Obras pictóricas de la Parroquia Mayor de Santa María Magdalena

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Parroquia Mayor

La Santa Ana de Juan de Espinal y el San Antonio con el Niño son dos de las obras más valiosas del templo

Hoy vuelvo a hablar, tras mucho  tiempo, de las obras pictóricas que atesora la Parroquia Mayor que  son muchas y variadas.

En primer lugar quiero hablar del cuadro de Santa Ana, la Virgen y el Niño que hoy se venera encima de la cajonera de la sacristía habiendo estado antes en el despacho del párroco.

Es obra de fines del siglo XVIII y mide 0’80 por 0’60. Está atribuido al gran Juan de Espinal y es, sin duda, una de las pinturas más valiosas que atesora el templo. Llama la atención el cuadro por  su suave colorido en los que se hacen ver los tonos azulados y rosáceos. La composición nos recuerda a la llamada iconografía de la Trilogía de Santa Ana, en la cual aparecen la Abuela –la Santa-, la Madre –la Virgen María y el Hijo –el Divino Infante-.

El autor es Juan de  Espinal Narváez (1714-1783) que aprendió en el taller de su suegro Domingo Martínez y la puesta en práctica del modelo de enseñanza academicista en la Joven Real Escuela de las Tres Nobles Artes en Sevilla. En ella nuestro autor  fue director de la clase de Pintura en los años setenta y ochenta de la centuria dieciochesca.

El historiador Álvaro Cabezas García, estudioso de la figura de Espinal, nos hace ver la originalidad de Juan de Espinal que pasa de interpretar y dar a la luz un lenguaje barroco a otro neoclásico. Se separó de los postulados murillescos -que tan bien interpretó su suegro Domingo Martínez- y pasó a postulados neoclásicos. Desgraciadamente murió sin encontrar buenos recreadores de su obras.

Estaba integrado en el obrador de pintura más activo, en el de su suegro Domingo Martínez y tenía por compañeros a Andrés Rubira, Pedro Tortolero, Francisco Miguel Jiménez y Juan José de Uceda. Espinal es el heredero del taller de su suegro y cuenta con grandes patrocinadores como el ayuntamiento y el arzobispado. Es notorio que contó con la confianza de dos cardenales: Francisco Solís Foch de Cardona (1755-1775) y Francisco Javier Delgado y Venegas (1766-1781).

Espinal trabaja en el último barroco con un alejamiento de la pintura de Murillo y contando paulatinamente con las aportaciones foráneas del rococó francés e italiano.

Resulta muy curioso y significativo el tratamiento de los rostros, que aparecen redondeados, bien enmarcados por cejas curvas y con ojos discretamente entornados o  bajos. También en otros cuadros es el cuello largo y refinado con una leve hendidura en su base.

Nuestra Santa Ana es un típico cuadro de Espinal. Éste fue muy solicitado por las instituciones y particulares por muchas razones como el elegantísimo sentido del cromatismo -en el que se turnaba la claridad y la sombra, con su evidente ágil dibujo y pincelada suelta, un tanto enfática, que no acaba por perfilar los contornos y consigue dotar de vida a la mayoría de las figuras, que tienen como fondo arquitecturas o paisajes presentados, la mayoría de las veces, bajo una capa de neblina.

En fin, no quiero que este artículo sea una biografía de Juan de Espinal pero hay que decir, por desgracia -como bien dice Álvaro Cabezas García- que el ejemplo y altura de miras de Espinal respecto al recorrido de la pintura sevillana no fue seguido por discípulos notables. Su hijo Domingo Espinal fue eclesiástico y aunque colaboró con su padre en la labor de decoración del techo de la escalera de las Casas de Arzobispo, fue uno de los muchos sevillanos que pereció en la epidemia de fiebre amarilla de 1800.

Álvaro Cabezas dice rotundamente que influyó en otros muchos artistas, como compañero y profesor de la Real Escuela, mas nadie asumió su estilo ni sus ideas, perdiéndose así el rico bagaje que traía Espinal, arrancando desde la  tradición de Murillo y Valdés Leal hasta los métodos de aprendizaje y plasmación  artística  de su maestro Domingo Martínez. A ello, afirma con rotundidad Álvaro Cabezas, sumó la originalidad de su genio a la hora de enfrentarse con temas conocidos, como si fuera la primera vez que se trataban en la pintura sevillana.

Paso ahora a hablar del cuadro de San Antonio de Padua que se encuentra sobre la cancela de la capilla de San José, antiguo archivo de la parroquia. Se trata de un lienzo del siglo XVII que  representa a San Antonio de Padua al que se aparece Jesús Niño. José Hernández Díaz lo consideraba una obra interesante. Podemos decir que es murillesca. La pintura es más bien de tonos marrones entre otros apagados. El santo franciscano muestra en su rostro un intenso misticismo ante la gloriosa visión del Divino Infante. Éste parece de factura más tosca. La luminosidad que lo nimba contribuye a fijar en el Niño la visión del espectador. El cuadro fue donado por José de la Vega y se veneró anteriormente sobre la capilla Sacramental que se configuraba así como recinto eminentemente sacramental, mariano y, por ende, antoniano por darse culto en él a una imagen del santo, una vidriera del mismo y el cuadro que ahora comentamos.

Voy ahora a hablar de un cuadro de poco mérito pero muy devoto, la  Muerte de San José. Se guarda en el despacho del cura. 

Se trata de una pintura de tipo popular y poco mérito. Representa el momento de la muerte del padre putativo de Jesús, al que acompañan en su tránsito Éste, María y dos ángeles. Ven la escena el Padre Eterno y el Espíritu Santo por lo que nos encontramos a su vez con una representación de lo que se ha dado en llamar iconográficamente las dos trinidades, la formada por Jesús, María y José y la compuesta por las Tres Personas de la Trinidad celestial. El eje central y de unión entre ambas sería la persona de Cristo. Es un cuadro que no mencionan los inventarios antiguos por lo que hay que suponer que viene del Convento de San José de Padres Carmelitas Descalzos de Carmona.

En cuarto lugar voy a hablar de otro cuadro que se guarda en el despacho del  cura: el de la Inmaculada Concepción en su Asunción a los Cielos. 

Puede verse en esta bellísima pintura cómo se mezclan los dos dogmas definidos por la Iglesia en 1854 y 1950, respectivamente. Responde esta pintura al sentimiento popular tan destacado en Sevilla y en España entera que hizo a nuestro pueblo adelantarse a la definición dogmática que el papa Pío IX hizo de la Inmaculada Concepción de María.                                                                                                                                                                    

La obra es de escuela sevillana y puede fecharse a fines del XVIII o principios del XIX. Destaca en tan bello cuadro la belleza de María y el elevado número de ángeles que rodean la figura de María. Uno de ellos porta rosas y otro lirios.

Este cuadro está citado en todos los inventarios antiguos.

Por último, hablaré de la Piedad o Descendimiento que está también en el despacho del párroco. Es obra del siglo XVII. Mide 1’52 por 1’53. Se veneraba antes (1950) en la parte de la Epístola del  retablo de Cautivo, es decir, a los pies de la nave del Evangelio. En 1957 aparece en el lado del Evangelio del Cautivo, junto a la Virgen de Fátima.

No cabe duda de que estamos ante uno de los cuadros más vistosos  e interesantes entre los que llenan el templo, tanto por su colorido como por su composición. En él rodean el bello cuerpo inerte de Cristo, de exquisita figura, belleza y clasicismo, su Madre, María Magdalena y San Juan. Dos ángeles sostienen al Salvador. 

Este cuadro al no citarlo los inventarios antiguos supongo que proviene de Carmona del Convento de San José  de Padres Carmelitas Descalzos.

Y acabo por hoy este recorrido por el universo pictórico de nuestra iglesia mayor. Ya continuaré en otro momento hasta acabarlo.

BIBLIOGRAFÍA:

– CABEZAS GARCÍA, Álvaro: Juan Espinal, pintor (1714-1783).

– CALDERÓN ALONSO, Germán: Apuntes histórico-artísticos sobre cuatro  templos nazarenos y evolución de las devociones en Dos Hermanas. Excelentísimo Ayuntamiento de Dos Hermanas. Dos Hermanas, 1992.