Su barbería, que estuvo abierta 62 años, fue centro de reunión de artistas. Él fue un virtuoso de la guitarra, pero el dinero volaba de sus manos
Ayer, 30 de octubre, Francisco Fernández Román (“Azuquita”) hubiera cumplido 91 años. A la espera de recopilar más datos que aporten una semblanza más completa, puede ser esta fecha un buen momento para recordar a este genial y peculiar guitarrista nazareno, muy querido y conocido en Dos Hermanas, que falleció el pasado 12 de agosto. Por ir entrando en harina con este personaje único, los que le conocían bien coinciden en destacar que la máxima de Azuquita era esta: “No me voy a mi casa hasta que no me quede sin un duro”. ¿Acaso hay una definición mejor del bohemio?
Un piropo fue su apodo
Su madre, Carmen, era una gitana de Lebrija. El padre, Antonio, un zapatero que se sentaba a remendar a la puerta de su casa, en el callejón Esperanza, por donde pasaban cientos de aceituneras camino de los almacenes y a las que piropeaba con un “¡Azuquiquiii…!”. Se le quedó el apodo “Azuqui”, y su hijo lo heredó en diminutivo: “Azuquita”.
En 1951 hizo la mili en el regimiento Raca 14. Dice su hijo Antonio que ese, el 14, era su número de la suerte, y que siempre le pedía al cuponero esa terminación. Y aunque tuvo suerte en los juegos de azar (una vez le tocaron 73.000 euros y aseguran sus allegados que se los gastó invitando en el Bar Jaula, adonde llegó con los billetes saliéndosele de los bolsillos), curiosamente el 14 resultó fatídico para él. El primero de los ictus que sufrió llegó en el 2014. Fue también el año en que se cerró la barbería.
Barbería muy flamenca
Fue aprendiz en la barbería de Eustaquio, en los Cuatro Cantillos. En 1952 se casó con su novia, María González “La Paquina”, y montó la suya propia en un local alquilado en el arranque de la calle Nuestra Señora del Carmen, frente al Barrio de San José.
La barbería funcionaba como tal, pero allí no solo se cortaba el pelo. De chaval, Azuquita aprendió a tocar la guitarra en Huerta Palacios con José Jiménez, que tenía un grupito para amenizar bodas y bautizos. Perfeccionó la técnica con su fiel amigo Luis Franco.
En 1957, desde la calle, jugando a la pelota, un niño de siete años observaba. “Aquello era un templo para mí”, recuerda Pepe Gili. “Lo escuchaba tocar la guitarra por malagueñas, por soleá… Azuquita tenía unas manos dulces. Él me decía que entrara. Me sentía feliz allí. Iba a barrer, a echarle la quiniela, a cambiarle las cuerdas a la guitarra. Por allí pasaban el Rerre, Silverio, Pepe Villena, el Niño Pura… Unos cantaban y otros contaban chistes, como El Gran Simón”. La barbería se convirtió en una suerte de pequeña pero selecta “peña” donde se reunían flamencos y artistas.
Clases de guitarra
La confianza de Azuquita con Luis Franco era tal que, por las tardes, le daba las llaves a su amigo para que impartiera allí clases a sus alumnos. Pero él también enseñó a muchos, como a Pepe Gili, que recuerda esta anécdota: “Un día no encontraba el tono de una sevillana, esa que dice “Me gusta dormir en Palacio y mirar a las estrellas”. Y me pregunta: “Pepe, ¿cómo se puede estar durmiendo y mirando a las estrellas?”
Uno de los grandes misterios de la barbería fue cómo pudo permanecer abierta 62 años. “Estuvo 31 años sin pagar la cuota de autónomo”, cuenta su hijo. “Cuando llegaban los inspectores de Hacienda, dejaba la puerta entrecerrá. Le preguntaban si eso era una barbería y decía que no sabía. Mi padre no tenía un solo papel. Solo pagaba luz y agua. Gracias a buenas amistades, nunca le cerraron el local. Hasta aparecieron una vez en nuestra casa para embargar a mi madre”.
Con un cartel donde se leía “Prohibido hablar de política”, la barbería de Azuquita se convirtió en una oficina de contratación donde se fraguaban eventos. Él mismo acompañó a la guitarra en multitud de actuaciones a Pepe Marchena, Silverio, Rerre o Los del Río, y también hizo de representante del “Cuadro Flamenco de Juanito Díaz” o el grupo “Los Kiyos”.
Buen amigo de Azuquita y Luis Franco fue Miguel Terrero, que explica que, además de su afición al arte de tocar la guitarra, “ambos tenían algo más en común: su idiosincrasia, su acusado senequismo, su reacción al materialismo y consiguiente nulo apego al dinero. Paradójicamente, una de sus debilidades eran las loterías; y otra era la gastronomía, principalmente todo lo que contenía atún o melva canutera, así como las almendras fritas o tostadas. Más de una vez me confesó lo siguiente: Miguel, me gusta gastarme preferentemente en comer el dinero que tengo en el bolsillo cada noche antes de entrar en mi casa”. Lo confirma su hijo Antonio: “Mi padre no le veía sentido a llegar a casa con dinero. Si lo hacía, llegaba, cogía la guitarra, decía que se iba a un guiso o al bingo y hasta el día siguiente”.
“Era un bohemio, siempre vivió como le dio la gana, nadie le mandaba”, recuerda Pepe. “Una vez entró un gitano para que lo pelara, y le dijo: “Si quieres que te pele, te lavas antes, que apestas como un perro. Y se quedó tan pancho.”
A pesar de todo, cuando le pregunto a Antonio cómo recordará a su padre, me contesta: “Me quedo con lo mejor de él, su alegría, siempre diciendo ocurrencias. Era trasnochador, sí, pero no fue un borracho ni un pendenciero. Le dio mala vida a mi madre, pero nunca hizo nada con mala intención. Es que era así”.
Azuquita y María (fallecida en 2002) tuvieron dos hijos (Carmen y Antonio) y seis nietos que les recuerdan: Mª José, Manolo, Pablo, Francisco, Israel y Estela.