogiera el “amarillo”. Miguel esperaba a que se fuera y echaba a andar. Tenía tiempo entonces en pensar en las jugadas ensayadas, los consejos del míster y, en definitva, alimentar su gran sueño de ser futbolista. A veces, con suerte, alguna camioneta paraba y le acercaba al pueblo, aunque el chaval se cuidaba de que fuera algún desconocido, para que no llegara a oídos de su padre que se dedicaba al fútbol en secreto.

Antes de llegar al Betis, Miguel había jugado en equipos de la liga local de Dos Hermanas como Textiles del Sur, Barrio Saco, Los Amarillos o Ciento Veinte y en el propio Dos Hermanas F.C., compartiendo vestuario con míticos jugadores locales como Joselillo de Diego, Niño de la Cana, Arias, Parra o Plaza.

Jugando de interior izquierdo estuvo en el filial del Betis hasta la temporada 1954/55, el año en que Benito Villamarín se hizo cargo del club. La siguiente temporada sería la de su definitivo salto al primer equipo. Tenía 20 años y las condiciones perfectas para jugar en el Real Betis Balompié en su carrera por ascender a Primera. Su entrenador así se lo había comunicado. Sin embargo, hay momentos en la vida en los que uno debe tomar decisiones, y Miguel González decidió… abandonar el fútbol.