Pepe Quinta ha sido capataz del Cristo de sus Amores, del Señor de San Sebastián
Muchas han sido las personas que se han entregado en nuestra ciudad a las asociaciones vecinales –y recuerdo al recientemente desaparecido José Alonso Domínguez-, los partidos políticos, los sindicatos, las hermandades…Y hoy va a venir a estas páginas una persona, Pepe Quinta Barbero, que ha vivido para su trabajo, su familia y su queridísima hermandad una de las más fuertes, linajudas y complicadas de nuestra ciudad: Vera-Cruz.
Y es Vera-Cruz una hermandad con su notable carga de problemas con un alto grado de participación de sus hermanos en los cultos –numerosísimos como es sabido sean quinarios, triduos, misas mensuales, misas de réquiem-, en las actividades culturales –que en este año que se cumplen 475 años de la ordenación de las reglas en el 1544 son numerosísimas y muy bien programadas- y, en general, en la vida corporativa.
No queremos ni lo creemos adecuado adentrarnos en los problemas de hogaño de la hermandad. Para ello existen otros foros. Ni tampoco queremos hoy entrar en los problemas de antaño –que también hemos tratado desde el punto de vista histórico en numerosas ocasiones-. Lo único que queremos es hablar de un destacado hermano de nuestra cofradía, un hermano que, en ninguna manera es un cofrade anónimo –como tantos y tantos que con su amor a nuestros titulares configuran nuestra simpar cofradía- y que ha merecido aparecer en nuestro boletín de este año. Se trata de nuestro hermano Pepe Quinta Barbero, capataz que ha sido del paso de Cristo, veracrucista de pro y muestra de un conjunto numeroso de hermanos que configuran toda una época de nuestra cofradía.
Nace nuestro hombre el 24 de diciembre de 1940, hijo del nazareno José Quinta Borrego y de la sevillana aunque de padres nazarenos María Barbero Varela. Su padre era agricultor por cuenta ajena, habiendo trabajado en fincas por la zona en que el término de Dos Hermanas linda con el de Coria del Río, en fincas como Monroy o las de José Díaz Gómez o la de la familia del médico Juan José López Gómez. Sus abuelos paternos, por su parte, eran Antonio Quinta Cardona, también campesino, y Francisca Borrego Álvarez, dedicada a sus labores. Por otra parte, su madre, la citada María Barbero Varela, vivía en el barrio sevillano de San Bernardo hasta que sus padres –nazarenos como hemos dicho- se separaron. El padre, abuelo de nuestro biografiado, Juan Barbero Pérez, pasó a vivir a Los Palacios y Villafranca donde tenía fincas y su madre, abuela de nuestro biografiado, Dolores Varela Mejías, pasó a la casa de su familia en la calle Santa María Magdalena, todavía habitada por el clan familiar, pasando a trabajar de limpiadora en el Banco Central.
Ya hemos dicho que el padre de Pepe Quinta era agricultor por cuenta ajena, oficio muy nazareno. Su madre, por otra parte, también tuvo otro oficio muy nazareno pues era rellenadora, trabajando concretamente en ese magno edificio que era León y Cos, tan vinculado a Vera-Cruz, por cierto, por tantos y tantos conceptos, no siendo el que menos que Antonio León Cruz, uno de los dueños del almacén fue hermano mayor de la fuerte cofradía veracrucista.
Pero debemos pasar a la infancia de nuestro hombre. Como tantos y tantos niños de nuestra Dos Hermanas estudió en el hoy Colegio San Sebastián, en el conocido por El Cementerio Viejo, colegio tan vinculado a Vera-Cruz, que tuvo en él cantera de cofrades.
Muy niño aún Pepe Quinta sale de la escuela y empieza a trabajar con Joselito el de Roque para aprender Mecánica y luego pasa a aprender el mismo oficio con Clemente López Jurado, el conocido Clemente el de las Bicicletas. Luego, alrededor de los cuarenta años, se establece por libre.
Y así ya tenemos a Pepe Quinta con su vida girando alrededor de su oficio de las motos. Ha sido siempre un excelente mecánico de motos. Recordamos perfectamente su taller en la calle Aníbal González, esa calle Padre Tomás o Patomás del centro de Dos Hermanas, donde trabajaba rodeado de los hermanos de la Oración en el Huerto, esa hermandad que en graciosa y fraternal rivalidad convivía con la nuestra, con Vera-Cruz. En efecto, no ha existido nunca una emulación mala entre ambas cofradías sino una fraternal convivencia que quería y deseaba lo mejor para ambas corporaciones y que llevó, como ya he estudiado en un artículo en el extinto boletín del Consejo de Hermandades y Cofradías, a sacar al paso del Cristo de la Vera-Cruz y la Virgen de los Dolores juntos en la II República. Pues bien, el maestro Quinta, el bar de Manuel el Mantúa y la pléyade de cofrades de la Oración en el Huerto formaban y fijaban una imagen costumbrista en la vieja calle Patomás, que, por fortuna, todavía forman los hermanos de esta, para el que escribe estas líneas, tan querida cofradía.
Pero si el maestro Quinta amaba su trabajo, también amaba, como no, a su familia. Casó con María Alonso Ramos, de la familia de los Ramos, de la que enviudó mas bien pronto. Con ella tuvo dos hijos: Rocío, casada con Joaquín Abad, y madre de Rocío y María y Jesús casado con Isabel Ramírez, padre de Elena.
Por otra parte, Pepe Quinta tenía varios hermanos. Dos fueron varones, Antonio que murió a los cuarenta años, y Juan Manuel que falleció a los 39, ambos sin tomar estado. Y dos mujeres: María, casada con el ebanista Juan Fernández Jiménez, de la gente de los ‘Talega’ y madre de Rocío, Belén, la conocida Sacramento, destacadísimo por su simpar ingenio e inteligencia e Hiniesta y, por último Guillermina, muy conocida en Santa María Magdalena, y que se ha jubilado trabajando de auxiliar de ayuda a domicilio aunque también ha trabajado en guarderías.
Ahora bien, quedaba su tercer gran amor, que era su cofradía, Vera-Cruz, y más concretamente su Cristo. Pepe es hermano también de Santa Ana y acompañaba todos los años con su esposa a la Virgen de Valme en la romería del tercer domingo de octubre pero no cabe duda de que la imagen de su devoción es el Cristo de la Vera-Cruz por más que también quiere, como es de rigor, a la Virgen del Mayor Dolor. Su amor, fuertemente cristocéntrico, le hizo decir por ejemplo en una entrevista que concedió a Jesús Lato Redondo: “Con total sinceridad te puedo decir que me considero más de Cristo. Nunca dejé de acudir a mis responsabilidades como mayordomo en lo que se refiere al paso de Virgen, pero abiertamente te reconozco que el Cristo me tira más”.
José Quinta entró en la hermandad en 1953. y en ella ha ocupado el importante, por la mucha responsabilidad que conlleva, cargo de mayordomo primero cuando lo dejó Juan Salguero Gómez. Pero, sobre todo, es famoso Pepe Quinta por haber sido capataz de nuestro Cristo, uno de estos grandes capataces que han sacado a nuestra cofradía.
Y la imagen que nos sugiere Pepe Quinta como capataz es la de uno de los clásicos. Ni tenemos tiempo ni vemos conveniente hablar en demasía del mundo del costal, de tantos y tantos capataces que vienen a nuestra retina, de Curro Vicario, de Salvador Dorado el Penitente, de Berbe, de Rafael Plaza, de Agustín García Gandullo, etc. etc. Ya decimos que este no es un artículo dedicado a capataces sino dedicado a un veracrucista de la vieja escuela que es capataz.
Y nos queda hablar un poco de los amigos de Pepe Quinta. Por un lado de Antonio, Rafael y Otilio Valladares y, por otro, de Antonio Fernández Moguer, otro histórico de Vera-Cruz, conocido como ‘El Moñi’, o por los hermanos Pepe y Antonio Castillo Salguero o por José Román, conocido como Joselito ‘El Chichi’.
Y vienen a nuestra memoria tantos y tantos de las fuertes juntas de Antonio León Cruz y Juan Gómez Carballido, que han pasado a mejor vida y a los que no vamos a nombrar porque son muchos y muy destacados.
Sólo haremos referencia a que ha muerto hace pocas jornadas el número 1 de la vieja cofradía de San Sebastián Francisco Anquela Moriano, importantísimo directivo de Banca que ha muerto en Buenos Aires y que siempre tenía presente a su Cristo de Vera-Cruz y su Virgen del Mayor Dolor.
Y acabamos este pequeño artículo dedicado a la persona de este veracrucista volcado con su Cristo, con su Virgen del Mayor Dolor, con su Asunción y con todo lo concerniente a la cofradía del viejo barrio de San Sebastián a la que se entregó como pocos.