El vapor, que había llevado a América a 1.120 judíos que huían de los nazis, fue otra víctima de la Segunda Guerra Mundial
La noticia del naufragio ha caído como un jarro de agua fría en las oficinas de los almacenes de “Lissén Hermanos”, situados en la entrada de Dos Hermanas, cerca de la Venta de Las Palmas. Lo que esperaban aquí en la noche de este 23 de enero de 1942 era la confirmación del embarque, en el vapor “Navemar”, de 2.000 barriles y 50 bocoyes cargados de aceitunas rellenas de pimientos con destino Nueva York. Sin embargo, lo que escuchan es algo muy diferente: el mercante, con 500.000 kilos de aceitunas salidas de este almacén, yace en el fondo del Oceáno Atlántico. Si se confirma el desastre, sería una ruina para Lissén y para todos sus cientos de empleados en Dos Hermanas.
Con cuentagotas van llegando más detalles: confirman que el “Navemar” se ha hundido a 300 millas de las costas de Cádiz, torpedeado por un submarino italiano. Pero un suspiro de alivio recorre el almacén al conocerse que el barco ha sido atacado antes de llegar a Sevilla y no después, y por tanto iba vacío de carga. Lissén acaba de salvar la soberbia cantidad de 112.860 dólares, el valor total de las aceitunas que se han quedado esperando junto a la Torre del Oro. Otras compañías exportadoras, como Carbonell, Trueba y Pardo o García Alcalá también respiran, aliviadas.
El barco que salvó a mil judíos
El carguero, de 124 metros de eslora, perteneció a “Ybarra y Compañía” y se llamaba “Cabo Mayor”. En 1932 fue adquirido por la Compañía Española de Navegación Marítima, que lo rebautizó con el nombre de “Navemar”. Los almacenes de Dos Hermanas recurrían a su alquiler para llevar a Estados Unidos sus preciadas aceitunas. En el verano de 1941, al regresar a Sevilla tras uno de sus viajes transoceánicos, la American Jewish Joint Distribution Committee (una asociación que sacaba clandestinamente a judíos de Alemania y Francia ante la atrocidad de los nazis) solicitó a su capitán el alquiler de la nave para evacuar a Estados Unidos 1.120 judíos, a pesar de que la capacidad del barco era solo para 28 pasajeros.
Tifus a bordo
El tiempo apremiaba. Los visados caducaban y los judíos, que habían atravesado los Pirineos y esperaban ansiosos en Portugal, temían ser capturados como tantos otros y llevados a campos de concentración. Sin tiempo siquiera para limpiar el barco, el capitán zarpó de Sevilla el 6 de agosto de 1941 y embarcó en Lisboa a personas tan desesperadas que llegaron a pagar 2.000 dólares por una plaza en un camarote. Viajaron hacinados, la mayor parte en las bodegas. En la travesía de 48 días, muchos contrajeron el tifus y seis fallecieron. Tras una escala en La Habana y en Bermudas, el vapor arribó a Nueva York el 12 de septiembre.
Tragedia en el Atlántico
Pero ni el Atlántico ni el Mediterráneo eran aguas seguras. Estaban infectadas de submarinos alemanes, italianos y del eje aliado con el objetivo de hundir naves enemigas. El 23 de enero de 1942, cuando el “Navemar” regresaba a Sevilla para proceder al embarque de las aceitunas, el sumergible italiano “Agostino Barbarigo”, al mando del temible capitán Enzo Grossi, divisó al mercante español, que navegaba, confiado, sin las preceptivas precauciones en tiempos de guerra. A pesar de que desde el submarino comprobaron que el barco iba con las luces encendidas y sin zigzaguear (lo que sugería que se trataba de un barco neutral), no verificó su nacionalidad y Grossi dio la orden de ataque. El vapor fue torpedeado y sus 5.473 toneladas se hundieron en el fondo del mar. Dos tripulantes fallecieron. Otros 34 sobrevivieron tras ir dos días a la deriva en un bote salvavidas y ser rescatados por el buque “Isla de Tenerife”, que los buscó durante 40 horas al captar su señal de socorro.