Paqui Espada: “A mi padre lo mató uno de sus mulos cuando fue a darle de comer”

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Paqui Espada
Paqui Espada Fernández en su casa de calle San Alberto.

Tuvo que trabajar desde pequeñita tras la tragedia sufrida por su padre, Angelillo, coceado por una bestia en un corral de la calle Real

En noviembre cumplirá 92 años, aunque por su agilidad y memoria no los aparenta.  Antes de casarse fue rellenadora, escogedora y piquera.

¿En qué consistía ser piquera? 

Piqueras éramos las cuatro mujeres que nos colocábamos en los “picos” de la mesa para escoger aceitunas. Teníamos alrededor 5 ó 6 espuertas. Había que seleccionar a ojo las aceitunas según su tamaño: por ejemplo la gordal era el 22 y la más chica era el 420. Después venían dos pesaoras, las seleccionaban y pasaban algunas de una espuerta a otra según el peso.

¿Qué recuerdos tiene de la época de recolección en León y Cos?

En el tiempo de recolección había allí 21 pilones, cada uno hacía por 3 ó 4 bocoyes. Cogían toda la pared de Nuestra Señora del Carmen. Las mujeres echábamos en los pilones las aceitunas con las espuertas, que pesaban 40 kilos. A mí me ayudaban porque yo era menudita. Después los maestros coceores echaban por unos tubos la salmuera. Y por la mañana se sacaban cocidas y dejaban el bocoy en el patio, con el agujero para requerir. A nadie le gustaba requerir.

¿Al casarse dejó los almacenes?

Sí, me casé en 1962, con 33 años, y mi primera hija, Ángeles, nació a los 11 meses. Mi marido, Rafael Jiménez Santana, se colocó en Citroen de electricista, así que dejé los almacenes. 

¿Fue un noviazgo largo? 

Veinte años estuvimos de novios. Yo tenía muchos pretendientes. Él era amigo de mi hermano, iban juntos a esperar a los panaderos de Alcalá que venían por el campo para repartir el pan… Lo conocí siendo todavía muy pequeña, cuando murió mi padre.  

La muerte de su padre fue muy sonada en 1943. Cuénteme antes por qué le decían Angelillo si se llamaba Francisco.

Le decían Angelillo porque de chico lo vistieron de angelito en una comparsa. Tenía los ojos azules, parecía un ángel de verdad. Y así se le conoció siempre. Era una persona muy querida. 

Paqui Espada
Francisco Espada, conocido por Angelillo.

¿En qué trabajaba?

Era uno de los empleados de una tienda de comestibles que había en Los Cuatro Cantillos, cuyos dueños eran Alfredo y Carlos Delgado de Cos. En un carro tirado por tres mulos hacía por todas las tiendas del pueblo el reparto de garbanzos y chícharos a granel, quesos, y otros productos de perfumería y droguería. Recuerdo que llevaba colgada una bolsa para meter las propinas y, por la noche, cuando llegaba, mi hermano y yo le esperábamos y él vaciaba en la mesa los realitos de 25 céntimos. Los quesos que se echaban a perder en la tienda los partía y los trozos buenos se los traía a casa y se los echaba a los cochinos.

También iba mucho a Sevilla, ¿no? 

Sí, porque Carlos Delgado de Cos también era el representante de Cruzcampo en Dos Hermanas. Mi padre iba a la Cruz del Campo de Sevilla con una galera (que era un carro cuadrado, con cuatro ruedas, tirado por dos mulos) y venía cargado de barriles de cerveza. Mi madre y mis hermanos le esperábamos en la Cuesta del Inglés, y allí nos montábamos con él en la galera. 

¿Qué pasó aquel 12 de octubre de 1943? 

Era el Día de la Raza. Don Alfredo daba una comida a sus empleados. Al llegar de vuelta a casa (entonces vivíamos en calle Esperanza) mi padre le dijo a mi madre que se iba a arreglar las bestias. “Si quieres, dame el niño y así te lo quito de en medio un rato”, le dijo. Se refería a mi hermano Manolo, de 18 meses y que todavía tomaba el pecho. Se lo llevó por la calle Real hasta el corralón donde Carlos Delgado tenía a las bestias, más o menos donde hoy están los pisos que hay detrás del Kiosco Paco. Entró en el pesebre para echarles paja a cinco o seis bestias de Lérida que había allí, y lo hizo con el niño en brazos. En ese momento, un mulo alazano, colorao, debió asustarse. Rebañó con las patas delanteras a mi padre tirándolo para detrás y con las patas traseras le reventó las tripas. 

¿Y el bebé?

Mi hermano Manolo quedó en el pesebre y no le pasó nada. Gracias a eso ha tenido una larga vida. Murió en febrero con casi 80 años.

¿Qué pasó después?

Se fue arrastrando hasta el patio, y al oír sus gritos salió a socorrerlo José, el de la Fonda Campo. Mi padre estaba sujetándose las tripas. Llamaron al médico Manuel Andrés Traver y al practicante, Tomás Campo. Le pusieron bolsas frías. Se lo llevaron a casa y allí pasó toda la noche.  Mi madre me mandó a por hielo a la casa de la nieve de los Bando. Otro médico, Francisco Leiva, dijo: “A este hombre hay que llevarlo a Sevilla”. Y por la mañana del 13 de octubre lo llevaron a una clínica que había en el Arenal de Sevilla, cerca de la plaza de toros. Allí murió mi padre, con 41 años. Imagínate el impacto para mi madre, que con 31 años se quedaba viuda y con cuatro hijos.

Lo recuerda como si fuera ayer…

 Nunca lo olvidaré, tenía yo 12 años. El entierro lo pagó Carlos Delgado, era un carro fúnebre negro tirado por mulos. En el Bar “Los Niños” esperó todo el pueblo, ahí en El Arenal era donde se despedían los duelos. Mi abuelo, Rafael Espada, era el guarda de los autobuses Los Amarillos, así que mi abuela Francisca, para que no viera llegar el cadáver de mi padre, me llevó allí.

A pesar de su difícil adolescencia, Paqui conserva una bella sonrisa. Tiene tres hijas, cuatro nietas y una bisnieta. En el salón me muestra fotos de todas. También la de su marido, ya fallecido, y la de su padre.