“Nunca me he maquillado ni he vestido con pantalones. Mi marido no me dejaba”

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Manolita “La Jamela”
Manolita “La Jamela” (86 años) en el patio de su casa de la calle Tajo.

Manolita “La Jamela” trabajó en los almacenes desde los ocho años. Se casó con su cuñado por poderes y le robaron un bebé diciéndole que nació muerto

Charlar con Manolita “La Jamela”, esta simpática señora de 86 años,  depara una sorpresa tras otra. La primera es su nombre, ya que no se llama realmente Manolita.

¿Cómo te llamas entonces? 

En los papeles soy María Alanís Muñoz, pero en el pueblo me conocen como Manolita “La Jamela”. Como nací en plena guerra, en 1938, fue mi abuela la que me registró como María. Pero al llegar mi padre de la guerra dijo que él quería que yo me llamara como él, que era Manuel. Así que Manolita. Pero él me tenía dicho que en los papeles pusiera siempre María.

¿Y lo de “La Jamela”? 

Así se conoce a toda la rama de mi madre, porque mi bisabuela tenía “gemelas”.

¿Qué recuerdos tienes de tu infancia?

Nunca fui a la escuela. Iba todos los días al campamento de los presos, porque mi padre trabajaba allí de albañil, ayudando en la construcción del canal. En la tienda que había dentro me daban una cesta de comida para él, y yo se la llevaba. 

Vivíamos en la Vereda del Garaje, pero como yo era la mayor de seis hermanos y había poco para comer, yo pasaba mucho tiempo con mis abuelos, que tenían una frutería en la Plaza de Abastos y vivían en el barrio de La Pólvora. Mi abuelo, Manuel Muñoz “El Jamelo”, iba todos los días con su burro y su carro a la “cuartelá”, en Sevilla, y venía cargado de verduras para la tienda. A mí me encantaba despachar en el puesto con mi abuela. Enfrente estaba el puesto de Belén, que vendía flores.

Te pregunto por tu infancia y no me hablas de juegos…

Es que yo no recuerdo haber jugado de niña. No había qué comer y con ocho años ya estaba yo en el almacén de la Venta Las Palmas recogiendo aceitunas del suelo con una lata, por ocho reales. El encargao me echaba de allí, diciéndome que tendría que estar en la escuela. 

¿Has trabajado en muchos almacenes? 

 Prácticamente en todos, de rellenadora y de deshuesadora. ¿Ves esta uña, que la tengo mala? La perdí por deshuesar, dándole a la porra aquella. Para ir más rápido,  abría el agujero de la aceituna con el dedo, por eso me dejaba la uña tan larga.  

Las rellenadoras fumaban a escondidas. Fumar estaba prohibido, y también hablar, porque decían que se perdía tiempo. Las arrestaban una semana sin trabajar. Las que más fumaban eran las trianeras, que venían mucho a Trueba y Pardo.

Pero el almacén de Trueba y Pardo estaba en Bellavista, ¿no?

Sí. Mi abuela dejó el puesto de la plaza y se venía conmigo andando hasta Bellavista, con la copa llena de candela para combatir el frío. Por el camino  comíamos algarrobas, cantábamos sevillanas y nos tomábamos algún lingotazo de aguardiente. 

A veces nos montábamos a escondidas, sin pagar, en el “Carreta”, que era el tren que iba de Utrera a Sevilla. Una vez, de vuelta para Dos Hermanas, el tren no paró aquí y nos encajamos en Utrera.

Hablas con mucha alegría de los almacenes , como si te lo hubieras pasado muy bien allí…

 Es que en los almacenes he pasado los momentos más felices de mi vida. Nos queríamos muchísimo. Cuando era pesaora en el almacén de Don Armando Soto, ponía más peso y llenaba las cuarterolas antes de tiempo. Me daba lástima de mis compañeras y les pasaba la mano. Y a la hora del almuerzo, yo me comía las espinacas o los garbanzos que me echaba mi madre y después hacíamos una fiesta, cantábamos y bailábamos sevillanas.

¿Cómo pudiste llevar tu casa y tus hijos adelante con ese trabajo? 

 He pasao más que el demonio para criar a mis hijos. Mi marido era yesero y cuando venía de trabajar se iba a la taberna a jugar al dominó y a hartarse de vino. Si la maestra Doña Aurora no me hubiera recogido a los niños en la escuela que tenía ahí en El Llano, yo no habría podido trabajar tantos años. 

Te casaste en 1960, con 21 años. ¿Cómo conociste a Francisco, tu marido?

 Éramos novios desde los once años, no he conocido a otro hombre más que a él. ¿Te he dicho que me tuve que casar con su hermano Andrés, en vez de con él?

¡No! ¡Cuéntamelo!

Él estaba de legionario en Melilla. Y, en una de las veces que vino de permiso, me quedé embarazada. Eso estaba muy mal visto siendo soltera, así que hicimos una boda por poderes. Me casaron con mi cuñado, y él en Melilla también se casó con otra mujer que me representaba .

Pero cuando fue la boda yo ya tenía a mi bebé con un mes de vida. Resulta que mis suegros tuvieron que ir en barco a Melilla para traerse a Francisco, porque se había alistado otros tres años a la legión y no tenía mucho pensamiento de volver. Al parecer, estaba allí arrejuntao con una mora, pero de eso me he enterado yo de mayor, cuando él murió hace 12 años. 

Además de en los almacenes, ¿qué otros momentos de diversión has tenido en tu vida?

 El día más bonito del año era el del Valme. Lo pasábamos muy bien en Barranco, bailando sevillanas, que es lo que más me gusta. Una vez le di mil pesetas a mi marido para que invitara a sus hijos en el Valme y volvieron sin haberse tomado ni un refresco. Se los gastó todo él en la taberna.

¿Cuántos hijos tuvisteis?

Nueve, pero dos se echaron a perder y otro me lo robaron. 

¿Qué significa que te lo robaron?

 Eso fue en 1974, en el Hospital de las Cinco Llagas, de Sevilla. Tuve una niña que pesó cinco kilos a la que puse Patrocinio como mi abuela, ahí lo puedes ver en el Libro de Familia. Pero nunca la vi. Me dijeron que había nacido muerta y no me dejaron verla. Mi marido fue al cementerio para que le abrieran la cajita y poder verla, pero tampoco le dejaron. Le pegó y todo a uno, allí en el cementerio.

Tu marido tenía carácter, ¿no?

Te voy a contar una anécdota de él. De pequeño quería ser torero. Una vez le robó a la madre la ropa camilla para hacerse un capote. Y otro día, se hizo un capote con la lona roja que, a modo de toldo,  tenía el cine de la Calle Real. La Guardia Civil los pilló a él y a otro toreando una vaquilla en La Corchuela. 

¡Sí que tenía carácter, sí! No me dejaba ir al Hogar del Pensionista con mis amigas, ni a la Escuela de Adultos de Vistazul, donde estaba aprendiendo a leer. Yo no me he maquillado en mi vida, ni me he puesto nunca pantalones porque él no me dejaba.