¿Por qué te fuiste tan pronto, Manolo Bienvenida…?

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Manolo Bienvenida
Además de su repertorio con el capote, era un excelente banderillero.

 1939 

Los médicos pensaron que los ahogos del nazareno se debían al contagio de su perro, y no al cáncer de pulmón que le dejaba sin aire

Se cumplen ya nueve meses de aquel fatídico 31 de agosto de 1938 en que los nazarenos, atentos a la radio para conocer la última hora de la batalla del Ebro, se estremecieron con una noticia inesperada. El noticiario se interrumpía para anunciar la muerte de Manolito Bienvenida, el torero de Dos Hermanas (nacido en la calle Conde de Ybarra número 11) que tenía encandilada a la afición española. El muchacho, de 25 años, se encontraba en la cúspide de su carrera. Con 472 corridas a sus espaldas, toreaba con un estilo que aunaba arte y valentía.

Los periódicos nacionales, al día siguiente, ofrecían más detalles. La muerte se produjo en San Sebastián, donde veraneaba con su familia. Los médicos le operaban de un quiste hidatídico en la espalda que, al parecer, le habián contagiado los perros de su finca. Nadie se explicaba cómo había muerto en una intervención quirúrgica quien había mirado de frente a la muerte cada vez que saltaba al albero. ¿Cómo había sobrevivido a varias graves cogidas y no a una sencilla operación?

Con el paso de los días se supo la verdad. Al abrir, los médicos descubrieron algo mucho peor que un quiste: un cáncer de pulmón. Demasiado tarde se comprendió por qué le amarilleaba la cara, por qué tuvieron que aflojarle el corbatín cuando entró a banderillear en su última corrida en Sevilla, el porqué de su opresión en el pecho. En su última corrida, el 15 de mayo en Lisboa, estaba toreando con los pulmones heridos de muerte, sin ser atravesados por el pitón de un toro.

Su hermano Antonio refirió que, en los días de postoperatorio, Manolito, al ir a afeitarse, se vio en el espejo demacrado y muy flaco. “Cerró los ojos y por lo bajinis, como no queriendo que lo oyera, dijo: ¡Dios mío!, pronunciado de tal manera que me di cuenta que él se había visto allí su propia muerte. Fue muy hombre mi hermano, hasta para morirse”.

A su multitudinario entierro acudieron cientos de nazarenos, que se sumaron a los miles de admiradores que esperaron a que su cadáver llegara por la carretera de Extremadura hasta Triana, y de allí hasta el cementerio de San Fernando. No lloraban solo el dolor por la muerte de un hombre rebosante de juventud y simpatía. Estaban enterrando a un torero de leyenda.

El único que toreó en Nueva York

Manuel Mejías Jiménez, Manolito “Bienvenida”, nació en Dos Hermanas (donde sus padres pasaban largas temporadas) el 21 de noviembre de 1912. Su abuelo, Manuel Mejías Luján, fue un excelente banderillero nacido en Bienvenida (Badajoz), de ahí el apodo de la dinastía. El hijo de este y padre de Manolito es Manuel Mejías Rapela, torero conocido por “El Papa Negro” debido a que un cronista le tenía como el mejor opositor de Ricardo Torres “Bombita”, el “Papa Blanco” o “sumo pontífice del toreo”.

Manolito, el mayor de sus seis hijos, era un extraordinario lidiador, muy valiente, elegante, dominador de todas las suertes, lo que en la jerga taurina se denomina “un torero largo”. Por ser novillero menor de 15 años y estar prohibido en España, marchó a Francia, Méjico y Nueva York. En el Coney Island Stadium neoyorquino dio dos becerradas con su hermano Pepe. Fue la única vez en la historia que se han celebrado toros en la ciudad de los rascacielos. A los 16 años tomó la alternativa en Zaragoza, de manos de Antonio Márquez.

Manolo BienvenidaEn esta foto, tomada en la finca familiar de “La Gloria” en 1937, posa la familia al completo, con los seis hijos. Desde la izquierda: Antonio (con sombrero), Manolo (sentado), Carmen Pilar, la madre Carmen Jiménez, Juanito (con chaquetilla blanca), el padre (“El Papa Negro”), Angel Luis (de pie) y Pepote.