2018
A su esposa no le permitían pagar en el mercado. Así le agradecían tantos servicios por los que nunca cobró a nazarenos muy pobres
Ahora que el Ayuntamiento va a rotular una calle con su nombre, Pepe “El Chache”, hombre modesto y generoso a partes iguales, se ruboriza y dice que “no es para tanto”. Pero se equivoca. Basta salir con él a la calle para entender que José Núñez Castro, “El Chache”, es una persona querida como pocas en Dos Hermanas. Ponerle su nombre a una calle es solo un pequeño reconocimiento a una vida de servicio a los demás.
Cuando nació, en 1932, su sino era ser panadero, como lo era su padre y lo fue su abuelo (que, por cierto, ya traían el apodo de “Chache” -deformación de “muchacho”- de varias generaciones atrás). Pero el niño venía con un don que le apartaría de las masas de harina. Salió a relucir un día en el paso a nivel del barrio de San José, cuando, en vez de huir despavorido como el resto de la gente, le hizo un cabestrillo a un hombre al que el tren acababa de seccionar las piernas. Lo que hizo sirvió para sujetar la hemorragia y salvar la vida a aquel hombre. Pepe tenía once años y se acababa de dar cuenta de que no sentía aversión por la sangre.
Estudió la carrera de Practicante y realizó prácticas en el Macarena. Aunque le hubiera gustado continuar con Medicina y llegar a cirujano, su verdadera vocación, la enfermedad del padre le obligó a acortar los estudios para generar ingresos en la familia. Pronto demostró su pericia en sondar, poner sueros, lavar vejigas, curar uñas, quistes, poner inyecciones. A su innata habilidad se sumó su enorme capacidad de trabajo. A las cinco de la mañana, antes de que sonaran las sirenas de los almacenes, ya estaba él en pie, visitando a los enfermos del campo. Primero iba caminando, después en bici, más tarde en moto. Una de esas mañanas, cuando iba a curar a un enfermo en El Coperuelo, le falló una bujía y aparcó la moto averiada a un lado del camino. Entonces pasó por allí un hombre mal vestido, con restos de fango en la ropa, que le dio los buenos días y continuó adelante. Más tarde vería su cara en la tele. Lo buscaba desesperadamente la Guardia Civil. Era “El Lute”.
Sus 50 años de profesión darían para escribir un libro entero de anécdotas, como aquellas veces en que, con los arroyos muy crecidos por la lluvia, le mandaban un caballo para poder cruzar a lugares aislados por la inundación, como la Vereda del Rayo. O aquella otra en que, ejerciendo como practicante del Dos Hermanas C.F., a un espectador en Santaella le dio un infarto y le practicó allí mismo los primeros auxilios y el boca a boca. Otro al que salvó la vida.
Muchos años trabajó en las urgencias del ambulatorio, por las noches. Tantas faltó de casa que no estuvo presente en ninguno de los tres partos de su esposa. Él, que asistió a los médicos en tantos alumbramientos, no pudo ver nacer a sus tres hijas (María del Rocío, María del Carmen y María José ) porque le pilló trabajando.
Precisamente su esposa, Carmen Cerrato (con quien se casó en 1960), nos cuenta un detalle que, por sí solo, explica la grandeza de este hombre. Cuando iba a la plaza de abastos, nadie le quería cobrar. Se llevaba a casa, sin que le permitieran pagar, las bolsas de verduras, de pescado, de carne. Así agradecían sus paisanos tantos y tantos servicios por los que Pepe, asumiendo la pobreza de los nazarenos, nunca cobró una peseta.
Gracias, Chache, por ser así.
“Éramos confesores y abogados de familia: nos pedían consejo por todo”
Desde que empezó a ejercer en 1953 hasta que se jubiló en 2003 han sido cinco décadas de dedicación. No había profesión en Dos Hermanas que mejor permitiera conocer la intimidad de los hogares nazarenos. Por la asiduidad de las visitas, y por su carácter servicial, Pepe nos confiesa que las familias aprovechaban para hacerle consultas de todo tipo: hacía de abogado, de confesor, y hasta le pedían recomendación para algún trabajo. En la foto, reunión de practicantes en el almacén de Zambruno, junto al Ave María. De pie, Antonio Zambruno, Tomás Campo (con corbata y tirantes) y Peinado. Sentados, Antonio Reina, Pepe el “Chache” (tras el búcaro), Antonio López Nieto, José Caro y Manuel Terrón. De todos, sólo sobrevive “Chache”.