Ernesto Parrado lleva 42 años fabricando y restaurando muebles en su taller de la calle Reposo. Su prestigio como ebanista le ha abierto las puertas de palacios como el de la Duquesa de Alba
La clase acomodada, los que tienen lujosas casas y patrimonio, se pasan unos a otros el teléfono del nazareno Ernesto Parrado para solicitar sus servicios. Existen los carpinteros, después están los ebanistas y, por último, están los artistas de la madera. Ernesto reúne las tres cualidades. De su taller en calle Reposo salen muebles únicos que él fabrica con perfección y gran creatividad. Es uno de los ebanistas más cotizados de Andalucía.
Rodeados de tablas de todo tipo de maderas, gubias, formones, martillos, encapadoras, ingletadoras y serruchos, hacemos la entrevista.
¡Qué pena que te jubiles ahora a finales de enero, Ernesto!
Me jubilo en la empresa para la que trabajo, pero voy a seguir haciendo muebles aquí en mi taller. Por el solo gusto de hacer piezas únicas.
¿A qué te refieres con piezas únicas?
Yo no trabajo con moldes o copiados. Lo que sale de mi taller son muebles exclusivos, que no verás en otro sitio porque los diseño yo. ¿Ves ese recibidor de caoba estilo imperio que tengo en el pasillo? Vale 15.000 euros. Solo la tapa tiene 300 horas de trabajo.
Entonces, en tu profesión también se piensa mucho, ¿no?
Todo el día con la cabeza dando vueltas. Cuando me hacen un encargo, comienzo a pensar y a veces me levanto por las noches, cojo una libreta y me pongo a hacer dibujos.
¿Qué tipo de clientes te encarga muebles?
Trabajo para quien me lo pida. He pasado necesidades, y a la gente humilde también le hago muebles. A quien me mira por encima del hombro no le trabajo. Una vez, uno me dijo: “Yo tengo dinero para enterrarle en billetes de 10.000 pesetas”. Y yo le respondí: “Usted no tiene dinero para pagar mis manos”. Y me fui.
Pero las maderas son caras y le exclusividad se paga. Supongo que habrás entrado en casas de gente muy rica.
He restaurado muebles para los Urquijo, los Távora, los Guardiola, Carmina Ordóñez, la Duquesa de Alba…
¿Trabajaste en el Palacio de Dueñas?
Sí, yo iba y les hacía un repaso a los muebles del palacio y les daba una mano de goma laca y brillantina. También he restaurado el piano del Hotel Alfonso XIII. Funciona el boca a boca, hablan unos con otros. También me ha llamado Morante de la Puebla. El último trabajo se lo he hecho a otro torero, Roca Rey: un botellero que venía en muy mal estado.
¿Cual ha sido la pieza más antigua que has retaurado?
Una vez un señor me trajo un buró que valía entonces 60 millones de pesetas. Pero no podía quedarse en mi taller porque no tenía rejas, y los del seguro no lo permitían. Lo restauré en su casa.
¿Y lo más complicado?
Lo más laborioso es hacer incrustaciones y revestimientos con grecas. Además de ebanista, soy taraceador. Esos detalles se le ponen solo a los muebles que lo merecen.
¿Cual es la mejor madera para un mueble?
La mejor es el cedro del Líbano. También la caoba, el palo rosa, el amaranto, el sicomoro. Pero un ebanista trabaja con otros materiales, como el hueso, el nácar, el oro fino, el carey. Lo más difícil de trabajar es el carey, que es una concha de tortuga. Lo traían las azafatas de vuelo, ahora ya no está permitido. Al estar abombado, hay que meterlo en vinagre. Yo he restaurado bargueños con incrustaciones de hueso y carey. Y si te fijas en Semana Santa, hay cruces de guía que van todas de carey.
Háblame de tus inicios, cómo aprendiste…
Yo nací en La Pólvora. Mi padre era carpintero y restaurador, de Casariche. En 1971, cuando muere mi madre, él nos abandonó a los tres hermanos. Con once años yo ya trabajaba para un carpintero. Con 16 años me fui a Triana, al Tejar del Moro, donde aprendí a restaurar. Y con 18 años me fui a Carmona con un gran ebanista, Francisco Rodríguez Nodal. No me pagaba, pero me acogió como un hijo y lo aprendí todo. Iba todos los días a Carmona en bici, tardaba hora y media. Allí estuve tres años hasta que me tuve que ir a la legión. Yo estaba en Villa Cisneros el día que murió Franco. Y al volver de la mili, comencé a trabajar en una empresa hasta que, en 1983, monté este taller. Echaba aquí cuatro ratos al mismo tiempo que trabajaba para empresas de muebles a medida.
¡Cuéntame alguna anécdota jugosa…!
Una vez fui a ver a un empresario de la madera para pedirle trabajo y no me hizo ni caso. Al irme, le dijeron: “¿Pero tú sabes quién es ese?” Me llamó por la tarde para ofrecerme trabajo y le dije que no.
Veo ahí, colgada en la pared, una espada, ¿no?
Es un estoque de torero. Yo me iba por las noches ahí a la finca del Bombero, cerca del Tomillar, a darle capotazos a las vacas. Me pillaron y me dieron la del tigre. Pero llegué a torear en una plaza portátil en Montequinto, el 1 de noviembre de 1971. En el cartel ponía “Ernesto Parrado, Chiquito de Dos Hermanas”. Hicimos el paseíllo y todo. Recuerdo que a una vaca jabonera con cuernos enormes le dieron la puntilla y cuando la arrastraban estaba de parto. Un becerrito llevaba las patitas fueras y nació vivo estando muerta la vaca.
¿Y eso de ahí es un mono disecado?
Sí. Hace 45 años, en 1980, mi mujer estaba en estado y fuimos al zoo de Huelva, y allí se le antojó un mono. Me dieron señal de uno que tenía un tití en Dos Hermanas y se lo compré. Daba bocados. Lo teníamos dentro de una jaula. Cuando murió lo embalsamé.
¿Qué otros proyectos tienes por delante ahora que te jubilas?
Me gustaría montar una galería de arte para exponer mis muebles, como si fuera un museo. También quisiera continuar un libro que empecé a escribir, titulado “Fórmulas y secretos de la ebanistería”. Ahí explicaría cómo se deben tratar las maderas, cómo saber si un árbol está seco o no está para cortarlo… secretos de ebanista.
Que sigas con salud y esa creatividad, maestro.