Pontoco: la venta a la que iba Juan Talega y fue escenario de una tragedia en 1960

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Venta Pontoco
La venta Pontoco estaba situada cerca de donde hoy se levanta Viveros Rocío, frente a La Motilla.

Un coche conducido por norteamericanos arrolló a un grupo de personas. Hubo cinco muertos, cuatro de ellos niños. La venta no existe hoy día. Estaba cerca del actual Sevilla Factory 

Si salimos de Dos Hermanas en dirección Sevilla por la antigua autovía, dejamos atrás “Sevilla Factory” y poco después nos encontramos  “Viveros Jardín del Rocío” y “Arte Románico Yacos”. Justo en la parcela que ocupa este último se encontraba la Venta Pontoco. Allí ocurrió en 1960 un desgraciado accidente que sesgó cinco vidas, cuatro de ellas de menores de edad. Quizá no se investigó correctamente, ya que  nadie fue condenado.  

Pero situémosnos.

A pie de carretera

La venta Pontoco fue antes casa que taberna. El terreno, de 18.000 metros, se usó  como un descansadero de ganado que el entonces alcalde, Fernando Fernández (“El Chato el Platero”) quería vender. “Rubia, dile a tu marío si lo quiere”. La “Rubia” era Dolores Romero Vera, nacida en 1905 en Los Palacios y conocida en Dos Hermanas por “La Rubia de los Pelos Coloraos”. Su marido, Manuel Riscardo Tinoco “Pontoco”, se decidió a comprarla aunque para ello tuviera que vender la casa y la taberna que tenían en la calle Brasil. “Hasta la bicicleta vendió. Le dieron 13.000 pesetas y ni siquiera le llegó”, cuenta hoy Dolores, uno de los 18 hijos que llegó a tener el matrimonio. “Mi padre hizo allí una casita de tapiales, pero se la expropiaron cuando el Ministerio de Obras Públicas quiso construir la autopista Sevilla-Cádiz. Le pagaron muy bien, y con ese dinero llamó a un oficial y unos albañiles y en dos meses levantaron la casa de dos plantas. Primero fue nuestra casa y después se le ocurrió abrir la taberna”.

Aguardiente fíao

Estamos a mediados de los años 50. La venta Pontoco, presidida en su fachada por un azulejo con la Virgen del Rocío, es paradero habitual de los nazarenos que marchan al campo al alba. Allí se toman su café o su aguardiente y paran de nuevo por la tarde, cuando dan de mano. “Pedían fíao y pagaban por meses”, recuerda Dolores, que entonces era una niña. “Y por allí detrás yo veía pasar también a los presos del canal, con grilletes en los pies”. 

El edificio dispone de dos plantas. La superior es la vivienda de a familia Riscardo. Tiene tres habitaciones a las que se accede por una escalera exterior. Abajo hay otros tres cuartos y un salón con cocina, donde la “Rubia” prepara un guiso cada día. “Mi madre iba a diario a la chacinería de Julio Carrasco, que estaba pasando las Casas Baratas. Iba andando por el borde de la carretera con una cesta en el roete y una más en cada mano”, señala Dolores,  y añade: “A la derecha del salón había un tinaó para el ganado. Mi madre metía allí detrás a los borrachos. Les quitaba la bicicleta para que durmieran la mona antes de irse y no tuvieran un accidente”. 

Cante y barajas

Cuenta Dolores que a su padre, el Pontoco, le gustaba el cante jondo. “Juan Talega, y también el Rerre, venían por las noches a jugar a las cartas. Mi padre cerraba la puerta que daba a la casa, nos acostábamos, y ellos se quedaban cantando de madrugada. A veces se iban ya de día”.  

Pero la taberna, en la que se detienen para un refrigerio muchos ciclistas y también algunos coches, es solo uno de los usos del lugar. Manuel “Pontoco”  es un entendido en animales. Tiene vacas, cerdos, pavos, pollos, conejos, gallinas y hasta dos caballos. A todos les saca su beneficio. Las vacas se ordeñan y su leche se vende. Los pollos van directamente a la olla. “Teníamos una alberca muy grande detrás de la casa, que mi padre usaba para el riego. Y ahí se metían matrimonios con los niños. Mi padre les cobraba dos duros por pasar el día. Le pedían que les hiciera una tortilla o un pollo y mi madre se los preparaba”.

Domingo fatídico

El 31 de julio de 1960 a las dos y media de la tarde, recién terminadas las Fiestas de Santiago y Santa Ana, la vida transcurre como otro día más en la Venta Pontoco. Nada hace presagiar el desastre. Todo ocurre muy deprisa. 

Por la carretera, delante de la venta, pasa en bicicleta un nazareno llamado Francisco Fernández y conocido por “Severo”, que es arrollado por un Renault de matrícula francesa con tres ocupantes: una pareja de recién casados (Pierre Carrassume y Martha Barrero) y la hermana de la novia, Jacqueline Barrero. El coche queda destrozado, pero los franceses salen ilesos y atienden al herido, que por fortuna solo presenta algunos rasguños. Ante el estruendo del golpe, salen a la carretera algunos miembros de la familia Pontoco. También se acerca para auxiliar un vecino (Miguel Guerrero) y la portera de la Hacienda Lugar Nuevo, María Castizo, que con su hijo de cinco años Ignacio lo vio todo desde el otro lado de la carretera. Al poco, llega una pareja de la Guardia Civil, que toma notas del accidente para levantar un atestado. 

Mientras esto ocurre, desde Sevilla se está acercando a gran velocidad un coche Morris con matrícula M-210.469 y cuatro norteamericanos en su interior. Al volante, y con signos de embriaguez, conduce Darrel V. Browo; tiene  23 años y es miembro, como sus acompañantes Frederick Wright, Robert Dalenger y su hermano Frederich A. Browo, de las Fuerzas de Estados Unidos con base en Rota, lugar al que se dirigen. 

Al tomar la curva, de escasa visibilidad, el conductor del turismo no ve al grupo de personas que están al borde de la carretera, precipitándose sobre ellas y llevándoselas a todas por delante. 

Se personan en el lugar del terrible suceso el juez Manuel Gómez Amores y el médico Rafael Ocete, que ordenan el levantamiento de los cadáveres de la francesa Jacqueline Barrero (17 años), el nazareno Miguel Guerrero (50) y los niños Mª Angeles Muñoz Riscardo (7), María Riscardo (14) y Francisco Hervás (17). Los nueve heridos son trasladados a la Casa de Socorro y a la residencia García Morato, mientras que los estadounidenses son llevados al Hospital de San Pablo bajo custodia norteamericana. No hay noticias de juicio ni condena. 

“Los americanos que provocaron el accidente iban borrachos. Se los llevaron y no supimos nada más” 

Dolores Riscardo Romero nació en 1944 y era todavía una niña de ocho años cuando su padre levantó la Venta Pontoco. El año del accidente tenía 16 años y, para ayudar a sus padres, ya trabajaba en el almacén de aceitunas de Armando Soto. 

Aquel 31 de julio fue de las primeras en salir a auxiliar al ciclista. Con ella se asomaron también sus hermanos Antonio, de 19 años, y María, de 14 años, junto a su sobrina de siete años María Angeles. Los cuatro fueron arrollados por el turismo de los militares de Rota, con distinta suerte. 64 años después, sus recuerdos son muy dolorosos pero lo rememora todo al detalle: “Mi madre estaba haciendo una paella que le habían encargado unos ciclistas de Los Palacios. Cuando escuchó el brutal impacto del coche de los borrachos americanos, salió corriendo, con el cuchillo todavía en la mano. Recuerdo que el Morris dio varias vueltas y, cuando vieron la tragedia que habían provocado, los americanos quisieron irse”. 

Venta Pontoco
Dolores Riscardo Romero, hija de Manuel “Pontoco”, y superviviente del accidente, nos recibe en su casa de la calle Lope de Vega. En sus brazos porta una garrafa de vino original de la venta, que todavía conserva junto a otros muchos enseres.

Tras la conmoción inicial, con cadáveres y heridos esparcidos por el asfalto, los testigos que habían sido ilesos comenzaron a pedir ayuda.  “Los peor parados fueron Francisco (un amigo de mi hermano que habia venido a verlo en su bici), mi hermana y mi sobrina, que se había quedado enredada en el motor. El primer coche que pasó nos llevó a la Casa de Socorro. Me puse a mi hermana en mi pecho”. 

Según relata la crónica publicada por el diario ABC, en la Casa de Socorro los heridos fueron asistidos por los doctores Ocete, Caro y Gómez Lobo, y por los practicantes señores Romero, Terrón y Núñez. No daban abasto. “A mi hermana la pusieron en el suelo y empezaron a atenderla, pero a la mijilla dijeron que venían más heridos, y trajeron a la francesa y a Miguel, que era un vecino que vivía donde hoy está el Vivero Rocío. Los tres murieron”. 

“Fue todo muy duro. A mi madre le dio una congestión del disgusto. Me llevé 18 días agarrándole las manos. Lo peor es que a los americanos borrachos de la base de Rota los quitaron de en medio y nunca pagaron por lo que hicieron”. 

La Rubia de los Pelos Coloraos 

La Venta Pontoco es hoy solo un recuerdo. Manuel Riscardo acabó vendiéndola “a uno que tenía una fábrica de maderas” y pocos años después fue derribada. A Dolores, los recuerdos del accidente le animan a hablar de su madre, “La Rubia de los Pelos Coloraos”: “Mi madre tuvo 18 hijos, pero yo solo conocí a 12 o 13. Antes murieron dos o tres, más chicas que yo. Anteriormente a María, la que murió en el accidente, murió otra que se llamaba igual. Mi madre me contó que una vez parió en el motel, sola, sin partera ni nada. Ni siquiera se había dado cuenta nadie de que estaba embarazada. Echó a la niña en una cesta y se volvió a casa. Al pasar por el paso a nivel, el ferroviario le preguntó qué llevaba en la cesta… que se movía”.